Un Bogart para descubrir

Fotograma de Sin conciencia (The Enforcer, Bretaigne Windust, Raoul Walsh, 1951)
photo_camera Fotograma de Sin conciencia (The Enforcer, Bretaigne Windust, Raoul Walsh, 1951)

Humphrey Bogart ha pasado muchas veces por esta sección, pero es que su gabardina, su sombrero y su pistola siguen siendo un icono popular y siguen significando peligro, dureza y buen cine. Vamos con otro Bogart.

La recomendaba hace poco Eduardo Torres-Dulce en el imprescindible Cowboys de medianoche (en esRadio con Luis Herrero, José Luis Garci y Luis Alberto de Cuenca, como poco, hablando de cine, música, libros, fútbol o aire acondicionado: una fiesta para los oídos) y decía que era una de las olvidadas de Bogart de manera incomprensible. Lo confirmamos: Sin conciencia (The Enforcer, Bretaigne Windust, Raoul Walsh, 1951) es un noir moderno, violento y preciso como una bala de Humphrey.

Empezamos por el protagonista, que no es ni detective ni gánster, sino un fiscal del distrito decidido a acabar con el crimen organizado con un testigo atemorizado que tiene que declarar al día siguiente. El testigo no verá la luz del día pues, intentando huir cobardemente, se cae de la cornisa a la calle. El fiscal tendrá entonces que repasar la investigación, porque cree que puede encontrar algún cabo suelto con el que poder llegar a tiempo antes del amanecer… Vamos por partes. Esta trepidante premisa está basada en hechos reales: bum. Ese “crimen organizado” existió en Estados Unidos con el nombre de Murder Inc. entre 1929 y 1941 y mezclaba mafiosos y asesinos italoamericanos y judíos de Nueva York, que alquilaban sus “servicios” con “objetivos” que no conocían de nada y cumplir así “contratos” casi imposibles de investigar: rebum. El tipo que iba a declarar y murió cayendo al vacío también se basa en la realidad, solo que nunca se supo si fue un accidente o había policías corruptos de por medio… no, eso ya no está en la película, pero también es otra bomba.

Nombres como Lucky Luciano, Bugsy Siegel, Meyer Lansky, Dutch Schultz o hasta Albert Anastasia formaban parte del día a día del terror mafioso de los 20 a los 50, por lo que la película se sumerge en la sordidez de esos nombres y nos regala los oídos con otros a la altura: Mendoza como capo, Rico como soplón, Lazick como pobre pringado que cae en las redes de la mafia… Sí, todos ellos suenan a “peligrosos extranjeros”, como mandan los cánones de la posguerra.

El guion de Martin Rackin (luego escribiría Tambores lejanos o Misión de audaces) juega con los saltos temporales y hasta mete flashbacks dentro de otros flashbacks, en una estructura que recuerda a Forajidos, aunque sin el vuelo de Kitty Collins, claro está. Aquí no hay Ava Gardner, solo tipos de rostro feo y desagradable como Zero Mostel o Everett Sloane (¡contrata a Rico por lo bien que le ha dado una paliza!). Las únicas mujeres que aparecen son secundarias, aunque sí terminarán por ser importantes. No es una femme fatale y no revelaremos mucho pero hay que recordar esa escena final en la que Bogart recurre a la megafonía en una calle llena de gente para gritar: “¡Salga de la calle ahora mismo, Angela Vetto!”. Impresionante y espectacular.

Ya hemos mencionado a Everett Sloane, secundario de lujo habitual de Welles, pero es justo subrayar su presencia y su personaje. Mendoza es el capo máximo en prisión y quien mueve los hilos. Apenas aparece la media hora final de película y, sin embargo, su sombra amenazadora se va anunciando y, cuando aparece, no defrauda. Sibilino, retorcido, con un punto psicótico, Mendoza más que matar consigue dar miedo… y el miedo a vivir es peor que la muerte.

El cabo suelto terminará por ser hallado, más que nada por el buen hacer del fiscal. Bogart descubre lo que se le había quedado en el tintero con un sencillo truco de guion, tan ingenuo que resulta convincente. Ya al amanecer, asistimos a su escena de suspense y acción con un tiroteo magnífico que no describiremos pero que recuerda al wéstern clásico o al cine de acción moderno. Vamos, que hay que verlo.

La película la firman dos directores porque Windust enfermó al poco de empezar el rodaje y Bogart, que también producía, llamó a su amigo Raoul Walsh para sustituirle. Walsh, que venía de Al rojo vivo, casi nada, acabó por rodar toda la película pero elegantemente dejó el nombre de Windust en los créditos. Sin embargo, si hay que destacar un nombre técnico es el del director de fotografía Robert Burks (Óscar por Atrapa a un ladrón y fotógrafo de Vértigo o Extraños en un tren…), quien utiliza las sombras con audaz expresionismo en escenas memorables como los primeros diez minutos o los diferentes interrogatorios.

Hablaba al principio de la violencia de la película. No es explícita, claro, pero hay cadáveres y muertes y también está en los diálogos: el fiscal insiste en querer llevar a “la silla” a los delincuentes. Sí, el bueno los quiere freír. Tal vez una de las escenas más recordadas es la muerte en una barbería cuando cubren la cara a la víctima con una toalla para afeitarle y los asesinos se ponen a afilar la navaja… Hace un par de semanas, al hablar de cómo el crimen imitaba al arte en Scarface y el famoso tiroteo en la bolera, ya comentamos que poco después había pasado algo parecido en la realidad. Pues bien, Albert Anastasia, conocido como “El ejército de un solo hombre” o “El señor verdugo” y uno de los jefes de Murder Inc., fue asesinado a tiros en la barbería del Sheraton, en la 56 con la Séptima de Manhattan. En 1957. Seis años después del estreno de Sin conciencia. Realidad y cine: a veces todo es uno.

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