Parece ser que hay una expresión apalache que describe a alguien “como a un perro escarbando tras un hueso de invierno”. Pues bien, ese espíritu de búsqueda invencible que apela a la propia supervivencia es el que recorre la historia de Ree Dolly en Winter’s Bone (Debra Granik, 2010).
La historia es sencilla y cruda. Cuando su casa y su familia se ven amenazadas porque su padre ha violado la condicional, una joven de diecisiete años deberá encontrarlo vivo o muerto, acudiendo incluso ante sus posibles asesinos para tener una prueba de su muerte (¡o de vida!) y no verse en la calle. Ree tiene dos hermanos más pequeños y una madre que ha perdido la cabeza. Viven casi en la miseria o de lo que les dan los vecinos más generosos. Ree es una superviviente nata.
Está claro que lo descrito parece no invitar a ser “entretenido” o a “pasar un buen rato” por cien minutos de cine, pero el arte sirve también para removernos, para empatizar con otros seres humanos, para hacernos pensar en nuestras afortunadas vidas y en quienes no las tienen tan afortunadas. Es evidente que el personaje de Ree solo podría sostenerse con una gran interpretación y Debra Granik acertó de pleno al confiar en el primer papel protagonista de Jennifer Lawrence, quien sería nominada al Óscar por este título.

Lawrence aporta su físico aparentemente frágil pero decidido y añade matices en su forma de dirigirse a quienes tratan de engañarla o a quienes tienen fantasmas en sus espaldas (la novela original de Daniel Woodrell revelaba que había sido violada por uno de sus vecinos… con los que tiene que hablar). Su interpretación está bañada por la tristeza de quienes se han acostumbrado al estiércol, pero de vez en cuando muestra lágrimas de sentido del humor que la devuelven al género humano. Cuando enseña a sus hermanos a cazar y a desollar ardillas (“¿Cómo las queréis: fritas o estofadas?”), el pequeño pregunta en el momento de sacarles las tripas: “¿Esto nos lo comemos?”, “Todavía no”, contesta ella con una resignación y cinismo propios de Philip Marlowe.
Porque en esta película no hay femme fatale, pero los diálogos son una de las características que nos conducen a la oscuridad del mejor cine negro. Ya no solo es Ree al hablar con la banda de lugareños de las montañas Ozark que cocinaban anfetas con su padre hasta que les traicionó: “¿Qué vamos a hacer contigo, pequeña?” “Matarme, supongo” “Eso ya lo hemos discutido. ¿Alguna otra idea?” “Ayudarme. Nadie ha dicho eso todavía, ¿verdad?”. Sino que la riqueza verbal de la película llega a otros personajes, como el tío de Ree, Teardrop, (Lágrima, vaya con el nombre parlante), interpretado por John Hawkes: “No quieres ir donde esta gente preguntando lo que no debes. Sería una forma de terminar devorada por cerdos… o deseando haberlo sido”.
Y es que la violencia va envolviendo la película y la búsqueda de Ree, de manera lenta pero segura. Intuimos que esta va a estallar a medida que vamos conociendo el vecindario, más bien, a medida que van saliendo de sus caravanas o garajes y vemos sus monos grasientos, sus barbas piojosas, sus barrigas cerveceras y sus miradas esquivas. Todo son heraldos negros que nada bueno indican y que dicen mucho en favor de la directora y de cómo crear un ambiente. Granik, directora de documentales y experta en retratar la verdad, rodó en las profundidades de Missouri donde nos creemos que la gente viste así (pidió ropas viejas a los lugareños) o entendemos que la policía tiene sus limitaciones con el mundo del crimen y, a veces, debe dar un paso atrás ante un tipo que se niega a salir del coche y muestra su escopeta (estos “cocineros” de metanfetamina no son los luminosos y sofisticados en su chulería de Breaking Bad, sino que son serios asesinos que te harían desaparecer quemándote vivo, sirviéndote de merienda a sus mascotas o cortándote en pedazos. Sin ironías, sin corridos mexicanos y sin pestañear).

En todo este tétrico ambiente los niños aportan la luz con sus juegos infantiles, aunque sean entre escombros, o con esos pollitos y ese banjo final que parecen apuntar al futuro. Antes, hay que pasar por la escena más memorable de la película. No revelaremos demasiado al decir que intervienen un viaje en coche, una barca, un río, unas manos y una sierra eléctrica. No sean morbosos porque no hay nada explícito y la violencia no va por el festival sangriento que algún director ingenuo prepararía. No, aquí reina la sutileza, el horror interior, el morderse la lengua para salvar a los tuyos del hambre y de la miseria. Y eso sí que es violento.
Una película a reivindicar que fue nominada a cuatro premios de la Academia y que ganó en Sundance, donde el cine independiente suele tener su trampolín. Winter’s Bone se ha beneficiado porque Jennifer Lawrence hoy es mundialmente conocida y ya está en la liga de Marvel y demás fuegos de artificio. Sean completistas y descubran a una Lawrence adolescente que actuaba con la mirada. Persigan siempre los huesos de invierno.