Honor, familia y tradición

En "Yakuza" están todos los tópicos esperables del sol naciente: los tatuajes, el juego, las saunas, los kimonos, los tatamis… Pero verlo a través de Robert Mitchum y añadir los valores universales del sacrificio, la lealtad, la familia o la moral es lo que marca la diferencia

Hoy quedarán pocos que no sean capaces de identificar el término yakuza con la mafia japonesa, sin embargo, en los setenta, Yakuza (The Yakuza, Sidney Pollack, 1974) debía empezar con unas letras explicando su etimología numérica o, en plena explosión del cine de artes marciales, aquello de “hace cien años, les llamaban samuráis”.

¿Se suma Yakuza a la moda marcial del gran Bruce Lee o es algo más? Pobres de aquellos que la pasen por alto, pues no sabrán lo que se pierden. Sí, es evidente que las circunstancias setenteras propiciaron el guion de Paul Schrader y Robert Towne (lo siguiente de Schrader sería Taxi Driver y Towne estaba con Chinatown, casi nada). La película se ambienta en Japón y nos cuenta una historia de venganzas con la yakuza al fondo, pero la película es americana por lo que el punto de vista es claramente occidental: dirige Sidney Pollack y protagoniza un Robert Mitchum cerca de cumplir sesenta.

El gesto de Mitchum suele dar para varias películas y, en esta, por ejemplo, su pasado lo cuentan sus arrugas y sus heridas internas en forma de silencios y sobriedad. Bien es verdad que también lo cuenta Pollack en una inteligente y económica puesta en escena, cuando sus amigos en off dialogan, mientras a él le vemos ya pasear por Japón. Tras la guerra Harry Kilmer (Mitchum) se había enamorado de una japonesa, madre de una hija, cuya familia había muerto… hasta que un hermano (Ken Takakura) reapareció años después y no permitió su relación con un occidental. Kilmer regresó a Estados Unidos y décadas después debe volver a Japón como favor a un amigo que tiene problemas con la yakuza y el reencuentro con su antigua “familia” será inevitable.

La historia amorosa y el reencuentro es delicado y solemne, como podemos esperar de la elegancia japonesa, sin embargo, la moda obliga, esta no es una película de amor crepuscular (o no solo) y se plantean dos violentas venganzas. Por un lado, Kilmer será traicionado y su rival será un occidental en Japón a quien irá a buscar con pólvora y odio. Es muy significativa la escena en la que mata al objetivo de varios disparos y Pollack subraya la eficacia y contundencia de Kilmer con tantos vertiginosos planos como disparos, en clara clave de wéstern. Por otro lado, el hermano de su amada, quien a pesar de no tolerar su relación está eternamente en deuda con Kilmer por haberla salvado en la posguerra, será el que tenga que rendir cuentas con la yakuza y le veremos, con planificación mucho más estilizada, usar la catana con la brutalidad habitual de una hoja cortante como un sake a las diez de la mañana.

Pero todo lo anterior sería muy convencional y no merecería, tal vez, pasar por esta sección de eltaquígrafo. Lo que diferencia a Yakuza de otras películas es el giri. Giri es la carga que el japonés tiene sobre sus espaldas como deuda de honor, en este caso, a pesar del odio por la guerra, por ser occidental o por su relación amorosa: Tanaka Ken está en deuda con Kilmer por haber salvado a su hermana y sobrina. El joven acompañante de Kilmer no lo entiende y le preguntará a Tanaka: “Ese giri… ¿significa obligación, no?” “Carga. Es la carga más difícil de soportar” “Sí, vale, supongamos que no la soportas, ¿nadie va a venir a pedirte cuentas, no?” “No” “¿Y vosotros creéis en algún tipo de cielo o infierno?” “No” “¿Entonces en qué creéis que os hace respetarlo?” “En el giri”. Una de esas píldoras filosóficas orientales que nunca entenderemos a este lado del globo, pero que han justificado vidas enteras en oriente.

Finalmente, tras una escena trágica, el propio Kilmer hará un descubrimiento trascendente que le llevará a una conclusión demoledora: el daño que ha causado a Ken en el pasado y en el presente debe ser subsanado. Esa era la esencia del guion de Schrader (que no se llevó muy bien con Pollack) y que se conserva en un epílogo memorable que marca a todos cuantos ven la película por primera vez. No voy a revelarlo, claro está, pero el sacrificio, la lealtad, la familia o la moral se juntan en el gesto de Mitchum quien parece reencarnarse, por increíble que parezca, en un samurái japonés en ese cierre genial.

Sí, aquí están también todos los tópicos esperables del sol naciente: los tatuajes, el juego, las saunas, los kimonos, los tatamis… Pero verlo a través de Robert Mitchum y añadir los valores universales citados en el párrafo anterior es lo que marca la diferencia. En los tiempos que corren tal vez la familia, el honor o las deudas morales sean reliquias del pasado, como se dice de los dos protagonistas de la película. Entonces, tal vez Yakuza sea también una reliquia del pasado. Como el buen cine. Como la vida digna de ser vivida.

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