Va siendo hora de sacar del armario la película Homicidio (Homicidal, William Castle, 1961), que no mucha gente conoce, pero que es un título de culto el cual todavía hoy sigue sorprendiendo por sus muchas particularidades.
Hay que empezar por el productor y director neoyorquino William Castle (1914-1977), casi siempre enterrado en la serie B (aunque también produjo La dama de Shanghái o La semilla del diablo), pero, tal vez por ello, caracterizado por su maravillosa imaginación y sus recursos para cautivar al público. Sus famosos “trucos” interactivos o “gimmicks” podían ir desde cablear butacas en el cine aleatoriamente para que alguien saltara en el momento adecuado, hasta hacer que un esqueleto saliera volando por la sala, todo ello, claro está, con la complicidad de los empresarios de los cines. Aunque hoy puedan parecer recursos infantiles o propios del parque de atracciones, Castle sabía bien que el cine nació en las barracas de feria y buscaba el sagrado deber de entretener al espectador. Y vaya si lo conseguía: no tuvo nunca un fracaso, aunque sus películas no sean muy recordadas. La mansión de los horrores (1959), Escalofrío (1959), Los trece fantasmas (1960), El barón Mr. Sardonicus (1961), 13 chicas aterrorizadas (1963) son títulos tan expresivos como, por desgracia, olvidados.
De todos ellos, probablemente el título más destacado de Castle sea Homicidio (Homicidal, 1961), estrenada solo un año después de la Psicosis de Hitchcock. La referencia no es casual, sino que Castle era un declarado seguidor y admirador del genio inglés y hasta hacía cameos en sus películas como aquel o aparecía en los tráileres, intentando crear una imagen-silueta reconocible (en su caso, sentado en su silla de director y fumando). Más todavía, las referencias a Psicosis en Homicidio son tantas que no podemos (¡ni debemos!) revelarlas todas. Mencionemos, por ejemplo, el plano de la protagonista en el coche perseguida en la noche por la policía; la subida en plano picado por una escalera siniestra con el suspense de qué espera arriba; la anciana en silla de ruedas que en este caso está bastante más viva que la madre de Norman y, por ello, resulta más inquietante… También técnicamente Castle intenta imitar a Hitch aunque ahí no hay color, claro está, y los juegos de sombras resultan más casuales que provocados.

Pero vamos a la película y agárrense que vienen curvas. La historia comienza con una joven de mirada extraña y llamativa peluca rubia que llega a un hotel y, cuando se queda a solas con el botones, le ofrece dos mil pavos por casarse con ella y luego anular la boda sin mayores problemas. El joven, atónito pero ambicioso, accede y la noche de autos se dirigen al juez de paz. A este le levantan de la cama y se nos presenta de forma brillante como alguien un tanto desastroso, con la botella en la mano y con más ganas de cobrar que de trabajar. El caso es que “celebra” la boda y, cuando el juez va a felicitar a la novia, esta saca un estilete y se lo clava varias veces en el estómago dejándolo en el suelo y dándose a la fuga. Ojipláticos el novio, la mujer del juez y los espectadores, porque todo esto son solo los primeros diez minutos y la cosa solo acaba de arrancar.
Jean Arless (en realidad era Joan Marshall, cosas de Castle y de la película…) interpreta a la inquietante asesina Emily, quien luego resulta que es la cuidadora de la anciana muda en silla de ruedas interpretada por la rusa veterana de Broadway Eugenie Leontovich. Añadamos a los hermanastros a quienes la anciana cuidó en Dinamarca años atrás y la trama ya no será solo un caso de enfermedad mental y traumas infantiles, como en Psicosis, sino que el dinero de una herencia y la premeditación criminal también se meterán por el medio.
La película no presume de presupuesto sino, más bien al contrario, parece hacer gala de sus pocos recursos para crear muchas sensaciones. Esa floristería algo decadente o la casa siniestra son casi los únicos lugares donde se desarrolla la trama y Castle aprovecha ambos (y sus esquinas menos iluminadas) para hacer surgir la sorpresa y el golpe criminal cuando uno menos se lo espera (golpes, por cierto, con bastante violencia y sangre explícita que todavía hoy pueden herir susceptibilidades).

Pero llegamos al “truco” de Castle y resulta ser tan ingenioso y sorprendente como podríamos imaginar. Además de que el propio director aparece al principio presentando la película (como hacía Hitchcock en sus famosas apariciones para su programa televisivo), la bomba sorpresa llega en el clímax final. La inocente hermanastra (Patricia Breslin) ha dejado que su hermanastro Warren entre solo en la casa donde estaba Emily con la anciana. Pasan los minutos y no oye nada en la inquietante noche, por lo que decide entrar. Es entonces cuando aparece un reloj en pantalla con una aguja contando 45 segundos y una voz en off que nos advierte de que estamos en la “pausa del miedo” y que, si no soportamos el final por el terror que sentimos y nuestro corazón se acelera, es ahora el momento de salir de la sala. Además, Castle mandó a los cines una caja que llamaba “el rincón del cobarde”, donde una enfermera estaba presente para tomar la presión arterial del espectador. Golpe publicitario genial que se promocionaba más que la propia película, ¿o no tienen ya ganas de saber si soportarán ese terrible final o, por el contrario, tendrán que ir a la “Coward’s Corner”?
Más que una película de suspense y terror, que lo es, Homicido es un espectáculo irónico y divertido (bueno, con la risa floja del miedo) que evoca la barraca y la feria donde los Lumière dieron a conocer su aparato cinematógrafo para entretener a la gente. Viva el entretenimiento.