Cívicos Quijotes contra borregos con prejuicios

12 hombres sin piedad (12 angry men, Sidney Lumet, 1957) es magistral por muchas razones, es una de esas películas de la que aprender quijotismo, civismo, educación y respeto. Falta nos hace.

12 hombres sin piedad (12 angry men, Sidney Lumet, 1957) es magistral por muchas razones. Aunque Reginald Rose la escribió como obra para televisión, y así fue rodada y emitida en los cincuenta, la película de Lumet consigue aportar “cine” a un claustrofóbico escenario teatral-televisivo y la planificación y los encuadres nos recuerdan que el arte de la imagen no es solo poner una cámara delante de actores, por buenos que sean.

Doce miembros de un jurado americano se reúnen para dictar sentencia y, lo que parecía un caso sencillo, se complica por la insistencia del Jurado número 8 en tener una “duda razonable”. El primer hallazgo del guion es el dibujo de los doce personajes. Todavía hoy se sigue estudiando la película en las escuelas y en las empresas, por aquello del trabajo en grupo y la toma de decisiones: cómo se presenta al engreído, al agresivo, al pasivo, al educado…

12 hombres sin piedad

Cada actor brilla en su papel y casi todos los nombres son destacables, aunque habitualmente secundarios: Lee J. Cobb, Jack Warden, Martin Balsam… Por encima de todos destaca el número 8: Henry Fonda. Vestido de blanco inmaculado (¿como providencial ángel?), Fonda lleva la voz cantante con educación, elegancia y maestría. Pequeños detalles como una sonrisa, el poner la mano sobre el brazo de otro jurado o el mantener la mirada, hacen de la interpretación de Fonda algo tan aparentemente fácil como imposible de alcanzar para el resto. Ya lo dijo el maestro John Ford: “¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda? Pues eso es el cine”.

El guion es improbable e ingenuo, pero eso es lo de menos cuando se trata de disfrutar de un drama de caracteres en el que se trata de aprender civismo y educación, frente a borreguismo y prejuicios. Ser valientes Quijotes contra molinos sin cerebro, que solo repiten lo que oyen. No creo que fuera la intención de Rose, pero la película parece dejar claro que la institución del jurado popular es, como poco, temeraria: ¿acaso en todo jurado con prisas por ir al fútbol va a haber un Henry Fonda que salve la vida a un inocente?

12 hombres sin piedad

Pero, como decíamos, también está el cine. Primero, en la canónica construcción del guion y los golpes de efecto del mismo. Cuando se habla de lo raro y exclusivo del arma homicida, Fonda clava otra navaja idéntica sobre la mesa. Cuando un jurado pierde los papeles y amenaza de muerte a Fonda, este le contesta “¿No querrá matarme de verdad?”, desmontando otra prueba contra el acusado.

Además, la planificación. En un escenario tan limitado y claustrofóbico, Lumet, que debutaba en el cine, parece no tener mucho margen de maniobra, sin embargo, comienza con grandes angulares y picados para, poco a poco, ir acercando la cámara a los personajes, subrayando su cercanía y llegando hasta primeros planos casi incómodos y contrapicados. Cuando se alcanza el veredicto, la cámara vuelve a alejarse mostrando la liberación y relajación final. Todo un ejercicio del plano-contraplano, de la composición (esa en la que uno a uno van dando la espalda a un exaltado que habla para sí mismo) y del uso atinado del primer plano.

12 hombres sin piedad

Y no olvidemos el calor. Para aumentar la opresión, y las ganas de alguno de marcharse deprisa y corriendo sin pensar en la vida del acusado, la ciudad vive una ola de calor y el ventilador parece no funcionar. Todos (menos uno, frío y cerebral) sudan, se quitan la chaqueta, se limpian el sudor. Mecanismo teatral obvio para que el actor tenga algo que hacer con las manos, pero también elemento de la trama pues los vecinos tenían las ventanas abiertas y pudieron oír (o no) lo que pasó. El bochorno termina por explotar en una tormenta, igual que las emociones estallan en la habitación: metáfora evidente pero efectiva como la resolución final. Cuando el jurado sale a la calle, ya no llueve, sale el sol y el anciano se acerca a 8 con un sencillo pero significativo: “¿Cómo se llama?” “Davis” “Yo soy McCardles. Bueno, hasta la vista”. Tal vez nunca se vayan a volver a ver, pero ese apretón de manos es la sutil forma de demostrarle su agradecimiento y admiración. De parte de todo el público, claro.

12 hombres sin piedad

Hubo una versión en los 90 con Jack Lemmon, pero en España es obligado recordar el acontecimiento del Estudio 1 de Gustavo Pérez Puig emitido en televisión en 1973. Aunque tal vez la adaptación fuera algo teatral y demasiado respetuosa con la película, el reparto hay que citarlo entero: José María Rodero (como el jurado 8), Jesús Puente, Pedro Osinaga, José Bódalo, Luis Prendes, Manuel Alexandre, Antonio Casal, Sancho Gracia, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Fernando Delgado y Rafael Alonso. Sencillamente deslumbrante. Disponible en la web alacarta de Televisión Española. No se arrepentirán.

Versionada y admirada, 12 hombres sin piedad es una de esas películas de la que aprender quijotismo, civismo, educación y respeto. Falta nos hace.

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