Experimento en negro

Fotograma de "Brick" (Rian Johnson, 2005)
photo_camera Fotograma de "Brick" (Rian Johnson, 2005)

Brick (Rian Johnson, 2005) no deja indeferente. Frente al radical “o la amas o la odias”, tan frecuente en nuestros días, podemos transitar por sus virtudes, que no son pocas, y recurrir al sentido común, menos frecuente en nuestros días, de recomendar su visionado para sacar nuestras propias conclusiones.

Rian Johnson fue el perpetrador de Star Wars: Los últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, 2017), lamentable episodio ocho de la serie galáctica que a muchos nos pareció ofensiva y digna de ser aniquilada por el poder de la Fuerza. Sin embargo, eso no quita para reconocer las virtudes de Looper (2012) o de la primera Puñales por la espalda (Knives Out, 2019), que actualizaba el whodunit clásico y presentaba un nuevo detective en un reparto multiestelar: fórmula manida, pero efectiva. Dicho esto, tal vez su primera película, Brick (2005), siga siendo la más interesante por su inocencia, su ambición, sus lecturas y su cinefilia y, si la vemos sin prejuicios, podremos llevarnos alguna sorpresa.

               Johnson trató de mezclar el cine de adolescentes en el instituto con el cine negro clásico de detectives, crímenes y mujeres fatales. Contado así, alguno saldrá corriendo, pero añadamos capas. El director y guionista consideraba que la adolescencia en el instituto suele retratarse con comedias ligeras o melodramas románticos, por lo que él buscó dotar al género de la seriedad con la que los adolescentes viven ese mundo y esa época. No se trata de mostrar fielmente cómo es la vida del instituto, sino de mostrar cómo la viven los adolescentes: como el momento más importante de sus vidas y, en ocasiones, con experiencias peligrosas y cercanas a la muerte… Ahora sí que empieza a sonar bien esto.

               Brendan (Joseph Gordon-Levitt) descubre el cadáver de su novia Emily (Emilie de Ravin) y saltamos a dos días atrás cuando ella le dijo que estaba en peligro y desapareció. El joven investigó su desaparición entre el inframundo del instituto, poblado de drogas, armas, violencia y peligros. No, esto no es una comedia de instituto, pero tampoco es cine negro clásico.

               El arranque, con el cadáver junto a un desagüe, recuerda a la Laura Palmer de la maravilla onírica de Twin Peaks y, durante toda la película, sobrevuela cierto ambiente de ensoñación o pesadilla, propiciado por ese retrato no realista del centro de estudio. Nunca vemos a Brendan en clase y apenas aparecen adultos (en contra de lo esperable en una película de institutos), lo que subraya la soledad del protagonista y hace crecer el desasosiego por su indefensión.

               Más guiños. Johnson reconoció que sus referencias fueron Dashiell Hammett y El halcón maltés (todos esos pájaros de la película), junto a Muerte entre las flores o La naranja mecánica, por su estética y su lenguaje. El juego de la trama se establece con el “ladrillo” del título (objeto clave habitual en el cine clásico) y la búsqueda del mismo que desaparece junto a Emily. Personaje a personaje vamos del eficaz amigo del protagonista, The Brain, hasta el villano o capo del instituto, The Pin (Lukas Haas, sí, el niño de Único testigo), que viste como Barnabas Collins, con capa y bastón porque cojea. Entre ambos, un par de femmes fatales sinuosas y peligrosas o un agresivo tipo a quien llaman Tugger.

               Y es que la violencia va a estar muy presente, como manda el cine negro, con peleas a puñetazos muy estéticas y el protagonista recibiendo palizas cada dos por tres. Palizas de las que sale impoluto, claro está, que esto es cine con aires clásicos y no, realismo social. Los amigos de lo verosímil ya han salido corriendo, si no entran en el juego de la película, porque echan de menos a la policía o a los padres, pero a Johnson no le interesa la realidad, sino el crear un mundo y llenarlo con sus referencias.

               Irónicamente, el instituto en el que rodó Johnson es el mismo en el que estudió, por lo que lo personal se cruza con lo artístico y para él supuso toda una catarsis, incluso con chistes privados sobre antiguos profesoras (“Dura, pero justa”). Porque los diálogos, claro está, intentan imitar la afilada velocidad de Hammett y, aunque no llegan al genio del original, consiguen aligerar algo la película, que no permite frivolidades… como si fuera un adolescente trascendente.

               Un final violento, aunque no explícito, y un epílogo redondo, en el que asistimos al último giro de guion (que juega constantemente a la confusión), terminan por cerrar esta Brick de aire independiente. El poco presupuesto impulsa la creatividad y el ingenio, por ejemplo, aquella escena en la que Brendan ilumina una habitación reflejando luz con un espejo o ese decorado principal de la boca del desagüe tan lleno de lecturas pesadillescas.

               Una propuesta original que supone una mezcla insólita entre luces y sombras noir. Ya saben el consejo: no me hagan caso a mí. Vean la película y juzguen ustedes para saber si el ladrillo del título está solo en la pantalla.

Comentarios