Para morirse de cine

No hay Kurosawa menor, sino poco conocido

El perro rabioso es un excelente ejemplo de cine negro neorrealista japonés, lleno de detalles simbólicos y alusiones a la condición humana. Lo dicho: que no hay Kurosawa menor, sino poco conocido. Espero que sea así por poco tiempo

Akira Kurosawa es uno de esos grandes, tan grandes, que nos lo recuerda cualquiera de sus películas. De Ran a Rashomon o de Los siete samuráis a Kagemusha, su cine más conocido es inagotable y espectacular en diversos niveles (espectáculo, sí, pero humanismo también). Ahora bien, como ocurre con Ford, Wilder, Lang, Hitchcock… un Kurosawa “menor” o, mejor, “menos conocido” sigue siendo un Kurosawa, por lo que la emoción cinematográfica está garantizada. El perro rabioso (Nora inu, 1949) no es una excepción.

En el derrotado Japón de posguerra roban a un policía su pistola en un autobús lleno de gente. Humillado y destruido en su interior, Murakami presenta su dimisión, pero su jefe no solo no la acepta sino que le anima a encontrar al culpable con la ayuda del veterano detective Sato. Este sencillo planteamiento nos llevará a recorrer el Japón de los bajos fondos con un paso neorrealista semejante al de Ladrón de bicicletas (comparación pertinente y habitual por la época y porque a aquel pobre italiano también le robaban su herramienta de trabajo), pero además, y más importante, recorreremos la mente de Murakami y su culpa por cada nuevo crimen que se cometa con su arma. Esa evolución hacia el abismo alcanza su cumbre cuando su compañero Sato es herido y se debate entre la vida y la muerte. Murakami desesperado ante la puerta del hospital es una imagen desgarradora.

Toshiro Mifune, quién si no (dieciséis películas con Kurosawa), es Murakami. Siempre algo pasado para el punto de vista occidental, pero con la exageración justa para Kurosawa, Mifune dibuja en su cara este descenso infernal a la búsqueda de su arma, que no es más que la búsqueda metafórica de él mismo o de su vocación real: ¿eres capaz de soportar el crimen para ser policía?

Y la otra pieza de la pareja creo que es incluso mejor. Se dice que El perro rabioso es un precedente de las buddy movies o películas de compañeros antitéticos, tal vez porque Takashi Shimura (Vivir o Los siete samuráis) como Sato borda el papel con una sabiduría y reflexión zen perfectamente complementaria de la lava volcánica de Murakami.

Porque lo de la lava viene a cuento porque el clima tórrido de la película es otro personaje más, como suele ocurrir en el cine de Kurosawa. Ya no es solo que el calor se sienta físicamente y que los personajes no paren de sudar y abanicarse, sino que todos esperamos la tormenta y la explosión que esta va a suponer. Cuando llega, será pieza clave en la investigación y permitirá, claro está, la frase de “creo que va a haber tormenta”, con lo que esto conlleva de anticipación y predisposición del público.

No hay solo una escena memorable en la película, sino varias. Citemos, por ejemplo, la del partido de béisbol en la que los policías buscan una aguja en un pajar… y la encuentran. Años después llegaría el homenaje de Campanella en El secreto de sus ojos, aunque aquel alarde del plano secuencia desviaba algo la atención de lo absurdo que resultaba el hallazgo. En este caso, Kurosawa construye la escena con calma y coherencia y el suspense nos llevará pasito a pasito hasta la captura del criminal. Menos aparatosa y milagrosa, igual de contundente y maravillosa.

Otra escena memorable sería la captura final del villano y de la famosa arma. Murakami llegará a una estación donde uno de los que tiene delante tiene que ser el sospechoso. La cámara repasa a los tipos y el policía ejerce como tal, recordando y repasando lo que ha ido recopilando con Sato. Sí, su trabajo dará sus frutos y localizará al criminal a quien perseguirá hasta un descampado y conseguirá capturar en una agónica y embarrada pelea, no sin antes llevarse un tiro de su propia pistola. Esa trágica ironía final le llevará a replantearse su profesión y a sentir compasión por el asesino, pero el sabio Sato apostillará: “Deja el psicoanálisis para las novelas de detectives”. Ante el aparente triunfo final, lo que triunfa es la violencia fría y sin posibilidad de compasión, habitual tono pesimista y algo cínico de Kurosawa.

Kurosawa decía que El perro rabioso era una película “demasiado técnica” y no era de sus favoritas. En ella ya tenemos sus famosas cortinillas de transición (esas a las que homenajeaba Lucas en La guerra de las galaxias. En efecto, lo de Kurosawa trasciende este universo) o planos rodados en los suburbios de Tokyo con cámara oculta por miedo a la yakuza. No sé si el director se referiría a esto pero a mí me encantan dos primeros planos de objetos simbólicos, referentes tan caros al cine clásico. Uno, el de un vestido blanco robado de la novia del criminal cuando Murakami la interroga delante de su madre. Otro, mucho más llamativo, un tomate estrellado contra el suelo por un viudo desolado cuya mujer ha muerto tiroteada por el arma del policía. Ese tomate es su corazón. Ese tomate es la culpa estrellada del policía. Ese tomate es la vergüenza de una perra sociedad en la que se dan esos crímenes.

Es cierto que la película tiene un bache tras la escena del campo de béisbol o que las dos horas resultan excesivas en algunos tramos. Sin embargo, El perro rabioso es un excelente ejemplo de cine negro neorrealista japonés, lleno de detalles simbólicos y alusiones a la condición humana. Lo dicho: que no hay Kurosawa menor, sino poco conocido. Espero que sea así por poco tiempo.

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