Pocas veces una banda sonora se apropia de tal manera de una narración que todos los demás elementos (guion, personajes, escenarios…) quedan tan sometidos a ella que parecería que, cerrando los ojos, sentiríamos lo mismo que viendo la película. Para ello, claro, hace falta un genio. Y Bernard Herrmann lo era. De Ciudadano Kane a Con la muerte en los talones; de El fantasma y la señora Muir a Vértigo; o de Fahrenheit 451 a Taxi Driver, las cuerdas del genio neoyorquino nos han hecho enamorarnos, sufrir, correr y sentir de manera única. En El cabo del terror (Cape Fear, J. Lee Thompson, 1962) Herrmann domina la película de manera tan genial que, cuando Scorsese hizo una nueva versión de la película en los noventa, con más sexo, violencia y sobreaactuación, hizo que Elmer Bernstein interpretara la banda sonora de Herrmann que seguía sonando tan moderna y terrorífica como treinta años atrás.
El cabo del terror nos cuenta cómo el expresidiario Max Cady (Robert Mitchum) localiza al abogado Sam Bowden (Gregory Peck), que declaró en su contra en el pasado y le condujo a la cárcel. Cady empieza a acosar a Bowden y este debe cuestionarse su integridad profesional frente a la supervivencia de él… y la de su familia. El argumento viene de una novela de John D. MacDonald (The Executioners) en la que curiosamente no aparecía el Cabo del Terror, ni esa casa barco tan célebre del clímax final.
No se puede poner un pero a los actores principales. Mitchum ya había interpretado a un demente parecido en La noche del cazador (también con apariencia de cuento “infantil”), pero este Cady incluye sadismo y una sexualidad física que parte de su caracterización (el sombrero Panamá y su ardiente puro) y se completa con su animalización. No solo le vemos desnudo en la comisaría, sino que en el pantano final vuelve a exhibir sus pectorales acosando a la mujer (¡e hija!) de Bowden y desplazándose por el agua como un caimán.
Frente a la progresiva animalización de Cady, se supone que tendría que prevalecer la civilización de la ley y el orden de Bowden. Pero, ay, Peck todavía no se había canonizado como Atticus Finch en Matar a un ruiseñor, por lo que su abogado tiene un perfil oscuro que lo hace más interesante todavía. Cuando Cady se acerca demasiado a su hija adolescente, Bowden decide matarlo. Sí, contrata a unos matones para que le den una paliza, pero no solo hacen el ridículo, sino que empeoran las cosas. Hasta la policía le aconseja sobre cómo tender una trampa al animal Cady y, cuando este traspase la propiedad privada, apretar el gatillo. ¿Esta es la civilización? ¿A esto nos conduce la ley que defiende Bowden?
El plano final con el supuesto final feliz de la familia es tremendamente desasosegante. Los tres vuelven juntos al hogar desde la naturaleza del pantano y el peligro de la bestia. Sin embargo, sus caras son serias y no se hablan. No parecen haber alcanzado la paz, sino que han llegado a conocer partes de sí mismos que no sabían que existían. Esto, naturalmente, gracias a la banda sonora de Herrmann que no tiene ni una concesión romántica. Que al final suene la música del comienzo nos permite intuir que todo podría volver a comenzar. Tremendo. Terrible.
La película también nos deja los homenajes que J. Lee Thompson (Los cañones de Navarone) hace a su admirado Hitchcock. Aparte del compositor, que venía de Psicosis, encuadres, primeros planos, juegos con la luz o hasta la propia mansión Bates (su interior en los estudios Univesal) nos indican que El cabo del terror es una de esas “películas Hitchcock” que no dirigió el inglés. Destaquemos sin ir más lejos la improvisada escena en la que Mitchum explota un huevo sobre la atemorizada esposa de Bowden y extiende su yema sobre ella mientras le explica que, si hay consentimiento, no es violación… ¡y eso que la censura impedía decir la palabra “violación”! Comida y sexo, lo justo para fetichistas perversos…
¿Otra más? Repasen la escena en la que la camarera se acerca a Cady y este le ofrece un billete de veinte dólares para que se vaya con él. Un verdadero dibujo de un malnacido.
Hay que mencionar también a Martin Balsam como policía o a Telly Savalas como detective, que completan un reparto en el que todo el mundo está bien, aunque los personajes giren alrededor y siempre sometidos a las figuras de Cady y Bowden.
Pero la película no sería la misma sin la sinfonía de Herrmann. Desde el principio se anuncia el horror con el paseo de Cady por la ciudad. Durante la película las cuerdas van atravesando las escenas como cuchillas y su oscuridad acompaña la sombra que avanza. La muerte del perro, la violación, la persecución a la niña y la llegada de la noche final en la barca. Insisto, Herrmann es uno de los mejores compositores de la historia y El cabo del terror demuestra lo dicho.
Sadismo, violencia y nuestros rincones más oscuros en una sinfonía del terror que no deja indiferente.