Gloria eterna a Rocky

Va siendo hora de reivindicar a Sylvester Stallone, quien, como poco, deja para la historia a Rocky y a Rambo, en películas icónicas y, en más ocasiones de las que se cree, muy brillantes tanto en puesta en escena como en diálogos, bandas sonoras, interpretaciones y épica

El boxeo es casi un género cinematográfico, habitualmente vinculado al cine negro por el ambiente, la derrota, los golpes, la violencia o los engaños. Por supuesto que el Noble Arte también nos da buenas dosis de épica, leyenda o resurrecciones victoriosas, por lo que su riqueza dramática es infinita.

En los sesenta y setenta Muhammad Ali aportó el carisma universal que le faltaba al ring para que todo el mundo hablara de él y el Rumble in the Jungle (Ali-Foreman, 1974) y el Thrilla in Manila (Ali-Frazier III, 1975) fueron acontecimientos mundiales a la altura de un Mundial de fútbol o de unos Juegos Olímpicos (sí, tenían título propio, como si fueran cantares de gesta ya antes de celebrarse y ambos combates fueron deporte, drama, pasión y vida).

El caso es que en ese ambiente nació Rocky (John G. Avildsen, 1976). Por supuesto poco antes habíamos tenido La gran esperanza blanca (The Great White Hope, Martin Ritt, 1970) o Ciudad dorada (Fat City, John Huston, 1972), pero Stallone fue quien consiguió aunar todos los elementos citados en el primer párrafo de este texto y cautivar al público para sucesivas generaciones.

Va siendo hora de reivindicar a Sylvester Stallone, quien, como poco, deja para la historia a Rocky y a Rambo, en películas icónicas y, en más ocasiones de las que se cree, muy brillantes tanto en puesta en escena como en diálogos, bandas sonoras, interpretaciones y épica.

Stallone escribió Rocky literalmente en cuatro días, tras ver un Ali-Wepner en el que el desconocido aspirante, Chuck Wepner, aguantaba quince asaltos a Ali y hasta le tiraba en una ocasión (en realidad, un resbalón). Syl presentó su guion a United Artists y solo lo vendió al asegurarse él el papel principal. Nacía un mito.

La película no es de boxeo. Que nadie se asuste o tema ver demasiada sangre, pues solo en los minutos iniciales y finales nos subimos al ring. Rocky trata de un tipo ya treintañero que no ha triunfado en nada, gana unos dólares en peleas y trabaja de matón para el gánster del barrio. Casi se parece más al Billy Tully de Huston que al triunfador Muhammad Ali.

Sin embargo, su vida cambia cuando el campeón Apollo Creed (gran Carl Weathers) decide celebrar el bicentenario de Estados Unidos dando una oportunidad a un desconocido con arrogancia y condescendencia (sí, estaba inspirado en Ali). Rocky no quiere aceptar, pero termina haciéndolo y su sueño es aguantar en pie los quince asaltos para demostrarse a sí mismo quién es.

Esta historia de redención y resurrección parece tópica, pero está llena de sentimientos, vida en el barrio, personas normales y relaciones humanas. Rocky está enamorado de la patológicamente tímida Adrian (Talia Shire, salida de El padrino). El viejo entrenador Mickey (Burgess Meredith) desprecia a Rocky porque cree que ha desperdiciado su vida convirtiéndose en un matón de barrio. El futuro cuñado Paulie (Burt Young) ejerce como tal, intentado arrimarse a Rocky y sacar beneficio. Si todo esto no es la vida real, se le parece mucho. La escena de amor con Adrian en la pista de patinaje es pura inocencia e ingenuidad. La petición de Mickey ante la puerta cerrada de Rocky es la emoción de la derrota y la perspectiva de la última oportunidad de ser algo. El paseo de Rocky por el ring en sepulcral silencio el día antes del acontecimiento es la calma antes de la tempestad, inherente a todo relato épico. Y, por supuesto, está el final.

La memorable banda sonora de Bill Conti no es solo el tema de entrenamiento más usado en la historia de los gimnasios, sino un piano que puntúa con delicadeza los pasos de Rocky y Adrian y nos lleva a diez minutos finales de pura gesta deportiva como solo los americanos saben rodar. Suena la campana y Rocky solo grita “¡Adrian! ¡Adrian!”. El amor es el premio y lo demás no importa. Rocky resucita a una nueva vida de dignidad, autoestima y gloria.

Que conste que las referencias cristológicas no son solo por las fechas en las que estamos. El primer plano de la película es un pantocrátor que domina el ring de mala muerte donde pelea Rocky en el barrio: una capilla reconvertida. Sí, el tema de la resurrección está en la película, también cuando Rocky reza piadosamente antes de su batalla final.

La Resurrección también es posible en la pantalla. Feliz Pascua de Resurrección a todos nuestros lectores y que sigamos resucitando títulos, sí, pero sobre todo a nosotros, pues ninguna caída podrá vencernos con fe en la vida, esperanza en el futuro y amor a alguien o algo.

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