Carta de amor al cine clásico

Tal vez La carta no sea la mejor película de William Wyler o de Bette Davis, pero cada vez que uno vuelve a ella se recrea en buen cine, viaja al exotismo entrañable de los estudios en blanco y negro, y vive pasiones propias de otra era

Una película que comienza con Bette Davis vaciando el cargador de un arma sobre un tipo no puede ser mala. A partir de ahí, La carta (William Wyler, 1940) nos cuenta cómo Leslie dice que lo hizo en defensa propia para evitar ser violada y cómo se complicará su versión cuando aparezca la carta del título.

Basada en una obra del siempre interesante y poco recordado William Somerset Maugham, la historia se desarrolla en el exótico Singapur (glorioso decorado Warner, por supuesto) y completa así el perfecto cóctel del autor inglés: exotismo oriental, melodrama, crimen, infidelidades… vamos, una montaña rusa de emociones que, si se hace mal, puede ser horrible, pero que con un buen director y grandes actores, como es el caso, puede ser maravillosa.

Carta de amor al cine clásico

W. Wyler aprendió el oficio en el mudo (como los más grandes) y ya había dirigido Jezabel, El forastero o Cumbres borrascosas, cuando llegó a esta película. Luego vendrían Los mejores años de nuestra vida, Vacaciones en Roma o Ben-Hur, entre otras, para colocarle en el Olimpo de los directores irrepetibles. El arranque de La carta es uno de sus excelentes detalles de director, cuando se oculta la cara de la víctima y asistimos al tiroteo de la Davis, que asusta a los animales y rompe la noche oriental. El tema de la Luna ya estaba en la obra original, pero es un toque magnífico el juego teatral que establece Wyler con las amenazadoras sombras de sospecha que esa Luna lorquiana desliza sobre Leslie a lo largo de la película.

Otro detalle de dirección muy destacable es la escena en la que Bette Davis cuenta su versión de lo ocurrido ante su marido y la ley y, en un momento aparentemente inocente, todos los personajes quedan de espaldas al espectador pues ella “interpreta” la escena vivida. En efecto, nos gustaría ver su cara para saber si miente o no, pero nos toca esperar, ya que esa ocultación parece quedar clara con ese sutil movimiento actoral.

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Y, aunque todos recordemos a la siempre memorable Bette (fue su quinta nominación al Óscar), la actriz se rodea de dos actores tan competentes como injustamente olvidados. Su confuso marido es Herbert Marshall (venía de Lubitsch y Hitchcock, por algo sería); pero el mejor de la película es James Stephenson, actor secundario que interpreta al abogado de Leslie y se debate entre su integridad profesional o proteger al matrimonio amigo, comprando la incriminadora carta. Su elegancia inglesa en el húmedo ambiente de Singapur y los matices de su interpretación auguraban una carrera muy prometedora pero, desgraciadamente, Stephenson murió poco después del estreno.

la carta Carta de amor al cine clásico

Además del arranque hay otras dos escenas a destacar. Por un lado, la viuda que tiene la carta en la que Leslie invitaba a la víctima a su casa pretende venderla. Parece ruin y sin sentimientos, pero ¡ay, el colonialismo!, todo se explica porque es oriental. El tópico de la Dragon Lady era una mezcla de femme fatale con el desconocido y amenazador Oriente, por lo que al sexismo se unía el racismo y ya era el colmo de todos los males. Gale Sondergaard (de Minnesota de toda la vida, por cierto) interpreta a la señora Hammond y la escena en la que Bette Davis (¡ocultando su vergüenza con un velo!) llega a comprar la carta es pura electricidad. La viuda se sitúa en una tarima para estar por encima y no se rebajará a tocar el dinero que coge un criado. Pide que se acerque Leslie… y le tira la carta a los pies para que se humille a recogerla. Sibilina y genial.

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La otra gran escena nos lleva al final. El juicio se gana pero se pierde el matrimonio. El tono pesimista se reflejaba en la última frase de la obra, que era tan contundente como melodramática y se usó hasta en la publicidad de la película a pesar de revelar casi todo: “¡Con todo mi corazón, todavía amo al hombre que maté!”, dice Leslie rechazando al clemente marido y condenándose a una vida sin amor. Pero la censura de la época no podía permitir un final así y William Wyler hace reaparecer a la Dragon Lady con la sutileza de un cuchillo en la noche abandonado frente a una puerta. Una Luna que vuelve a provocar esas sombras ominosas. Y la propia protagonista que sale buscando su inexorable destino. A veces la censura avivaba el ingenio.

Tal vez La carta no sea la mejor película de William Wyler o de Bette Davis, pero cada vez que uno vuelve a ella se recrea en buen cine; viaja al exotismo entrañable de los estudios en blanco y negro; y vive pasiones propias de otra era. Puro cine clásico: infalible.

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