Para morirse de cine

El atracador más divertido de la historia

Toma el dinero y corre (Take the money and run, 1969), primera película escrita, dirigida y protagonizada por Woody Allen. Todos en pie. Hay un genio delante

De vez en cuando a uno le apetece reír de principio a fin, salir de la realidad para disfrutar con una sonrisa en la cara, incluso burlarse del crimen y de los criminales con una comedia que arrase con todo. Es entonces cuando los intelectuales más sesudos le tachan a uno de superficial y de no ver la trascendencia del arte… Peor para ellos si no saben disfrutar de joyas como Toma el dinero y corre (Take the money and run, 1969), primera película escrita, dirigida y protagonizada por Woody Allen. Todos en pie. Hay un genio delante.

A Allen se le ha juzgado de muchas maneras (hasta de las más delirantes e injustas), pero pocas veces se subraya su creatividad vanguardista y sus atrevimientos formales. Los que son más cegatos que el propio Allen se atreven a decir que sus películas son “iguales” o que repiten moldes, cuando lo grandioso de Woody es que se reinventa en cada película pues, aunque toque temas semejantes con personajes, sí, intercambiables, cada nuevo título es una joya diferente que uno termina atesorando por dos, tres, cinco, veinte frases geniales o escenas inolvidables.

Pero es que comparar Manhattan con La rosa púrpura de El Cairo o Match Point con Annie Hall o Midnight in Paris con Annie Hall nos permite darnos cuenta de que cada una es una revolución técnica o narrativa: del blanco y negro al color; de viajes en el tiempo a crímenes filosóficos; de la madrastra de Blancanieves en dibujos animados a personajes desenfocados o que se salen de la pantalla. ¿Todo igual?

Toma el dinero y corre, su primera película, no es ni mucho menos convencional. Allen se “inventa” el género del “falso documental” y nos cuenta con voz en off la historia del desastroso atracador Virgil Starkwell (el propio director, con guiños autobiográficos), a quien vamos a seguir a través de escenas caseras, escenas en la cárcel o escenas de archivo para dar verosimilitud al disparate. Woody asumió toda la responsabilidad de la película y, con la ayuda del montador Ralph Rosenblum, creó una sucesión de gags de todo tipo que terminan por tener coherencia y unidad desde el nacimiento del personaje hasta su final. Allen quería matarlo a cámara lenta como en Bonnie y Clyde pero Rosenblum le convenció de que era mejor un final más ligero con su imagen congelada preguntando si llueve en la calle, mientras talla una pistola de jabón, recluido en la cárcel…

Porque otra de las virtudes de la película son los diferentes tipos de humor que es capaz de mezclar Woody Allen. Ya no es solo la cantidad de chistes o gags, sin duda, más de uno por minuto y muchos años antes de Aterriza como puedas, sino las diferentes tipologías. En las escenas caseras y el enamoramiento, Allen homenajea a Chaplin con imágenes entrañables como cuando abre su pobre frigorífico y descubrimos que lo utiliza como armario pues vemos todas sus camisas colgadas. También, escenas puramente visuales del hombre contra la máquina como cuando intenta doblar las camisas en la lavandería de la cárcel con una máquina infernal que evoca directamente a Tiempos modernos. O chistes sin palabras: doblando la ropa de los reclusos, Virgil encuentra un sujetador gigantesco que mira anonadado. Entra a robar una tienda de animales y… ¡huye perseguido por un gorila!

El slapstick y el cine mudo son constantes y ya serían motivo de alabanza para una película de finales de los sesenta que actualiza el narrar sin palabras con nuevas risas mezcladas con el cine de prisiones o de fugitivos (Soy un fugitivo, otra referencia cinéfilo-cultural más). Pero Woody venía de la comedia de bar, de hablar al público y contar sus chistes disparatados y semiautobiográficos sin dar respiro para encadenar una risa tras otra. En Toma el dinero y corre también se rendirá homenaje a su admirado Groucho Marx y sus chistes absurdos que le cogen a uno desprevenido y, cuando parece descansar entre imagen entrañable y sonrisa inocente, bum, te salta la descripción de la banda de Virgil: a uno le buscan por casarse con un caballo y a otro por bailar con un cartero. ¿Qué? ¿Cómo se recupera uno de eso?

Pues muy fácil, con más chistes y situaciones inolvidables. En el atraco al banco el cajero no entiende la nota que le pasa Virgil y tiene que preguntar al resto de empleados si pone “arma” o “alma”, mientras Virgil defiende su caligrafía. Más todavía, tras preparar durante días otro atraco y que la esposa le elija el color del jersey (“¡Nadie va de beige a un atraco!”), la banda coincide con otro grupo de atracadores y preguntan a los clientes: “¿Quién prefieren que les atraque?”. Con aplausos, el público elige a los otros, claro.

Podríamos seguir con diálogos y escenas pero no olvidemos la brillantez de otros aspectos. Ya hemos comentado el excelente trabajo de Rosenblum en el montaje, añadamos a Janet Margolin como la inocente amante de Virgil que contrasta con su acidez (“Vamos a tener un bebé. Este es mi regalo de Navidad“¡Me conformaba con una corbata!”) o la banda sonora de Marvin Hamlisch, quien prácticamente debutaba y en los setenta triunfaría con títulos como Tal como éramos o La espía que me amó (la Bossa Nova que interpreta es de Quincy Jones pero la sugirió Hamlisch para dar un ritmo distinto a las desventuras de Virgil y vaya si contrastaba. Hoy la recordamos como el tema de Austin Powers).

Dejo para el final el gag recurrente más recordado (junto al concierto de chelo… en un desfile). Los padres de Virgil se avergüenzan tanto de él que deciden hablar ante la cámara… con unas gafas con nariz y bigote, disfrazados de Groucho para que nadie les conozca. Cada vez que salen, risa garantizada. ¡Y eso que se basaban en los verdaderos padres de Woody!

Es más difícil hacer reír que hacer llorar y la risa es sana y nada fácil de conseguir universalmente. Gracias, genio. Gracias, Woody.

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