Morir todavía (Dead Again, Kenneth Branagh, 1991) no es perfecta, pero sí es un perfecto entretenimiento que incluye emoción, suspense, crímenes en el pasado, tijeras asesinas o joyas desaparecidas. De Wilder a Hitchcock, Branagh sabe por dónde pisa.
Hay que empezar diciendo que Morir todavía (Dead Again, Kenneth Branagh, 1991) no es ni mucho menos una obra maestra. Cabos sueltos en el guion, un final sobreactuado y un punto ridículo, decisiones de rodaje improvisadas, una historia que parece noir pero que se torna parapsicológica… En fin, que podría haber sido un disparate sin interés y con menos gracia que el título de este texto, sin embargo, si Morir todavía es una película para morirse de cine es porque algo tendría que ver Branagh en ello y todo el subtexto que creó y los guiños que añadió son suficientes para pasar un rato estupendo y bien entretenidos.
El arranque es muy afortunado pues con unos títulares de periódicos se nos cuenta una película enterita: en los cuarenta aparece muerta la mujer de un compositor; este es detenido; el arma homicida son unas tijeras; ha desaparecido un brazalete; él se niega a declarar en el juicio; es condenado a muerte… Fantástica introducción al ritmo de unas desquiciadas cuerdas y vientos del compositor Patrick Doyle, quien rinde un brioso homenaje al gran Bernard Herrmann y nos anuncia por dónde va a ir el camino de la película.
Más detalles de interés. Branagh decidió sobre la marcha que las escenas del pasado se viraran a blanco y negro (para enfado del fotógrafo o de los diseñadores, que hubieran hecho un trabajo distinto) y consiguió así subrayar el homenaje al cine negro que ya es la película. La trama de los años cuarenta recuerda al Orson Welles de Ciudadano Kane o de Mr. Arkadin con planos torcidos, decorados suntuosos y un sentido del humor algo esquinado.

Destaquemos, claro está, el reparto de la película. A Kenneth Branagh se le unieron su entonces esposa, Emma Thompson, Derek Jacobi o un Robin Williams que no quiso aparecer en los créditos para que la gente no creyera que la película era una comedia, sino algo más serio. Y es que la trama se complica cuando en la actualidad aparece la protagonista sin memoria ni voz y el detective interpretado por Branagh trata de descubrir quién es. Será el curioso hipnotista-anticuario que crea Derek Jacobi quien le ayude a volver a ese pasado que parece atormentarla. En un plano secuencia con la cámara girando sobre su eje (muy del gusto barroco de Branagh) ella retrocederá en el tiempo y la acompañaremos en diferentes secuencias al pasado con las que vamos alternando una historia y otra.
El personaje del periodista Andy Garcia es uno de esos extraños agujeros que deja el guion (¡nunca sabremos el origen de la amnesia de ella!), pues parece que podría ser trascendental cuando al comienzo el compositor se acerca a él justo antes de acudir al cadalso, pero luego parece diluirse y no llegamos a ver nada demasiado relevante sobre él. Eso sí, Branagh aprovecha para incluir una escena que rinde homenaje al Joseph Cotten de Kane y hasta le sirve para arremeter contra el tabaco. Cuando el anciano periodista fuma a través del hueco de su agujereada garganta creo que se le quitan las ganas de fumar hasta a Churchill.
Los homenajes no acaban ahí pues la casa en la que vive el detective es, ni más ni menos, que la de Phyllis Dietrichson en Perdición. Esa mítica torre de interpretaciones varias para el calenturiento Freud evoca en el cinéfilo la alabanza instantánea y, como poco, nos hace sonreír por el ingenuo guiño de Branagh. No será el último. (Por cierto, Phyllis también tenía un sugerente brazalete en el tobillo que dirigía nuestra mirada…).
En un momento dado, la madre del anticuario (la alemana Hanna Schygulla, que es más joven que su “hijo” Jacobi: ¡la magia del cine!) está viendo la televisión y el director de la película, cómo no, aprovecha para meter imágenes de Voces de muerte, el clásico noir de Litvak con Stanwyck y Lancaster que ya está tardando en aparecer por esta sección.

Y, sí, también Branagh se guarda el comodín siempre eficaz de su compatriota Hitchcock. Aparte de ciertos ecos de Recuerda a Crimen perfecto o el tono general gótico, cuando por fin llegamos al apartamento de ella (por cierto otra erecta torre), descubrimos todo tipo de dibujos surrealistas o estatuas con tijeras que evocan al Dalí de Recuerda y las obsesiones hitchcockianas (con malsanas relaciones maternales incluidas).
Al final parece que los giros y las sorpresas se apoyan en hipnosis y reencarnaciones de escaso interés o incluso el clímax final en paralelo es un poco pobre porque ya sabemos lo que pasó en el pasado, sin embargo, como ha quedado expuesto, el espectador no se despega de la butaca y presta atención a todo lo que le cuentan, aunque solo sea para poder criticarlo. No seamos malos y disfrutemos de un entretenimiento cinéfilo con alusiones a otras películas y artistas que nos permiten recrearnos en esas redundancias culturales que hacen muy llevadero el viaje.
Al pobre Kenneth Branagh empezaron comparándole con Laurence Olivier u Orson Welles. Tras dirigir un Frankenstein, un Thor, una Cenicienta o recoger un Óscar por Belfast, ahora nos entretiene a lo grande con la infalible Agatha Christie y su Hercules Poirot. A lo mejor no nos hacía falta otro Olivier u otro Welles, es suficiente un buen Kenneth Branagh.