El esqueleto de la señora Morales (Rogelio A. González, 1960) es un divertimento negro, con el guionista de Buñuel, el humor de México y una puesta en escena entre expresionista, esperpéntica y granguiñolesca. Una delicia.
Me la descubrió ya hace tiempo el gran Jesús Palacios en el prólogo a su imprescindible TerrorVisión (Valdemar, 2018), obra en la que recopilaba relatos de terror y misterio llevados al cine. Uno de ellos era El misterio de Islington del inefable Arthur Machen, quien nos deleita en unas pocas páginas con un marido que hace desaparecer a su inaguantable esposa con un encanto British muy de la Ealing. El caso es que trasladar la flema británica a México es solo una de las muchas virtudes de El esqueleto de la señora Morales (Rogelio A. González, 1960), título bastante más explícito que el del relato original…
Luis Alcoriza, guionista habitual en México de Luis Buñuel, es quien afina y redondea el guion de forma genial. El personaje principal sigue siendo taxidermista y “componedor” de esqueletos y su mujer sigue siendo insoportable y temida por los amigos de él… pero ahora adorada por el cura de la parroquia y las beatas del lugar. La presencia de la religión no es baladí y se subraya en la presentación de ella con un enorme crucifijo sobre su cama… ¡y otro sobre la mesa!

Pero serán los golpes humorísticos los que definan el guion, a golpe de risa cruel. Cuando la señora Morales sale y por fin deja solo a su marido, este puede saciar sus instintos con la criada y en un sensual primer plano le solicita… un filete bien gordo y poco hecho, como los que no le deja comer su mujer, para burla de la calenturienta imaginación del espectador. Más fácil, pero muy efectivo, es el uso de la recurrente beata a quien han operado de la vejiga y está orinando constantemente. Sus ridículas carreritas al baño son delirantes, sobre todo cuando llegan demasiado tarde.
Alcoriza añade también una erótica escena de la protagonista en la ducha, donde es sorprendida por su marido. Cuando ella parece ceder a sus deseos y ya con los ojos cerrados, hace desaparecer cualquier posible cercanía pidiendo rutinariamente a su marido: “Lávate las manos y échate alcohol”, por los supuestos olores de la taxidermia y las náuseas que esto le causa. Obsesión enfermiza por el gel hidroalcohólico que a muchos nos resultará reciente, por cierto.
Religión, beatería, obsesiones absurdas y represión sexual, todo un cóctel buñueliano que se completa con un excelente reparto y grandes detalles en la puesta en escena.
Arturo de Córdova es Pablo Morales y aporta su habitual elegancia y sonrisa cautivadora a un personaje capaz de enamorar y de juguetear con niños, mientras destaza animales o elabora esqueletos. Ojo, que la gracia de la película es que él es el bueno, porque ella es veneno puro. Amparo Rivelles borda el papel de la odiosa señora Morales, quien aparenta ser abnegada ante su marido y es una hipócrita beata y racista (esas “indecentes negras africanas”), que hasta fingirá malos tratos gritando “¡No me pegues más!”, cuando él sería incapaz de tocarla. Mala, malísima y también guapísima y sensual en esa escena de la ducha, el espectador está esperando que la maten de una vez por arpía. Añadamos a su “compadre” el Padre Artemio Familiar (Antonio Bravo) (este sí que da miedo y tendrá una memorable conversación-confesión final con Pablo) o a su hermana y cuñado, que compondrán una cuadrilla temible.

El lugar de trabajo de Morales es una especie de sótano siniestro y oscuro donde conviven animales disecados y un águila viva que parece observarlo todo (y aficionada a la carne poco hecha… como su dueño). Rogelio González juega con el expresionismo a través de la iluminación y con picados y contrapicados esquina a los personajes y nos deleita con alardes visuales. El famoso plano final del entierro múltiple nos deja literalmente patas arriba, pero en la escena anterior hay un plano que firmaría el mismísimo Hitchcock, cuando una botella con veneno ocupa la pantalla para que el espectador fije su visión en ella, consciente de lo que puede pasar.
Y es que no he revelado casi nada de la historia porque conviene dejarse llevar por la sorpresa, la ironía y el golpe final. Habrá un crimen, habrá un esqueleto y habrá un juicio como en el relato de Machen (aunque aquí entra el esqueleto en la sala: ¡brillante!), pero El esqueleto de la señora Morales es muy superior al relato original y mucho más valiente al añadir violencia, sexo, religión, burla... ¿Puede ese fémur deformado ser el de la coja señora Morales? ¿Se puede condenar a alguien sin cadáver? Si el bueno de Pablo es enemigo de la violencia, ¿cómo acabará con su esposa? Y, lo mejor, no lo duden, aunque crean intuir las respuestas a esas preguntas, la película seguirá sorprendiendo y haciendo reír. Por lo absurdo o por lo terrorífico, pero el disfrute está garantizado. Feliz Día de Muertos a la mexicana.