Todo el mundo miente

Si decimos que Rashomon no es lo mejor de Kurosawa es porque el maestro nipón nos dio obras maestras de la grandeza de Los siete samuráis y Ran o de la aparente sencillez de Duelo silencioso y Vivir. Si uno no sale indemne de una obra de arte y esta consigue que nos hagamos preguntas, el viaje ya ha merecido la pena.

En estos tiempos de “verdades alternativas” y de censores Ministerios de la Verdad, Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) cobra vida de nuevo y, como ocurre con las obras maestras, sigue hablando directamente al espectador setenta años después.

Tres personas se refugian de una fuerte tormenta bajo la derruida puerta de Rashomon y uno de ellos cuenta lo que ha vivido en los últimos días y le ha dejado perplejo. Buscando leña en el bosque, encontró un sombrero de mujer, unas cuerdas cortadas y… un cadáver. Tras denunciarlo, el leñador es llamado a declarar y oiremos su versión, la del bandido Tajomaru, la de la joven violada y la del muerto, a través de una médium. Todas las versiones son diferentes y cada uno manipula la verdad en su favor pero ¿cuál es la verdad?

rashomon Kurosawa

Es obvio que el tema de la película es aquel viejo adagio español de que “no le dices la verdad ni al médico” y, precisamente, el Doctor House lo corroboraba en su serie cuando solía repetir que “todo el mundo miente”. En Rashomon Kurosawa nos muestra esa mirada pesimista y desoladora con líneas como “Es humano mentir. La mayoría de las veces no somos honestos ni con nosotros mismos”; “Esta vez creo que finalmente voy a perder la fe en el ser humano”; o, incluso con ironía, “He oído que el demonio que vivía aquí en Rashomon huyó por miedo a la ferocidad de los hombres”. Todo este tono misantrópico parece no casar con un supuesto final feliz en el que un niño abandonado en el templo es recogido generosamente por el leñador para criarlo. Sin embargo, el leñador también ha reconocido su hipocresía y sus mentiras, por lo que no podemos estar seguros de ese final. De nuevo, ¿será verdad que tiene otros seis hijos y va a ciudar a este como a uno más? ¿Podemos confiar en él? La respuesta dependerá del cinismo de cada espectador…

Pero el discurso sería pobre si no estuviera envuelto de puro símbolo y de puro cine. El templo en ruinas ya habla de la condición humana. Los hechos sucedidos en el bosque nos llevan a un lugar mítico y mágico, donde el sol apenas atraviesa la penumbra. El tercer lugar de la película es el “juzgado”, con comillas, pues los personajes declaran sentados mirando al espectador y al aire libre, sin que nunca lleguemos a ver o a escuchar a los jueces: el público de la película es el que debe juzgar.

Las piezas del triángulo criminal funcionan también por los registros que exhiben los actores en cada versión. Tajomaru (Toshiro Mifune), el bandido, es el único que tiene nombre y sería el más monolítico, ya que se presenta como alguien salvaje y libertino que se encaprichó de la mujer y por ello la siguió y raptó. Sus movimientos animales recuerdan a una fiera, pero es capaz de mostrar sentimientos cuando en una de las versiones declara su amor a la dama.

Y es que ella (Machiko Kyo) es quien evoca a la femme fatale en alguna versión de la historia (no en la suya, claro) y quien incita a enfrentarse al marido y al violador para ver con quién se queda. Casi nada la oriental. Su aspecto se nos presenta etéreo con el elegante sombrero y el velo y casi mágico con sus cejas pintadas, pero juega entre la debilidad y la crueldad y, de nuevo, será el espectador quien tenga que elegir cuál es la real.

Finalmente, el marido samurái (Masayuki Mori) parece mantener un frío hieratismo, sin embargo su mirada de desprecio ante su mujer violada es demoledora y terriblemente cruel. ¿Merecería la muerte? ¿Hasta eso es capaz de plantearnos la película? Debemos mencionar también al leñador (Takashi Shimura) porque se convirtió en habitual de Kurosawa en los cincuenta y sesenta, siempre con ese fondo de tristeza que tan magistral resulta en Vivir (Ikiru, 1952).

Y es que si decimos que Rashomon no es lo mejor de Kurosawa es porque el maestro nipón nos dio obras maestras de la grandeza de Los siete samuráis y Ran o de la aparente sencillez de Duelo silencioso y Vivir. Pero es que en Rashomon se dice que hay el primer plano directo hacia el sol; tenemos ese alarde de la lluvia artificial recreada con mangueras; es una de las primeras veces que se llevó la cámara en mano; o vemos esas cortinillas tan habituales en Kurosawa. Más todavía, el tópico cuenta que la Academia de Hollywood premió a Rashomon con “una mención” porque todavía no se entregaba el Óscar a la película extranjera y tuvieron que crearlo poco después.

¿Quién mató al samurái? Tajomaru. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Fue incitado por ella? ¿Quién dice la verdad? ¿Hay esperanza todavía en el ser humano? Si uno no sale indemne de una obra de arte y esta consigue que nos hagamos preguntas, el viaje ya ha merecido la pena.

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