Un trío amoroso consentido en un colegio, que conocen hasta los alumnos; un asesinato por envenenamiento más ahogamiento en bañera, tan violento como sórdido; o una escena final de morbo casi buñueliano con camisón transparente incluido. Todos esos ingredientes impactan en los años veinte del siglo XXI, así que viajemos ahora a 1955 y volvamos a recrearnos en la ceguera de los censores de todos los países que nos permitieron gozar de Las diabólicas (Les Diaboliques, Henri-Georges Clouzot).
El tópico nos dice que Clouzot es “el Hitchcock francés”, pero su filmografía es mucho más corta, con un humor más negro y desolado y con escenas granguiñolescas alejadas del Hitchcock más popular. Teniendo en cuenta que Hitch quiso comprar los derechos de Las diabólicas y Clouzot se le adelantó por poco y, teniendo en cuenta la influencia de esta en Psicosis o Vértigo, a ver si tenemos que empezar a decir que Hitchcock es “el Clouzot inglés”…
La película plantea sin tapujos cómo el director de un internado vive con su mujer y su amante, ambas maestras, y goza de ambas a demanda. Los profesores lo saben y alguno lo comenta… para mayor asombro del espectador. Pero ellas están hartas de la crueldad y violencia de Michel y la amante, Nicole (excelente Simone Signoret), la más fría y atrevida, ha planeado el crimen. La esposa frágil, Christina Delasalle (Vera Clouzot, esposa del director que solo trabajó con él y murió muy joven de un ataque al corazón), tiene más reparos por su educación cristiana pero, agárrense que hay curvas, no tiene problema en compartir cama con Nicole cuando falta el marido. Así como suena y hasta con plano de las dos en la cama. Sí, 1955. Oh, la, la. (Femme fatale, noir y suspense son palabras francesas. Por algo será).
Todo este morbo sexual y sádico nos deja ya en el comienzo algunos detalles brillantes. La película arranca con el director llegando al internado en su coche y pasando por un charco, en el que temblaba un inocente barquito de papel. La metáfora de la pérdida de la paz y de la inocencia es obvia. Al poco vemos cómo salen los niños al patio y cómo Nicole les hace salir marcando el ritmo, mientras Christina recibe un cariñoso regalo de uno de ellos. Dos mínimos instantes que sirven para caracterizar a ambos personajes. La tercera pata es Michel (Paul Meurisse), a quien se caracteriza por activa y por pasiva. Por pasiva porque antes de que entre en escena Nicole ya ha mostrado un ojo morado de la última noche, aunque trataba de ocultarlo con unas gafas muy noir. Y por activa porque, en cuanto tiene ocasión, fuerza a su mujer de forma violenta y, aunque no veamos nada, los gritos de ella en off sobrecogen la imaginación del espectador.
Los siniestros y oscuros decorados contribuyen a aumentar la claustrofobia en la que viven las dos mujeres por lo que el asesinato se presenta como única solución. De forma muy hitchcockiana, Clouzot reúne a Michel con Christine en una habitación para que ella le plantee el divorcio, con la botella envenenada en el centro de la mesa. La cámara y los personajes se mueven, pero el director procura que no perdamos de vista la botella, verdadero eje de la escena, hasta que Michel se rinde a ella. No crean que he revelado nada porque lo mejor está por venir.
Ambas deciden deshacerse del cuerpo en la sucia piscina del internado (casi un personaje por lo que sugiere tanto llena como vacía) para que parezca un accidente alcohólico, pero pasan los días y el cuerpo no sale a flote… (A todo esto, ya imaginan las escenas de suspense entre el crimen, el traslado en coche o la inmersión: cada una, una lección de cine). Sin poder controlar los nervios, deciden forzar la situación y vaciar la piscina para descubrir que… allí no está el cadáver.
No seré tan diabólico como para revelar lo que queda, que es mucho y bueno (la propia película incluye un cartel final en el que se nos pide no contarlo). ¿Fantasmas? ¿Apariciones? ¿Más muertes? ¿La policía? Solo comentar que la escena del pasillo y la bañera de los diez minutos finales queda grabada para siempre en la mente del espectador y, dependiendo de la edad, no descarto traumas prolongados. Así de espectacular y terrorífica resulta, con la sencillez y sobriedad habitual de Clouzot.
Por ejemplo, detalle a destacar es el uso del sonido. Sonido, que no música ni golpes musicales efectistas, pues no suena una nota en toda la película, solo en los títulos de crédito. En silencio sepulcral, lo que removerá al espectador y a su conciencia será el sonido de unas cañerías o de una máquina de escribir que teclea por la noche. Sí, justo lo que podría sonar esta noche en su casa…
Podemos subrayar también a secundarios que enriquecen la película como el maestro borrachín, la pareja de vecinos adicta a los concursos de la radio o el inspector aparentemente distraído. Una fauna tan variopinta como realista y, por ello, inquietante.
Clouzot es un cineasta genial, por desgracia, demasiado olvidado. Que la sordidez no nos distraiga, Las diabólicas es una maravilla que habla de la condición humana y de la supervivencia en un mundo hostil. Vuelvan a verla y tiemblen de placer. Eso sí, no les garantizo dulces sueños.