Para reírse y morirse de cine

A veces los crímenes y lo terrorífico también nos pueden hacer reír y Arsénico por compasión es una brillante comedia que garantiza risas. Todos podemos llorar por las mismas tragedias, pero no todos nos reímos de lo mismo. De ahí la admiración y el aplauso que merecen las comedias universales. Esta lo es.

Evidentemente no es Frank Capra el primer director que se viene a la cabeza cuando hablamos de cine negro o criminal y muchos se sorprenderán de encontrarlo en una sección cinéfila llamada #Paramorirsedecine. Sin embargo, el cine de Capra no solo triunfó durante la Depresión americana con diversos gánsteres y criminales pululando por sus metrajes, sino que su teórica sensiblería no rehúye la crudeza y lo expresionista casi terrorífico (recordemos el arranque de ¡Qué bello es vivir! y su protagonista desesperado a punto de suicidarse en la noche). El caso es que siempre es bueno reivindicar a Capra y sus obras maestras, aunque toque, en esta ocasión, morirse de risa… y de cine.

Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, Frank Capra, 1944) adaptaba una obra de Joseph Kesselring que triunfaba en Broadway con Boris Karloff (el título original parodiaba la expresión “lavanda y encaje antiguo” vinculada a lo decimonónico y que aquí convenientemente sustituía la lavanda… por el arsénico). Tanto era el éxito de la obra que los productores no permitieron que se estrenara la película hasta que acabara su carrera en el teatro: la película se rodó en 1941 y se estrenó… ¡en 1944! Esta anécdota ya nos indica que estamos ante un material de primera, que en manos de Capra solo podía mejorar.

Arsénico por compasión

Capra consiguió a la mayoría del reparto teatral, las más importantes, las dos ancianas hermanitas, Josephine Hull y Jean Adair (¡llegaron a mil representaciones en el teatro!) y fichó a Cary Grant como protagonista y a Raymond Massey como sustituto de Karloff, a quien no dejaron abandonar la obra, lo que provoca diversas alusiones y chistes en la película y en el maquillaje de Massey. La combinación del reparto ya parte de un contraste delicioso: la calma y encanto de las hermanas (¡se desplazan corriendo de puntillas!), frente a la amenazante frialdad de su sobrino reaparecido, Raymond Massey, junto a un inquietante y nervioso Dr. Einstein, Peter Lorre. En medio, Grant sobreactuando como Mortimer Brewster en una interpretación pasadísima, tal y como le pidió Capra, que a Grant nunca le gustó pero que demostró ser la guinda de locura que necesitaba este disparate.

El crítico teatral Mortimer Brewster se casa y va a despedirse de sus encantadoras tías para irse de luna de miel, cuando descubre por casualidad (¡un muerto en un arcón!) que estas han asesinado a una docena de vagabundos solitarios que han pasado por su casa y los han enterrado en el jardín, con la ayuda del hermano de Mortimer, que se cree Teddy Roosevelt y cree cavar “esclusas” para el Canal de Panamá. El absurdo está servido y no sé si Kesselring conocía a Jardiel Poncela, Edgar Neville o Miguel Mihura, pero la imaginación chiflada de nuestra “otra” Generación del 27 galopa por Arsénico por compasión, que nos recuerda diálogos y escenas de Tres sombreros de copa o de Eloísa está debajo de un almendro y las previas novelas vanguardistas de Jardiel.

Arsénico por compasión

Lo siniestro y lo criminal irrumpen con la aparición de Jonathan Brewster (Massey), el hermano perdido, quien vuelve al hogar para refugiarse de la policía y trae consigo un cadáver del que deshacerse. La iluminación expresionista y las sombras siniestras entran en juego solo con ver la pareja Massey-Lorre, pero también cuando amenazan a Mortimer, le amordazan y hasta sacan a relucir un maletín lleno de objetos cortantes con el que eliminarlo con el “método Melbourne”… que cada cual imagine lo peor, claro. Todo ello, por supuesto, con la risa nerviosa constante en la cara del espectador y diálogos y escenas vertiginosas propias del slapstick o comedia física del cine mudo, en el que Capra trabajó durante años.

Basten un par de ejemplos muy visuales (y teatrales). Alguien cuenta lo increíble que era una obra teatral que vio en la que ocurrían hechos imposibles de creer… como los que están ocurriendo justo entonces en la escena. O bien, la policía trata de detener por fin a Jonathan y Mortimer, ya totalmente superado por los acontecimientos, se sienta en la escalera a fumar y a hablar consigo mismo, optando por no sorprenderse ya por nada.

Arsénico por compasión

La gran virtud de la película es el ritmo rapidísimo que nos lleva del meloso matrimonio de Mortimer a una comedia negra que va acumulando despropósitos progresivamente. Ancianas asesinas, cadáveres enterrados en la bodega, el hermano lunático cavando y subiendo escaleras al grito de “¡Caaaarguen!”, el otro hermano asesino que regresa de entre las sombras con otro cadáver, la policía que entra y sale por los ruidos en la casa, el intento de encerrar a Roosevelt en un sanatorio mental… ¡como para no volvernos locos todos!

Sumemos secundarios y detalles brillantes (ya más propios del guion cinematográfico y de la puesta en escena) que propician gags constantes como el vino con arsénico siempre presente, y que peligrosamente todo el mundo parece desear; el teléfono y la cantidad de confusiones que provoca; o el taxista que espera a los novios durante toda la película en la puerta de la casa y termina tan chiflado como un Brewster.

Arsénico por compasión

A veces los crímenes y lo terrorífico también nos pueden hacer reír y Arsénico por compasión es una brillante comedia que garantiza risas. Siempre se alaba el drama, como si no fuera más fácil hacer llorar que reír. Todos podemos llorar por las mismas tragedias, pero no todos nos reímos de lo mismo. De ahí la admiración y el aplauso que merecen las comedias universales. Esta lo es.

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