Odio fraternal

¿Qué fue de Baby Jane? la película empieza en una casa-jaula (barrotes en las ventanas) y termina en una playa liberadora y luminosa con esa última actuación de Baby Jane. Sí, hay que aplaudir… si nos lo permiten los escalofríos

El Grand Guiñol fue un teatro del Pigalle parisino que, en la primera mitad del siglo XX, se especializó en el terror melodramático y truculento, con historias sangrientas e interpretaciones histriónicas y llenas de maquillaje. Ese horror naturalista se contagió al cine cuando el teatro daba sus últimos coletazos y una de sus mejores muestras cinematográficas fue ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, Robert Aldrich, 1962). Precisamente, madre del subgénero Grande Dame Guignol, del que no hace falta explicar su nombre…

Bette Davis y Joan Crawford habían sido dos de las actrices y Grandes Damas más populares del mundo y Hollywood las había dado el Óscar, el reconocimiento y la adulación merecida. En los sesenta ya estaban más cerca de su ocaso que de la gloria, por lo que buscaban papeles de prestigio que permitieran reverdecer laureles. Sí, un poco como Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses… Bette había sido la cínica y malvada sádica de muchas películas; mientras que Joan era la imagen de la sufrida y melodramática amante que se sacrificaba por amor. Pues bien, en Baby Jane ambas tendrían oportunidad de confrontar esas imágenes con un toque granguiñolesco cruel y terrorífico.

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Las hermanas Hudson han vivido enfrentadas desde que Jane (Bette Davis) fue niña prodigio y cantaba con su padre y Blanche (Joan Crawford), años después, fue actriz de mucho más éxito que Jane. Un trágico accidente dejó a Blanche en silla de ruedas y, ahora, Jane la “cuida” porque su hermana firma los cheques. El ambiente malsano se respira desde el prólogo (o prólogos, porque hay dos) en el que vemos a Baby Jane cantar y bailar con una dulzura algo repelente (I’ve Written a Letter to Daddy), para convertirse en la realidad en odiosa y caprichosa niña insoportable. Blanche se muerde la lengua y respeta a su madre, que le pide que perdone a su hermana porque no sabe lo que hace. Ya en el presente, Jane sigue torturando a su hermana, por ejemplo, con la terrible comida que le presenta en bandeja de plata: el pájaro que le hacía compañía o esa frase inquietante y sutil antes de la merienda “Por cierto, creo que en el sótano hay ratas”.

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Lo bueno del asunto es que las chispas que saltan entre los personajes son las chispas entre las actrices. Que Bette y Joan se odiaban cordialmente lo sabía todo el mundo, pero es que la cosa llegó a la sangre. En una escena de enorme violencia Baby Jane patea a su hermana lisiada en la cara y el cuerpo. Pues bien, Joan Crawford acabó en el hospital porque a Bette “se le fue la pierna”. Como “venganza”, Joan se llenó los bolsillos con peso en una escena en la que Bette tenía que levantarla a pulso y esta se hizo daño en la espalda. That’s Entertainment!

La casa se convierte en otro personaje más con Joan en el piso de arriba y una larga escalera separándola de la libertad o, al menos, del teléfono. El barroquismo de la decoración (esa muñeca Baby Jane absolutamente terrorífica), el estilo colonial y la fotografía en blanco y negro subrayan la sordidez y decadencia de las Hudson y la sombra negra que sobrevuela a la pareja (por cierto que alguna foto en color del rodaje revela el exageradísimo maquillaje blanco de Bette que fue idea suya y que en pantalla da un resultado fantástico).

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La nota supuestamente racional la pondría el grasiento músico Edwin Flagg (Victor Buono en su estreno en el cine, por el que fue nominado al Óscar). Flagg es contratado por Joan para “relanzar” su carrera pero él es tan patético y decadente como ella y será quien tenga un momento de lucidez cuando vea a Jane “cantando” y bailando con traje infantil en esa casa de fantasmas y oiga los ruidos de la hermana amordazada. Hasta borracho es más cuerdo que las hermanitas y huirá del horror.

La película solo ganó el Óscar al vestuario pero es que era el año de Lawrence de Arabia, El hombre que mató a Liberty Valance, Matar a un ruiseñor, Días de vino y rosas, El día más largo… (parecido a lo que se nomina y premia hoy en día). El caso es que la entrega de premios tuvo su eco por “las Hudson”. Ambas fueron finalistas en los BAFTA, pero solo Bette fue nominada al Óscar por Baby Jane. Ganó Anne Bancroft y, sin embargo, lo recogió Joan Crawford, quien había hecho campaña contra Bette y se había ofrecido para recoger cualquier premio de quien no acudiera a la ceremonia para tener más protagonismo que la Davis. Tela con Joan.

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Bette no pensaba que la película fuera a triunfar y, al acabarla, publicó su famoso anuncio en la prensa en el que se ofrecía para que la contrataran: “Madre de tres. Divorcidada. 30 años de experiencia como actriz. Conservo movilidad y más amable de lo que dicen”. Su humor venenoso de siempre. Tras el éxito de Baby Jane, Aldrich quiso reunir a las dos bombas en Canción de cuna para un cadáver (Hush… Hush, Sweet Charlotte, 1964), otro excelente gran guiñol, pero, ay, la Davis ya era coproductora y consiguió que Crawford acabara en el hospital y que la reemplazaran por Olivia de Havilland. Tela con Bette.

No, Baby Jane Hudson no está bien de la cabeza, pero no se fíen de Blanche Hudson que ya ven cómo las gastaba igualmente, en el cine y en la vida. La película empieza en una casa-jaula (barrotes en las ventanas) y termina en una playa liberadora y luminosa con esa última actuación de Baby Jane. Sí, hay que aplaudir… si nos lo permiten los escalofríos.

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