Aunque se estrenó en 1992, Reservoir Dogs se rodó en 1991, por lo que es justo celebrar su 30 cumpleaños. Quentin Tarantino, con solo un puñado de películas, es ya uno de los nombres clave de la última historia del cine y películas como Pulp Fiction (1994) o Kill Bill vol. 1 y 2 (2003 y 2004) ocupan un puesto de honor en la cultura popular. Esa fórmula popular consiste en mezclar en una batidora alocada su cultura videográfica de serie B o Z (Tarantino trabajaba en un videoclub en el que pasaba las horas viendo las películas… que no alquilaba nadie), con la música de los setenta con la que creció y la deformación casi esperpéntica de los clásicos del cine, para dar lugar a un nuevo género.
A este tarantinismo habría que añadir la recuperación de bandas sonoras poco conocidas o la creación de diálogos, tan divertidos como efectivos en su dibujo de los personajes, y el resultado es el icono en el que se ha convertido.
Todo empezó con Reservoir Dogs, guiño a las películas de atracos clásicas como La jungla del asfalto (The Asphalt Jungle, John Huston, 1950) o Atraco perfecto (The Killing, Stanley Kubrick, 1956), a las que suma el cine de acción de Hong Kong de Ringo Lam o John Woo y música setentera. ¿El resultado? Una obra maestra que treinta años después sigue sobrecogiendo por lo bien escrita y narrada que está. Algunos hablarán de plagio, pero Tarantino nunca ha negado sus homenajes-copias-referencias. “Todo lo que no es tradición es plagio”, decía d’Ors, por lo que si conoces y amas la tradición, no la copias, sino que la recreas con originalidad. Se “copia” a docenas de películas, sí, pero hay que saber combinar y actualizar esos ingredientes. Son perros semejantes, pero con distintos collares, que marcan la diferencia.
Los atracadores de Reservoir Dogs, por ejemplo, podrían compararse a los de las películas de los cincuenta en elegancia o dureza, sin embargo los tiempos cambian y ahora son ultraviolentos, hablan con vulgaridad y discuten sobre canciones de Madonna.
Precisamente los primeros ocho minutos de la película son perfectos. Alrededor de una mesa redonda varios tipos hablan de qué significa la canción Like a Virgin, de una cadena de radio retro o de si hay que dejar propina en las cafeterías. La mayoría visten de traje y corbata negros, menos el mayor, que paga el desayuno y parece el jefe, y tal vez el más joven, que viste de chándal. Su lenguaje es vulgar y parecen bordear una violencia que puede estallar en cualquier instante (“Eh, Joe, ¿quieres que le pegue un tiro?”). La disparatada interpretación de la canción, la cabezonería de otro por no dejar un dólar de propina o la libreta que le quitan a Joe retratan a unos descerebrados infantiles con nada en común más que la avaricia, y se vislumbra en segundo plano la posibilidad de una violencia, de momento frenada por las risas.
Tras unos memorables títulos de crédito, sencillos pero impecables (los ocho tipos caminan a cámara lenta al ritmo de Little Green Bag), la película pone las cartas sobre la mesa: al señor Naranja (genial idea de los nombres con colores para ocultar su identidad, que tampoco es original, claro, estaba en Pelham 1.2.3 [1974]) le han metido un tiro en la barriga y se está desangrando.
Desangrarse no es agradable y Tarantino lo mostrará durante toda la película en un charco de sangre como trágico y morboso metrónomo irreversible. El atraco ha fracasado porque hay un policía infiltrado en el grupo y, aunque con un escenario casi teatral como referencia, el guion saltará de atrás adelante para contarnos la preparación y el dibujo de cada personaje importante.
No hay actor malo en la película. Harvey Keitel, Tim Roth, Steve Buscemi, Michael Madsen, Chris Penn, Lawrence Tierney… están todos impresionantes y clavan el humor, la estulticia o el peligro de sus personajes. Mención especial a la tortura de Madsen, el señor Rubio, que causó alboroto en el público que creía que iba a ver una de Joselito y se encontró un baño de sangre. Y que conste que Tarantino no se recrea, sino que la cámara se aparta con elegancia en el momento clave de la tortura para evitarnos lo explícito.
No es una película infantil, ni una película de buenos y malos porque es difícil salvar a alguno. Es adulta. Es violenta. Es original, aunque no lo parezca. Es magistral. Es Reservoir Dogs.