Golpes de la vida para perdonar pecados

Fotograma de "Warrior" (Gavin O’Connor, 2011)
photo_camera Fotograma de "Warrior" (Gavin O’Connor, 2011)

Está claro que Warrior (Warrior, Gavin O’Connor, 2011) es una película depotiva que nos hace pensar en la paradigmática Rocky con una simple mirada de soslayo a su argumento o por su emoción en los combates. Sin embargo, Warrior es mucho más que eso por su atmósfera, por sus intérpretes y por un final inolvidable.

Una cosa es el cine negro y otra, lo noir. El cine negro implica crimen, armas, maldad y, con frecuencia, sombreros y gabardinas. Lo noir es una atmósfera, es un ambiente de derrota, de almas quebradas, de búsqueda de respuestas en un mundo demasiado ancho y ajeno. Warrior (Warrior, Gavin O’Connor, 2011) no es cine negro, pero, sin duda, tiene el sentimiento noir en cada uno de sus fotogramas y en sus desgarrados personajes.

Podríamos hablar de película deportiva y hasta de artes marciales. Un profesor de Física se ve obligado a combatir para ganarse un sobresueldo (ojo, que esto está basado en la realidad), mientras que un soldado exboxeador vuelve a casa para que su padre alcohólico le entrene para una competición de artes marciales mixtas con premio millonario. La chispa del asunto es que ambos personajes son (¿eran?) hermanos y se distanciaron cuando uno se fue con la enferma madre y el otro se quedó con su novia, aunque también distanciado del padre. Todo un melodrama que parece difícil de sostener si no fuera por las tres patas de este trípode sobre el que se asienta la película con rotundidad: Joel Edgerton, Tom Hardy y Nick Nolte.

Joel Edgerton interpreta al profesor con una familia estable pero a quien las deudas le acosan y puede quedarse sin casa. La decisión de participar en ese torneo será casual y desesperada y el dibujo que hace Edgerton, lleno de silencios y con un carisma apagado, es antológico para que empaticemos con él.

Tom Hardy es el hermano aparentemente descarriado y su cara torturada y llena de heridas de la vida aporta un trasfondo que vamos descubriendo poco a poco. No es que fuera boxeador por la ira que su padre originó en él, es que en el ejército se portó como un héroe y salvó a varios soldados… cuando estaba desertando por la muerte de un hermano de armas a cuya familia ha prometido ayudar. Parece complicado y, de nuevo, melodramático, pero el personaje de Hardy es el más complejo por su violencia contenida y cómo esta explota dentro del hexágono o por los rencores y cicatrices que solo intuimos en su interior.

Y Nick Nolte es el padre de ambos y quien consiguió la nominación al Óscar por su trabajo en esta película. Solo su rostro vuelve a aportar de todo y la forma en la que busca la redención y el perdón de sus hijos casi nos termina por convencer, si no fuera por el infierno que creó y que ha dado lugar a las personas con alas rotas que vemos. De forma sutil, pero muy eficaz, el personaje está escuchando constantemente el audiolibro (no sería capaz de leer, buen detalle) de Moby Dick y se obsesiona con la lucha de Ahab, personaje también torturado y psicótico… como él cuando bebe.

El encuentro entre los hermanos ya nos deja perlas de diálogos como Edgerton mostrando fotos de sus hijas y Hardy contestando con terrible frialdad: “¿Por qué estoy mirando fotos de gente que no conozco?” “Porque es mi familia” “¿Y tú quién eres exactamente?” “Soy tu hermano” “¿Estuviste en los marines?” “¿Qué?” “Digo que no sabía que hubieras estado en los marines” “No he estado en los marines” “Entonces no eres mi hermano”. Esa violenta tensión al borde de la catástrofe durará toda la historia.

La última parte de la película parece la más convencional, con el enfrentamiento de artes marciales mixtas (con coreografías y victorias poco creíbles). Sin embargo, para empezar, no hay muchas películas sobre este tipo de lucha, que permite agarres, presas y patadas y no es comparable con el Noble Arte por su suciedad, dirán algunos, su realismo, dicen otros. Para seguir y más importante, sí, claro que llegará el enfrentamiento entre los hermanos, pero el desenlace, que no diremos, es tan llamativo como insólito, porque a lo largo de la película se nos han dado los suficientes giros de guion como para que los dos puedan o deban ganar. ¿Según los cánones de Hollywood tendría que ganar el soldado a quien aplauden los marines y que va a donar el dinero a una viuda o el padre de familia a quien admiran sus alumnos y que solo busca lo mejor para sus hijas? Combate final, por cierto, al ritmo de About Today de The National, canción que huye de la épica o de la adrenalina, pues habla de la pérdida y de mirar al otro. Y es que, al final, es cuando nos damos cuenta de que la victoria no está en la tarima, sino en el perdón y en el reencuentro. Esa memorable conclusión es lo que distinguirá a esta película de otras parecidas.

El director, Gavin O’Connor, ha seguido buceando en el tema del perdón en películas como El contable (2016) o en la también deportiva El camino de regreso (2020), ambas con Ben Affleck, pero en ninguna ha estado a la altura de Warrior, tal vez por la desgarrada fisicidad de los golpes que vemos y sufrimos en la película, tanto reales como figurados. Por cierto, parece ser que O’Connor también creció distanciado de su hermano…

Saquen del olvido esta joya que pasó desapercibida solo para quienes no la vieron. Familia, honor, redención, pecados de nuestro pasado y el abrirnos paso a golpes: toda una mezcla infalible para poner nuestros sentimientos al descubierto y llevarnos a la emoción. Sí, esa entrañable razón por la que disfrutamos del cine, el ser capaces de emocionarnos aunque sea con violencia extrema o historias imposibles. Puro disfrute. Puro cine.

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