Cine grande como una catedral

Ver Hampa dorada es casi ver un documental de los terribles años 30. Sí, el cine del ayer también es cultura, historia y gloria

Una película con noventa años no es fácil de encontrar, de ver o de admirar. Algunos creen que el cine es un arte tan “moderno” que solo puede apreciarse en sus últimos ¿cincuenta? años. Estoy pensando en programadores de televisión o en jóvenes sin formación. Peor para ellos: siempre digo que la Catedral de León es medieval y sigue sin tener comparación. Pues bien, aunque el cine mudo todavía no ha tenido cabida en esta sección (todo llegará…), en esta ocasión nos vamos al inicio del sonoro, 1931, para mostrar nuestro respeto a Hampa dorada (Little Caesar, Mervyn LeRoy).

Edward G. Robinson

Dejando a un lado el poco inspirado título español, el nombre original ya nos da la clave de la película: la vida y obra de una persona, semejante a un César… pero del crimen (auge y caída de un criminal: el antisueño americano, vamos). Edward G. Robinson saltó a la fama con esta película tras años en Broadway, cuando ya tenía más de 35 años. Con una cara poco propicia para interpretar galanes, a Robinson le tocó ser el hombre de la calle, el hombre de negocios o… el criminal resentido con la sociedad dispuesto a todo para pasar factura. Ese es Caesar Enrico Bandello (los nombres en esta película son poesía), un atracador de poca monta que decide ingresar en una banda para crecer… hasta las estrellas. Si hay un defecto en la película pudiera ser que Robinson tiene tanto carisma y presencia que, cuando todavía es un subalterno y recibe órdenes, no te lo crees porque con su mirada ya está marcando territorio y diciendo “a mí no me mandas tú ni a por el periódico”.

Rico tiene una relación de amistad-amor con Joe Massara (Douglas Fairbanks Jr., en un papel que arrebató a Clark Gable, quien tuvo que irse a la Metro a hacer historia). Joe quiere dejar el crimen porque le gusta el baile y está enamorado: muy buen momento visual cuando ella le abraza y palpa algo debajo del brazo de Joe… y no es la cartera. Sin embargo, a medida que Rico se va haciendo grande, más presiona a Joe para que le ayude y llegamos a uno de los mejores momentos de la película.

El atraco a la sala de baile en la que trabaja Joe es una delicia vanguardista que con planos encadenados y sin diálogos nos muestra lo que pasa con una síntesis admirable y de una modernidad apabullante. Los Scorsese, Tarantino o Coen han aprendido mucho de esta película, aunque solo sea por esa escena.

Naturalmente, Rico llegará a la cumbre a través del crimen y su personalidad será mostrada con pequeños pero brillantes detalles. Cuando llegan periodistas a una cena-homenaje es el primero que posa con vanidad para, al día siguiente, comprar un buen montón de periódicos con los que presumir de su “ascenso social”. Esa presunción del nuevo rico la vemos también en su cambio de vestuario. Tras envidiar y admirar el alfiler de corbata de otros, Rico no tardará en lucir con elegancia el mejor traje y las mejores joyas como muestra ostentosa de su “grandeza”: sí, como un pequeño César de Roma (¡qué vestuario maravilloso en toda la película!).

Pero ya sabemos cómo acabaron los césares y Rico termina por caer y volver a los albergues para vagabundos. Otra escena magnífica nos muestra la cara de Robinson reaccionando a las noticias que leen dos compañeros de cama: sonríe por la ejecución de un rival, pero aflora su ira cuando se le critica. Pura interpretación genial, propia del mudo, es decir, cuando los actores solo podían valerse de su rostro para mostrar emociones.

Y es que la película es una perfecta muestra del cine de transición del mudo al sonoro pues, por ejemplo, todavía usaba tres o cuatro innecesarios intertítulos por si el público se perdía en la narración. Además, se beneficia del sonoro en algo imprescindible para el género criminal: el sonido de los disparos. En Hampa dorada tenemos el primer asesinato de la historia cometido desde un coche con una eléctrica ráfaga que atraviesa a la víctima y a los espectadores que nunca habían oído semejante rechinar balístico en una sala de cine.

El final deja para la historia la muerte del criminal, como mandaba el canon censor. Ahora bien, los policías son tan grises y malencarados que no está claro que sean mucho mejores que Rico. Tras una emotiva escena en la que el gánster no puede matar a su amigo Joe (de nuevo ese amor-odio), Rico Bandello encontrará la muerte bajo un cartel gigante que anuncia el espectáculo de baile de su amigo Joe con su chica: maravillosa metáfora visual de quién es el que ha triunfado.

W.R.Burnett había escrito la novela y el guion y luego seguiría con Scarface, El último refugio, La jungla de asfalto o La gran evasión. Antes del detective duro y del noir, estaban los gánsteres. De hecho, Burnett se inspiró en nombres reales (no solo Al Capone) y absolutamente contemporáneos. Ver Hampa dorada es casi ver un documental de los terribles años 30. Sí, el cine del ayer también es cultura, historia y gloria.

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