La pasión que derrumba

Lolita (1962) sigue siendo provocadora y radical sesenta años después. Estamos ante una historia llena de desasosiego, turbulenta, con algunas gotas de humor y un final que solo puede ser trágico

Hay quien le venera y hay quien no le soporta, pero a pocos deja indiferente Stanley Kubrick. Lo que nadie puede negar es la versatilidad y riqueza de una corta filmografía llena de títulos valientes y controvertidos que han llenado y siguen llenando miles de páginas. ¿Es 2001 lenta o una obra maestra? ¿Es El resplandor la mejor película de terror de la historia? ¿Alguien entiende o soporta Eyes Wide Shut? Ahora bien, si hay que hablar de polémica, Lolita (1962) sigue siendo provocadora y radical sesenta años después.

El propio autor de la novela, Vladimir Nabokov, participó en el guion y consintió el cambio más importante, sobre todo con vistas a la censura. La Lolita de doce años en la novela pasa a tener catorce en el cine. ¡Pues menudo cambio!, dirán muchos. Todo el resto del análisis de la sociedad americana, del viaje, de la corrupción sexual, del patetismo y de la frustración convertida en violencia se mantiene en la película y sigue siendo tan impactante hoy como entonces. La historia es antipática y conocida: el profesor Humbert (elegante y frío James Mason) se enamora de Lolita (infantil pero volcánica Sue Lyon) y se casa con su madre (Shelley Winters) para estar cerca de ella. Semejante polvorín estalla cuando la madre muere y Humbert inicia una relación viajera con Lolita para que nadie se fije en ellos… algo que hará el dramaturgo y artista Clare Quilty (Peter Sellers multiplicado), quien seguirá a la pareja y provocará su ruptura.

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La película empieza por el final y, creo que con acierto, Kubrick nos muestra a un impecable Humbert llegar a la caótica mansión de Quilty, quien no conseguirá despejar la borrachera de su última fiesta antes de caer tiroteado tras un simbólico y obvio retrato infantil. Tan sorprendente y sugerente arranque, propio del mejor cine negro, nos llevará a un flashback en el que Humbert contará su historia y cómo llegó a esa violencia desesperada. El brumoso arranque ya nos deja ver que estamos ante una historia llena de desasosiego, turbulenta, con algunas gotas de humor y un final que solo puede ser trágico.

Es curioso cómo la película arranca casi como comedia costumbrista con la “enamoradiza” y un punto ridícula Shelley Winters, pero sin dejar de lado la perversión de la sociedad americana (los “atentos” vecinos Farlow dicen ser muy “abiertos” y parecen insinuar un cambio de parejas. ¡Vaya con la familia americana!). La comedia se acentúa más todavía, probablemente en exceso, con los disfraces que usa Peter Sellers para engañar a Humbert. Casi como si estuviera ensayando la magistral Dr. Strangelove, Sellers cambia de voz y juega al engaño en escenas abiertamente cómicas y, por ello, algo ajenas al desarrollo de la historia.

La pasión que derrumba

Y es que lo más importante de la película es el estudio del profesor Humbert. La propia novela de Nabokov ya era un análisis científico (Nabokov era también entomólogo) de la obsesión en el ser humano. La progresiva decadencia del profesor la vamos viviendo con la posesión, la sumisión, los celos, la violencia… hasta llegar casi a la locura y la derrota final.

Las dos escenas clave de la película no son las más conocidas. No vamos a pasar por alto el mito de Lolita en bañador y gafas de sol o la expresiva forma de esclavitud voluntaria de Humbert pintando las uñas del pie de la joven, pero creo que son mucho más impactantes y emotivos dos momentos del tercio final que consiguen lo imposible: que el espectador se identifique con el sufrimiento del protagonista.

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Por un lado, Humbert acude al hospital en el que estaba ingresada Lolita por un catarro y descubre que se ha ido con su “tío”. En plena noche y dándose cuenta del engaño, pierde los nervios y termina en el suelo con la camisa de fuerza a punto. Derrotado y con su última lucidez, admite que el alta es correcta y que ha sido un error y se va cabizbajo y hundido por el oscuro pasillo.

Más terrible resulta todavía su último encuentro con Lolita. Casada y embarazada (magnífico cambio físico de Sue Lyon, que trabajaría con John Ford o John Huston, por algo sería), ella le pide dinero para irse a Alaska, nada menos, congelando para siempre su relación. Aunque él no comprende su decadencia y todavía propone una última huida, termina por derrumbarse emotivamente y le da todo el dinero que puede para que consiga una felicidad que él ya nunca tocará. Impresionante y empática escena: todos somos derrotados por la vida, el amor o el tiempo. Quién sabe, en algún momento, todos somos Humbert.

La pasión que derrumba

Y está también el mundo del teatro y del cine (puyas de Kubrick), o el campamento para chicas Climax (¡así se llamaba!), o la presencia morbosa del padre muerto de Lolita en un retrato… y muchos otros elementos que van enriqueciendo la película y sus visionados.

Insólita femme fatale porque casi ni es mujer, Lolita hipnotiza al espectador por muchos motivos. Habrá que descubrirlos.

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