En la soledad de la urbe deshumanizada

Fotograma de "Collateral" (Collateral, Michael Mann, 2004)
photo_camera Fotograma de "Collateral" (Collateral, Michael Mann, 2004)

En Collateral (Collateral, Michael Mann, 2004) tenemos a Tom Cruise haciendo de asesino a sueldo sin escrúpulos con el productor de la mítica Corrupción en Miami detrás de las cámaras retratando la noche angelina con su estilo inconfundible. Sin embargo, bajo los neones y la música del momento, hay más. Mucho más.

El guion es sencillo y parece convencional: el taxista Max hace turnos nocturnos en Los Ángeles para ahorrar y conseguir montar una empresa de limusinas. Una noche recoge a Vincent, quien resulta ser un asesino a sueldo que le “contrata”, a punta de pistola, para que le lleve durante unas horas a diversos puntos de la ciudad en los que llevar a cabo sus asesinatos. Collateral (Collateral, Michael Mann, 2004) podría haber sido una entretenida película de acción y tiros pero, de un estupendo entretenimiento, que lo es, pasa a convertirse en una visión estética de los 2000 con duelo interpretativo y una profundización psicológica en los personajes muy superior a cualquier thriller del montón.

               Michael Mann, ya desde Corrupción en Miami, se identificó con una puesta en escena marcada por los videoclips de la MTV con asfalto, noche, coches, música del momento, neones reflejados en los capós… y tiros. Todo ello está en Collateral y ese estilo visual y sonidos como los de Paul Oakenfold, Chris Cornell, The Green Car Motel o Calexico, sitúan al espectador en una época y lugar tan concretos como si estuviera al volante en una noche a la búsqueda de problemas o de uno mismo.

               Y es que los tiros y el conflicto serían fáciles de añadir, pero lo que no es tan sencillo es crear personajes tan interesantes como Max y Vincent, lógicamente gracias a sus actores respectivos: Jamie Foxx y Tom Cruise. Foxx es el amable y eficaz taxista que trata bien a sus clientes y que en los minutos iniciales (casi podría ser un corto independiente) conoce a una estresada abogada (Jada Pinkett Smith) con la que charlar sobre la vida y sus expectativas y a la que termina regalando su “tabla de salvación”: una foto de una playa en las Maldivas que Max solía observar para evadirse, pero que entiende que a ella le vendrá mejor. Cerrando la escena sugerentemente, la abogada le dará su tarjeta con su número… Esta excelente presentación ya nos cuenta el sueño de evasión de Max o sus dificultades para conocer gente, pues se quedará mirando la tarjeta de la chica, sí, soñando otra vez… cuando Vincent irrumpe en su vida para despertarle asomándose a su ventanilla.

               Tom Cruise cambia de físico y abraza sus canas para crear a un profesional del crimen (siempre en Mann tenemos tipos impecables en su trabajo, como si fueran hawksianos). Su posición y velocidad al disparar es tan perfecta (dos tiros al pecho, uno a la cabeza) que parece ser que la usan hoy los expertos en sus clases de manejo de armas. Pero no es solo la obsesiva preparación de Cruise en lo físico, sino cómo interactúa y se complementa con Max, lo que convierte a Vincent en un gran personaje. Con una visión nihilista y cínica de la existencia, Vincent “defiende” su trabajo: “A ti qué más te da. ¿Has oído hablar de Ruanda? (…) Decenas de miles mueren a diario. ¿Acaso pestañeas? ¿Te has unido a Amnistía Internacional, a Oxfam, Salvad las ballenas, Greenpeace o algo? No. Y mato a un angelino y te vuelves loco” “No conozco a nadie en Ruanda” “Tampoco conoces a ese tío”. La frialdad de Vincent crea el suspense de si su misión acabará matando a Max o si se creará algún vínculo entre ellos.

               La conversación sube enteros cuando su relación avanza y se conocen mejor. Será Vincent quien obligue a Max a ir a ver a su madre al hospital. Supuestamente para no romper su rutina y levantar sospechas, pero hemos descubierto que Vincent creció sin madre, por lo que hay algo más en esa visita, aparte del chiste de la anciana: “¿Ha venido hasta aquí a verme?” “No es nada, señora” “Dígaselo a mi hijo. Hay que ponerle una pistola en la cabeza para que haga algo”. Más todavía, finalmente el taxista se enfrentará con Vincent y le dirá que algo está mal en su interior, que no es una persona normal… Diagnóstico certero pero sin solución y que se ve contraatacado por la respuesta de Vincent: doce años conduciendo un taxi y sigues soñando con las limusinas. Un día te despiertas, eres un viejo y no has hecho nada de lo que soñabas porque nunca ibas a hacerlo, solo vas a ver la tele en tu sofá el resto de tu vida. “No me hables de asesinato. Lo único que hacía falta era que me pagaran y un coche. Tú ni siquiera eres capaz de llamar a esa chica. ¿Qué cojones haces conduciendo un taxi todavía?”. Que cada uno se aplique el discurso a sí mismo, pero está claro que Max no va a salir indemne de esa noche. Vincent, amante del jazz, defiende la improvisación y la sorpresa… también en la vida.

               Cuando por fin llegue el vuelco a la situación, el taxista no se va a convertir en un superhéroe (estupendo detalle de verosimilitud cuando trata de disparar y no puede porque está el seguro del arma puesto), pero va a tratar de copiar e imitar al profesional, a Vincent, incluso repitiendo las frases de “tipo duro” que le ha oído. Otra genial aportación del guion que subraya la relación que se ha establecido y que nos lleva al trepidante final en el metro con una percusión in crescendo llena de emoción.

               Finalmente, a toda noche le llega la luz y veremos los primeros rayos del día. Justo cuando se subraya la soledad del ser humano en las grandes ciudades, como el propio Vincent había contado antes: “Diecisiete millones de personas. Esto es un país. Sería la quinta economía del mundo y nadie conoce a nadie. Una vez leí sobre un tío que murió en el metro. Estuvo seis horas sentado dando vueltas por L.A. hasta que alguien se dio cuenta”.

               Soledad de todos nosotros que rima con uno de los momentos más recordados de la película. En el transcurso nocturno en el taxi y en un semáforo, un coyote cruza la solitaria carretera por delante de los protagonistas. Los navajos dicen que trae mala suerte. Lo que también trae es poesía y melancolía a un mundo marcado por el individualismo, la violencia y el miedo al compromiso o a los sueños.

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