El poli de los ochenta

Fotograma de "Black Rain" (Ridley Scott, 1989)
photo_camera Fotograma de "Black Rain" (Ridley Scott, 1989)

Ridley Scott ya tiene su lugar en el Olimpo del cine gracias a Alien y Blade Runner, por lo que “casi” nos podría dar igual el resto de su filmografía. Afortunadamente, no todo es decadencia o relleno comercial en los posteriores 50 años de carrera. Como suelo decir: un director que ha hecho una obra maestra, siempre será capaz de volver a hacerla, por lo que hay que seguirlo siempre. Un Scott menor, no deja de ser un Scott.

No, Black Rain (Ridley Scott, 1989) no es ninguna obra maestra. Juega con las convenciones de las películas policiacas de los ochenta y acumula tópicos más o menos manidos. Nick Conklin, policía rebelde y algo corrupto, emparejado con otro guapo y simpático, se enfrentará a un villano extranjero a quien hay que llevar a Japón, con el consabido choque cultural de por medio. Todo ello con la estética ochentera del poli (la Harley, cazadora de cuero, gafas de sol, esa melenita despeinada) o caracterizaciones simplistas (¿Andy García torea coches con su abrigo porque es hispano?). Sin embargo, la mano de Scott se deja ver y marca la diferencia con otros productos de la época.

Para empezar, el Japón que nos muestra Scott evoca no inocentemente el mundo de Blade Runner. Las noches se tiñen de neones y metal, pero destacaría el primer plano que vemos cuando el avión llega a Oriente que nos regala un sol rojo sobre un ambiente industrial y amenazador que contrasta con la urbe neoyorquina de forma muy visual y simbólica.

Más. Es verdad que Michael Douglas y Andy García son la típica pareja de policías de una buddy movie o película de colegas que tantas veces hemos visto. Douglas podría sustituirse por Mel Gibson, Bruce Willis, Eddie Murphy, Stallone o Kurt Russell y no cambiaría mucho, aunque, bien es verdad, el hijo de Kirk tiene siempre un lado oscuro que parece esconder algo siniestro, como veremos en la escena final. Sin embargo, otro detalle diferencial de Black Rain es que no es una buddy movie, sino dos. Supongo que ya todo el mundo sabe lo que le pasa al personaje de García con unos moteros y las espadas rascando el asfalto en una escena muy bien ambientada con suspense y crueldad. El caso es que Conklin se verá obligado a formar nuevo equipo con Masahiro (Ken Takakura, estrella japonesa que paralizó los rodajes en Osaka por su popularidad) y ahí sí encontraremos la química perfecta y esa supuesta unión intercultural tan del gusto de estas películas. En la película, que no en la realidad.

Y es que el sentimiento de ser gaijin o extranjero en Japón lo sentimos con los personajes cuando no se subtitulan los diálogos en japonés, pero en la realidad el equipo de la película tuvo que someterse a reglas y horarios muy estrictos que llevaron a Scott a no tener ninguna gana de repetir rodaje allí.

Otro detalle real es muy significativo y enriquece las lecturas de la película. El personaje del amenazador villano Sato lo interpreta Yûsaku Matsuda. Con cuarenta años le habían diagnosticado un cáncer de vejiga y prefirió rodar la película a reposar para, como él dijo, “vivir eternamente”. Matsuda también era muy conocido en Japón por sus papeles como policía y, en este caso, destaca por su villano cruel y, ahora lo sabemos, crepuscular o casi suicida. Murió poco después de estrenarse la película.

El contraste oriental (a veces ingenuo, como en la primera profética escena de la “lucha” entre la Harley y la Suzuki) parece recordarnos a la muy superior Yakuza (también, por cierto, con Ken Takakura), pero Black Rain ya no apela al romanticismo de aquella o a la idealización de las mafias orientales, sino que se mueve en el fango de la violencia nocturna, sofisticada y moderna, sin guiños al amor. Kate Capshaw aparece casi de forma anecdótica en un papel bastante desaprovechado al que no se prende fuego ni con la chulería de Conklin. Algo, por cierto, que nos hace echar de menos el primer corte de la película que pasaba de las dos horas y media. ¿Se quedaría allí el interés del personaje de Capshaw?

Otro elemento que sí es destacable es el excelente clímax final en unas viñas llenas de barro, las cuales ya no se rodaron en Japón sino en California. El caso es que la redención del policía llega en esa escena del combate final con Sato, con suspense sobre lo que le va a hacer, dada la ambigüedad de Douglas, y sería lo que diferencia a este título de otros policiales ochenteros y lo acerca a, nada menos, clásicos de Kurosawa como El perro rabioso, también con final embarrado.

Ya como dato cinéfilo histórico podríamos añadir que Black Rain supone la primera colaboración de Ridley Scott con el compositor Hans Zimmer. Sus habituales sintetizadores contribuyen a crear ese ambiente moderno y algo futurista de este neoJapón industrial con ecos algo marcianos (esas comidas de calle puro bladerunner). Con Zimmer vendrían luego trabajos muy notables como Thelma y Louise o Gladiator. Otra cosa son las canciones doloridas con las que se abre y cierra la película, ay, las intercambiables baterías ochenteras…

Lo dicho. Black Rain no es perfecta, pero contiene las suficientes virtudes del mejor Ridley Scott como para que la veamos entretenidos y con emoción. Para mi gusto, razones bastantes para poder hablar de buen cine.

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