Los fieles defensores de Camelot

Fotograma de "FBI contra el imperio del crimen"
photo_camera Fotograma de "FBI contra el imperio del crimen"

FBI contra el imperio del crimen (The FBI Story, Mervyn LeRoy, 1959) es una película propagandística, pero su reparto, su variado dinamismo, su argumento familiar y su encanto retro hacen que se disfrute como entretenimiento inofensivo y hasta nos enriquezca culturalmente.

Ya hace meses que mi hermano me advirtió de que el tema de la última de Scorsese, Los asesinos de la luna, ya lo había tratado FBI contra el imperio del crimen (The FBI Story, Mervyn LeRoy, 1959) hace muchas décadas (¡y con mayor capacidad de síntesis!). Más todavía, en la película de LeRoy también se toca el asunto de espionaje durante la Guerra Fría que aparece en El puente de los espías de Spielberg (aquello de Rudolf Abel y su microfilme dentro de la moneda). Y, por si fuera poco, también tenemos la lucha contra Dillinger o Baby Face Nelson en plena era de los gánsteres.

               Es decir, en un tono casi documental (narrador incluido), la película recorre los principales casos del FBI en el siglo XX, siguiendo al agente Chip Hardesty (James Stewart). Lo “épico” y ambicioso del asunto es que ese largo recorrido nos lleva a historias en clave de wéstern, el Ku-Klux-Klan, historias del crimen organizado, la Segunda Guerra Mundial, una curiosa y extraña aventura sudamericana y la Guerra Fría y la lucha contra el comunismo. Semejante amplitud hoy llevaría a una película de tres o cuatro horas, pero FBI contra el imperio del crimen no llega a las dos y media… y todavía falta por contar lo mejor.

               La parte “humana” de la película no es ver el cameo del mismísimo Edgar Hoover o asombrarnos por los sofisticados intestinos de los edificios “federales”, no, cuando la película se torna entrañable es a través de la vida íntima de Chip y la forja de su familia, desde que flirteaba con su novia Lucy (Vera Miles) en los pasillos más recónditos de la biblioteca, hasta que se convierten en abuelos. A lo mejor es porque los magníficos Stewart y Miles luego serían la pareja protagonista en Liberty Valance (con permiso de Wayne), pero esa parte familiar a mí me ha recordado a John Ford y, por ejemplo, a la emotiva visión de la familia apegada a una institución que daba en Cuna de héroes (1955). Tal vez por ello, más se echan de menos los secundarios de Ford o la camaradería de sus películas, que apenas se intuyen en esta. La lucha entre la familia y el deber y el conflicto con la responsabilidad sí es un tema común, así como el paso del tiempo a través de fiestas como la Pascua o la Navidad y fechas históricas como Pearl Harbor. No, LeRoy no es Ford, pero intenta parecerse (de hecho, eso se dijo de su trabajo conjunto en Escala en Hawái).

               Puestos a destacar episodios de la película, precisamente el de los crímenes de indios Osage es uno de los más notables. En apenas media hora comprendemos toda la historia y, con un tono de wéstern crepuscular, Stewart impone la ley federal ante los estafadores asesinos. La espectacular explosión de una casa resulta inesperada e impecable desde el punto de vista técnico y la captura final de los villanos juega con las sombras y la noche con elegancia y misterio. Punto a favor de la síntesis de Mervyn LeRoy (quien, recordemos, también había dirigido Quo Vadis, por lo que también sabía ser grandioso cuando era necesario).

               Otro de los momentos más logrados sería la persecución del espía soviético por la ciudad de Nueva York sin que este se entere. Hoy estamos más que acostumbrados a este tipo de seguimientos por múltiples agentes, pero ver en los cincuenta esa coordinación, llamadas a la central (desde cabinas públicas, claro) y el final en el momento justo del contacto con el otro agente tuvo que ser tan efectivo y aplaudido como lo es ahora.

               Y es que el “problema” de la película sería el maniqueísmo impuesto por Hoover y el retrato inmaculado de su FBI. Parece ser que Hoover eligió a Stewart por su habitual imagen impecable; además, mandó repetir alguna escena y hasta tuvo derecho a dar el visto bueno final. Incluso dos agentes supervisaban el rodaje para que todo saliera de acuerdo con los deseos del director de la agencia. De esta forma, no hay ni una sombra en los “buenos” y solo esas crisis familiares son las que dotarían de credibilidad a la historia. Curiosamente, el éxito de la película dio la razón a Hoover y a su ojo paternal y condescendiente para con “su” pueblo y FBI contra el imperio del crimen (el rimbombante título en español también parece querer colaborar en la hagiografía) consiguió su objetivo de funcionar como largo anuncio propagandístico y hasta dio lugar a la serie de televisión F.B.I. (1965-1974).

               No estamos ante una obra maestra pero sí ante una obra histórica muy significativa por lo que cuenta y por lo que es. Lo que cuenta son hechos históricos más o menos edulcorados pero muy bien contados y representados (por ejemplo, la famosa muerte de Dillinger a la salida del cine con su traidora chica con ese traje rojo sangre o el excelente y sucinto prólogo de la terrible bomba en el avión). Y lo que es FBI contra el imperio del crimen también es una imagen de la idílica América que todavía soñaba con unas fuerzas del orden todopoderosas que preservaban el sueño americano como si fuera la corte de Camelot. Los 60 estaban a punto de asomar y el sueño se iba a convertir en pesadilla con presidentes asesinados, guerras interminables o la sociedad patas arriba. Pero eso es ya otra historia, como decía Kipling, uno de estupefacientes…

Comentarios