Servicio, dignidad, entrega y lealtad

091: Policía al habla (1960) es una de las películas más destacables de José María Forqué, ya va siendo hora de reivindicar docenas de títulos rodados en España que, por desgracia, todavía hoy se miran con cierta condescendencia o se les condena por pura ignorancia

Va siendo hora de reivindicar docenas de títulos rodados en España en los cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado que, por desgracia, todavía hoy se miran con cierta condescendencia o, peor todavía, se les condena por pura ignorancia. 091: Policía al habla (1960) es una de las películas más destacables de José María Forqué, de quien también podríamos alabar Embajadores en el infierno, Atraco a las tres, Usted puede ser un asesino, Un millón en la basura

La película buscaba publicitar el entonces recién inaugurado número telefónico del 091 y los servicios que este prestaba, por lo que el rodaje contó con la colaboración de la Dirección General de Seguridad y, para empezar, es ya una joya arqueológica descubrir los métodos policiales de entonces y compararlos con los actuales (ese elegante y chulesco gesto de mostrar la placa del lado opuesto de la solapa del traje). Sin embargo, cinematográficamente la película ofrece muchísimos más puntos de interés.

El comienzo impacta, pues es el atropello de una niña a la salida de un colegio madrileño y cómo se va comunicando a diferentes patrullas. En la Z-10, el inspector Andrés (un sobrio Adolfo Marsillach) se queda pensativo porque en ese colegio está su hija… En efecto, la tragedia se confirma con un discreto “Z-10: recibido” y un elegante fundido a negro. Con la irreparable herida abierta, su mujer planea irse a Barcelona ya que él sigue en shock y no hay visos de recuperar ni la sombra de la felicidad, más aún, porque parece entregado a su trabajo y obsesionado con la búsqueda del conductor fugado.

¿Una película de venganza personal, sin más? Pues no. La moda del cine negro de posguerra era pasear por las calles nocturnas de la gran ciudad y levantar las aceras para encontrar su mugre, por lo que Forqué (y Pedro Masó, Vicente Coello y Antonio Vich, todos coguionistas) nos va a ofrecer una noche de servicio de la Z-10 con Andrés y Lorenzo (José Luis López Vázquez, armado y policial, no hace falta añadir más), en la que nos encontraremos todo tipo de fauna.

Una joven de dieciséis fugada está a punto de ser violada y recibe una paliza; se produce un atraco a mano armada en el Palacio de los Deportes en plena gala de boxeo (¿hay algo más noir?); un niño necesita una bombona de oxígeno pero está en un pueblo y no hay forma de conseguirla; un grave accidente de coche con muertos; una denuncia por el robo de unos melones en un puesto callejero… y, claro está, aparecerá el coche del infanticidio y Andrés perderá los nervios… solo por unos instantes puesto que su profesionalidad y dignidad es impoluta. En efecto, hay cierta moralina en alguna de las historias, impuesta por la época o atendiendo, tal vez, a la ingenuidad del público de entonces. Sin embargo, no nos engañemos, también tenemos una violencia inesperada y visceral.

La paliza a la joven Teresa (Mª Luisa Merlo) revuelve el estómago ayer, hoy y siempre, pero no sorprende menos la sangre de los accidentados en el coche. Un grupo de descerebrados “Rodríguez” que beben más de la cuenta y se juntan con unas mujeres para terminar estrellados… o peor. Cuando la policía llega a atenderles, sus caras ensangrentadas, los nervios y el llanto le hielan a uno la sangre por la verosimilitud que transmiten. Elegantemente, al ver el estado del coche, uno de los agentes recoge un zapato de tacón ensangrentado y lo pone sobre el vehículo en un plano demoledor.

Pero, con gran acierto, el guion respira a través del contrapunto cómico. Nada menos que Tony Leblanc y Manolo Gómez Bur interpretan a una pareja de ladronzuelos que roban un coche (un Isetta o coche huevo, que entonces acababa de nacer y era el colmo de la vanguardia) y unos melones para irse de fiesta. Cuando descubren que en el coche hay un muestrario de relojes de lujo, su reacción es inesperada: no quieren saber nada de relojes ni del coche por la que les puede caer a la sombra.

Serán capturados por Lorenzo y Andrés, quienes prefieren dejarlos ir porque el clímax final es más gordo y aporta la escena de más acción. Los atracadores del Palacio han sido vistos en Barajas y pretenden volar, coincidiendo, ay, con la mujer de Andrés que también se va a ir, pero ya él tratará de detenerla (con la complicidad leal de su compañero Lorenzo), teniendo en cuenta todo lo que ha visto esa noche. Sí, un final feliz obligado y forzado, pero no tan artificial como parece. En Barajas llegan los tiros (¡y un insólito López Vázquez con ametralladora!) y el final se resuelve de nuevo con una violencia poco usual en aquel cine.

Aquel cine que contaba en la película con papeles para, además de los citados, Manuel Alexandre, Luis Peña, Julia Gutiérrez Caba, Asunción Balaguer, Agustín González o, casi cameos de, Gracita Morales, Antonio Ferrandis y a ver quién encuentra a Marisa Paredes en su primera aparición. Solo por estos nombres ya hay que recorrer con admiración y pasión películas como 091: Policía al habla.

Varias historias independientes con un hilo conductor; un Madrid veraniego y nocturno lleno de amenazas; una fotografía y música impecables; o toda una serie de sorpresas inesperadas, tanto en el guion como en la puesta en escena, hacen que patrullar en la Z-10 sea una experiencia cinematográfica magnífica. “Policía al habla, dígame…”.

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