El halcón maltés (The Maltese Falcon, John Huston, 1941) cumple ochenta años y es una excusa perfecta (¡como si hiciera falta alguna!) para hablar de ella. Sí, supongo que los cinéfilos veteranos la conocen perfectamente, pero hay ya generaciones que no la han visto y hasta que ignoran la existencia de nombres claves del siglo XX como Hammett, Bogart o Huston.
Dashiell Hammett es uno de los padres de la novela negra con títulos como Cosecha roja, La llave de cristal, El hombre delgado o El halcón maltés. En los años 30 alcanzó el éxito, pero también entonces dejó de escribir novelas, sin que se sepa muy bien la razón. El caso es que Hollywood le echó el lazo rápidamente y la versión de Bogart del Halcón es nada menos que la tercera de la misma novela.
La primera, El halcón (The Maltese Falcon, Roy del Ruth, 1931), contaba con Ricardo Cortez y Bebe Daniels como protagonistas y, aunque seguía fielmente la novela, la interpretaba con un tono ligero, casi de comedia, y le daba un peculiar final “feliz” con Spade visitando a la chica en la cárcel.
Esa primera versión se rodó antes del censor Código Hays e incluía escenas con la joven protagonista en la bañera o más que insinuaciones sobre homosexualidad, que evitaron que se pudiera reestrenar en 1936. Por ello, la Warner decidió rodar otra versión: Satan met a Lady (William Dieterle, 1936), con Bette Davis como la chica y Warren William como el detective “Ted Shane”. Casi abiertamente cómica, la película se aleja tanto de Hammett que no hay halcón, sino ¡un cuerno de joyas! Y el gordo Kasper Gutman se convierte en… Madame Barabbas. Por algo la Davis odió esta película toda su vida.
Pero llegó John Huston (guionista de renombre desde los 30 en Hollywood) y se estrenó en la dirección por la puerta grande. Su película sigue la novela casi al pie de la letra, como la primera versión, sin embargo Huston deja el humor solo para Sam Spade, quien parece reírse y disfrutar, burlándose de los codiciosos personajes que le rodean, pero, inevitablemente, Bogart aporta la dureza y peligrosidad que el argumento de muertos y sangre merece.
Humphrey Bogart crea el primer detective duro del cine y, podríamos decir, todo el subgénero que esta figura desarrolló en el cine negro hasta nuestros días. La gabardina, el sombrero, las armas, las respuestas afiladas, el trato con las chicas, el maltrato a los villanos, el encajar los golpes… todo está ya en El halcón maltés. Valga como muestra que Spade tiene una amante que se queda viuda… y ya no quiere verla más. O aquello memorable de: “Espero que no te cuelguen por ese precioso cuello…”. O la frase final que no estaba en la novela sobre el falso halcón: “¿De qué está hecho?””Del material con el que se forjan los sueños”.
Huston juega con las sombras (sobre todo sobre Mary Astor y las rayas que anticipan su final, rayas de una persiana veneciana, las rayas de su bata, los barrotes del ascensor…) y con la planificación que acentúa contrapicados para que admiremos a tipos tan siniestros como Joel Cairo o Kasper Gutman. Y es que Peter Lorre y Sidney Greenstreet merecen mención especial. Lorre venía del expresionismo alemán y está sublime como el amanerado y retorcido Cairo, pero el que roba media película es Greenstreet, quien con 61 años y tras media vida en el teatro, debutaba en el cine y su presencia devora escenas (luego vendrían Casablanca, La máscara de Dimitrios, Pasaje a Marsella…).
Personajes codiciosos, mentirosos y con pocos escrúpulos. Mujeres fatales que venden lo que hace falta para conseguir sus objetivos. Tipos duros y cínicos que solo pueden sonreír ante la podredumbre que les rodea. Y, claro está, un halcón mítico que tendría que ser de oro y no es más que otro sueño que se derrumba en ese mundo prebélico que anunciaba la catástrofe de los sueños rotos. Aquí comienza el cine negro: en efecto, el material con el que se forjan nuestros sueños.