Toda película es irrepetible, pero es que algunas no podrían volver a rodarse ni como nuevas versiones. No veo posibilidades en las próximas décadas de que nadie plantee la idea de volver a rodar La parada de los monstruos (Freaks, Tod Browning, 1932), aunque, por otro lado, ni falta que hace: no la toquéis más, que así es la rosa.
La MGM quiso contraatacar a Universal y a su ciclo de terror, que había empezado arrasando en las taquillas a comienzos de los años 30. Drácula y Frankenstein habían sido grandes éxitos, por lo que nada mejor que contratar al director de Drácula y darle carta blanca para que rodara algo más terrorífico que aquellas. ¿Qué podía salir mal?
El guion bebe del triángulo amoroso clásico del cine negro: la retorcida mujer fatal se casa con un ingenuo para asesinarlo y así heredar su fortuna y disfrutar posteriormente con su amante… si el plan saliera bien. Todo muy “normal”, si no fuera por la monumental figura de Tod Browning (1880-1962). El director americano fue pionero en el cine mudo como actor, guionista y director y se convirtió en uno de los mejores retratistas de nuestros miedos a través de figuras malditas, frustradas y/o señaladas por la sociedad. Browning, que había trabajado de joven en el circo y en espectáculos de variedades, tuvo un grave accidente de tráfico con 35 años que le marcó de por vida con una cojera y diversas cicatrices físicas y psicológicas. La relación con su cine posterior es obvia.
El caso es que La parada de los monstruos (¿se pondría ese título hoy?) está protagonizada por personas que Browning sacó directamente del circo: enanos, un hombre sin piernas, una mujer sin brazos, microcéfalos, un “torso humano” sin brazos ni piernas, una pareja de siamesas unidas por la cintura… El insólito reparto provocó ya desde el rodaje. Los técnicos pidieron comer apartados de ellos y las secretarias escapaban si se les acercaban. Browning, por el contrario, les trató con todo el respeto y humanidad que no mostró el mundo del cine y les pagó religiosamente, empatizando (o discutiendo) con ellos como con cualquier otro integrante del elenco.
En efecto, en la película el protagonista es el enano Hans (Harry Earles, que dejaría el cine por el circo), quien ama a Frieda (Daisy Earles, hermana del anterior, aunque interpreta a su amante), pero su amor se ve cegado por la femme fatale, la escultural trapecista Cleopatra (la rusa Olga Baclanova, en un papel que fue rechazado por actrices que se negaron a participar con ese peculiar reparto).
Cleo y su amante, el forzudo del circo, planean engañar a Hans, envenenarlo y quedarse con su dinero, pues se burlan de él y de todos sus amigos “diferentes” o fuera de lo “normal”. Y es que la fuerza de la película radica en la obvia carga moral: ¿quiénes son los “normales”? ¿Quiénes son los horribles? El célebre clímax que es la boda de Hans con Cleo deriva en las monstruosas burlas de ella borracha, frente a la ingenuidad de los invitados que pretenden convertirla, y brindan por ello, en “una de los nuestros”. Con una violencia que revuelve las entrañas, ella se rebela y les insulta y ridiculiza, presumiendo de su supuesta superioridad.
Pero la justicia poética no será tan poética. Las atracciones de feria forman una familia y actuarán como tal para defender a Hans. En un terrorífico final con tormenta la venganza será cobrada y nos dejará para el recuerdo cómo estas personas son tan iguales a nosotros que también saben vengarse con crueldad. Sí, Cleo se convertirá en uno de ellos.
¿Es morbosa la película que escandalizó desde su estreno y fue prohibida casi en el acto? Creo que Browning nos quiere mostrar la realidad de unas personas que algunos esconden o se niegan a ver y que, sin embargo, ríen (las siamesas y sus novios), aman (Hans y Frieda), se reproducen (la mujer barbuda), asombran (el hombre sin brazos ni piernas que se enciende su cigarro y lo fuma), viven, mueren o… matan. No hay diferencias. El horror no está en lo físico, sino en lo moral. Tal vez lo verdaderamente horrible sea esconder a estas personas, no empatizar con ellas, no querer verlas o prohibir esta película. ¿Quiénes son los monstruos ahora?
La parada de los monstruos es absolutamente única e imposible de imitar. Por ello, resulta esencial verla y empatizar con “ellos”: solo un monstruo desviaría la mirada.