La llamada serie B o películas de bajo presupuesto tiene siempre ese toque de libertad creativa y de locura oculta que permite llegar a lugares donde no hay grandes estrellas que te pongan la zancadilla o excesivas llamadas de atención a los censores, que no se preocupan de películas que no va a haber casi nadie. Por ello, hay más oportunidades de encontrarse con trallazos a la moral puritana como el de esta semana. Absolutamente esencial para saber lo que es el buen cine negro. El buen cine.
Un policía obsesionado con la novia de un gángster pero que a la vez tiene una relación esporádica con una bailarina nocturna cercana a la prostitución; una pareja de villanos homosexuales que duermen en la misma habitación y se acarician con nombres infantiles; una mujer que intenta suicidarse con pastillas en la primera escena y poco después recibe sexo oral de su amante… Pues sí, amigos lectores, esto está en una película de Hollywood de los años 50 y ya me imagino que saben cuál es… o todavía están con la boca abierta. Agente especial (The Big Combo, Joseph H. Lewis, 1955) es una obra maestra de sordidez y crudeza, es decir, de pura vida real, pero también es un despliegue de recursos técnicos vanguardistas que le dejan a uno ojiplático setenta años después de su rodaje.´
Dirige el gran Joseph H. Lewis, quien es más conocido por la anterior El demonio de las armas, en la que ya experimentaba y jugaba creativamente a suplir la falta de dinero con ingenio y planos “artísticos”, para que la gente se quedara con la estética más que con la pobreza: brillante solución… si eres brillante como Lewis.
Partimos de un guion que firma Philip Yordan (Óscar ese año por Lanza rota), quien resulta que “dejaba” su nombre a guionistas amigos que no podían firmar sus obras por estar en la lista negra de McCarthy. ¿Escribió Yordan toda Agente especial? ¿La escribió otro? ¿Nos importa una vez que estamos metidos hasta dentro? Esta es fácil: no. El teniente Diamond persigue obsesivamente al jefe criminal señor Brown a través de su amante Susan Lowell. Cuando Susan intenta suicidarse, Diamond la detiene para intentar convencerla de que deje a Brown, a pesar de los consejos de otros policías (“Lleva con Brown tres años enteros. Con sus días… y sus noches”, y así toda la película con diálogos memorables, irónicos o con varias interpretaciones). El caso es que Brown conseguirá que ella vuelva, pero Diamond estrechará el cerco investigando a Alice, antigua esposa de Brown, aparentemente desaparecida.

No contaremos más de un guion que parece enrevesado pero que se sigue sin problema y que es modélico como investigación policial. Más interesantes son los personajes pues siguen la vieja máxima de cuanto mejores son los villanos, mejor es la película. Cornel Wilde es el policía y su esposa, Jean Wallace, hacía de amante de Brown. Pero quienes brillan son Richard Conte como Brown, Brian Donlevy como su subalterno rebelde McClure y la pareja homosexual de Lee Van Cleef y Earl Holliman como Fante y Mingo.
Conte tiene perlas como “El primero es el primero. El segundo es nadie” y él es quien baja su cabeza besando la espalda de su amada mientras la cámara se queda en el éxtasis de ella en un osado primer plano que todavía hoy hace que los censores obtusos se revuelvan en sus tumbas. Además, Brown no mira a la cara de Diamond cuando le habla, sino que, con arrogancia, habla con sus sicarios para que “le digan” lo que piensa. Gran personaje que es mucho más interesante que el bueno. Así es la vida.
Donlevy es sordo y lleva un audífono que servirá para torturar a Diamond, detalle morboso y retorcido, tan sutil como violento, y que también será clave en su muerte. “Te lo voy a quitar para que no oigas las balas”, dirá el señor Brown a un aterrorizado McClure, con supuesta piedad, dando lugar a una de las muertes más memorables de la historia del cine: sin sonido, solo vemos los fogonazos de las armas y entendemos lo que significa.

Y Fante y Mingo que “solo” parecen amigos inseparables, de repente se despiertan en la misma habitación que comparten: otra patada a los biempensantes que no saben que existe la homosexualidad. Cuando Fante muera, Mingo llorará su pérdida literalmente y su declaración será muy importante en el final.
Un final impresionante rodado en la niebla de la ciudad (¿recuerda a Casablanca?) con un marco que sirve para encuadrar a los policías que se llevan a Brown y, después, a Diamond con Susan en una imagen que se ha convertido en una de esas que se puede utilizar en cualquier antología del cine negro, pero que no todos sabrían ubicar. Maravillosa idea la de ese marco que parece recordarnos que estamos no solo ante una película negra, sino ante La película negra. Porque la fotografía en blanco y negro de John Alton (curiosamente, Óscar por el despliegue de color de Un americano en París) es una delicia de claroscuros constantes y planos en los que en ocasiones solo vemos un rostro y el resto está en negro. Puro preciosismo que emocionaría a Caravaggio.
Hay mucho más en Agente especial (pésima traducción de un título que juega con el “combo” del jazz y el “conjunto” de criminales de la película) y pueden seguir descubriéndolo. Como toda obra maestra sus lecturas son inagotables. Tiros, odios y crimen en la oscuridad de la niebla donde lo único que brillan son los diálogos y las ráfagas de las armas. Imposible superar.