Observados y escuchados

Fotograma de "La conversación"(The conversation, 1974)
photo_camera Fotograma de "La conversación"(The conversation, 1974)

Hoy el Gran Hermano nos vigila y controla a diario y a la mayoría ya hasta le da igual. Que un algoritmo te diga lo que tienes que ver y leer (y votar) o que tu teléfono móvil esté más que localizado (y vigilado) a todas horas se bendice en aras de la “seguridad” o la “información”. Los sofisticados sistemas de espionaje a distancia comenzaron hace sesenta años y pocas veces se nos han mostrado de manera tan absorbente, enfermiza y peligrosa como en esta película de Coppola.

Decir Francis Ford Coppola es hablar de los Corleone, de Brando en Vietnam, del reparto de jóvenes rebeldes que lanzó al estrellato o de su romántico Drácula. Esta simplificacion hace que muchos olviden una joyita escondida precisamente entre El padrino y El padrino II. La conversación (The conversation, 1974) la estrenó Coppola en abril y en diciembre llegó El padrino II, por lo que ambas compitieron en los Óscar y nadie pudo discutir que perdiera el de Mejor película consigo mismo o que el de guion se lo arrebatara Chinatown a La conversación (sí, hubo un tiempo en que era difícil escoger en los Óscar). Otra cosa es que ni nominaran a Gene Hackman, porque su Harry Caul es historia del cine. (Eso sí, la película fue Palma de Oro en Cannes).

               Caul (llamado así por un error: el apellido del personaje era Call, pero a Coppola le gustó lo de “Caul” porque se traduce por membrana amniótica y así vistió a Harry metafóricamente con chubasqueros o plásticos) es un investigador privado especializado en escuchas. Con varios equipos simultáneos le vemos grabar una conversación en un parque, algo entrecortada, pero que irá reconstruyendo a lo largo de la película. Su profesionalidad metódica se percibe ya desde esa primera escena en la que su ayudante Stan (John Cazale, siempre sibilino y algo retorcido) se entretiene haciendo fotos a chicas mientras Harry no se desvía un segundo de su trabajo.

               La personalidad de Harry (gracias a la interpretación de Hackman, claro) es el principal atractivo de la película y lo que hace que muchos no “entren” en ella. Un tipo feo, solitario, mal vestido, que vive entre su piso y un claustrofóbico garaje rodeado de aparatos tecnológicos de escucha, envuelto en una historia enmarañada de cocción lenta y sin canciones pegadizas, poco pueden importar al vertiginoso mundo actual de superproducciones vacías con personajes estándar. Peor para quien no quiera conocer a Harry.

               Caul es católico y le vemos confesar sus pecados, tiene imágenes religiosas en su casa y reprende a quienes blasfeman a su alrededor. El detalle sería solo accesorio si no fuera porque la culpa del pecado le atormenta. En un caso anterior varios miembros de una familia fueron asesinados debido a sus escuchas y, desde entonces, parece que se ha planteado muchas cosas y se ha hecho (más) solitario y paranoico. Irónicamente, la incapacidad para conversar y tener relaciones “humanas” es la principal característica de este grabador de conversaciones.

               Pero la que graba en el parque y trata de limpiar durante la película será un nuevo motivo de tortura: dos amantes furtivos que hablan de que podrían matarles. ¿Debe Harry entregar esa cinta o no? ¿Está interpretando bien lo que dicen o no? ¿Les pasará lo mismo que a aquella familia o no? El suspense aumenta cuando su contratante (cameo de Robert Duvall) se mantiene en la sombra y es un siniestro y amenazador ayudante quien presiona a Caul (pásmense: el joven Harrison Ford es este tipo sin escrúpulos en uno de los pocos papeles de “villano” de Indiana Jones). El caso es que la pesadilla se resolverá y descubriremos el significado de todo, aunque no como esperamos ni como esperaba Caul.

               Ya hemos hablado de la puesta en escena gris del personaje y de su vivienda y su lugar de trabajo, todo ello fotografiado por Bill Butler, quien trabajaría en Tiburón o Alguien voló sobre el nido del cuco, películas que recuerdan que los setenta dieron mucha gloria al cine con sus nuevos aires de evasión o de denuncia y con esa textura especial tan identificable.

               Identificable resulta también el delicado y obsesivo tema al piano de David Shire que completa el gusto por el jazz de Harry Caul, quien solo encuentra sosiego improvisando al saxo sobre los discos que escucha. El citado tema de Shire envolverá a Harry con su viaje por las escalas y nos pondrá aún más nerviosos en la búsqueda de micros a nuestro alrededor.

               Y Coppola redondea la película (aunque tal vez sobren esos sueños-pesadillas con niebla) con un montaje fragmentado (como la conversación) muy efectivo, obra de Richard Chew (nominación por Alguien voló sobre el nido del cuco y Óscar por La guerra de las galaxias, definitivamente los setenta tienen algo) y un juego con el sonido que nos obliga a citar a Walter Murch, Óscar por El paciente inglés pero que en La conversación hace virguerías como, por ejemplo, no darnos cuenta de que las frases que se repiten de la grabada conversación del principio no son las mismas cada vez que se oyen, sino que se entonaron de diferente forma para transmitir cosas distintas. Trilero Coppola, pero así da gusto ser embaucado.

               Por cierto, la idea de la película no tiene nada que ver con el Watergate, a pesar de que Nixon dimitió en ese mismo 1974. Coppola ya había escrito un primer borrador en los sesenta. Como decíamos, hace muchas décadas ya vivíamos en la paranoia de ser observados y escuchados. Entonces, nos preocupaba y casi obsesionaba. Hoy, tal vez preferimos tocar el saxo y nos rendimos ante el ojo cenital que nos mira. La cámara se mueve hacia nosotros lentamente en panorámica. Sí, como si fuera una cámara de vigilancia…

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