El cine judicial ya es de por sí formulaico y teatral, y disfrutable precisamente por ello. Desde el “Todo el mundo en pie”, cuando entra el juez, al “Protesto” del fiscal, las pruebas clave o el testigo sorpresa siempre nos hacen gozar, justo porque esperamos su aparición. Si a todas esas fórmulas añadimos la rigidez y ornamentación de un tribunal militar y de un consejo de guerra, estaremos más encantados todavía de contemplar esa maravillosa teatralidad de la justicia americana, adornada de marcialidad y, casi siempre, del militar trastornado de turno. Si ya están pensando en El motín del Caine, la dejaremos para otro día, hoy toca Algunos hombres buenos (A Few Good Men, Rob Reiner, 1992).
La película de Reiner se basa en una obra teatral de Aaron Sorkin, guionista y director que debutaba con esta adaptación y que luego escribiría El ala oeste de la Casa Blanca, La red social, por la que ganó el Óscar, o la muy superior, Molly’s Game. El caso es que en Algunos hombres buenos nos encontramos con todas las claves señaladas en el párrafo anterior y unos cuantos alicientes más. La historia se basa en un caso real de unos marines de la base de Guantánamo que aplicaron unas medidas “disciplinarias” a otro. En la película, la víctima muere y se juzga si el crimen fue accidental y si los marines cumplían órdenes o no, apuntando, claro está, a si debían cumplirlas (en la realidad, por cierto, el apaleado no murió y el ejecutor fue condenado y expulsado del ejército. Meses después apareció tiroteado y no se ha resuelto el crimen. ¡Hay otra película ahí!).
Sorkin nos mete con habilidad en el particular mundo de los marines (“Unidad. Cuerpo. Dios. Patria” es el mantra que recitan. En ese orden) y, más todavía, en su amenazador destino en Guantánamo. Uno de ellos lo deja claro al dirigirse al abogado de la Marina: “¿He hecho algo para ofenderle?” “No, me encantan los chicos de la Marina. Cada vez que tenemos que ir a combatir a algún sitio, nos dais el paseo”. Y es que lo que el guion quiere transmitir es la obviedad de que hay o puede haber soldados dignos, honorables y “buenos” y soldados trastornados y peligrosos como en cualquier otra profesión. Si no fuera porque en esta llevan armas y están llamados a obedecer ¿a ciegas?.
La solidez de la película se apoya en sus intérpretes, como suele ocurrir en toda gran película judicial. Atticus no sería Atticus sin Gregory Peck o a ver quién no recuerda a Charles Laughton como Sir Wilfrid Robarts. En Algunos hombres buenos Tom Cruise como el teniente Kaffee es el abogado principal de los dos marines acusados del crimen, y en su equipo contará con Demi Moore y Kevin Pollak (también en la película, Kiefer Sutherland o Kevin Bacon). Cruise empieza haciendo de Cruise, pues se nos muestra como graciosillo, obsesionado con el béisbol, hábil para llegar a acuerdos y no tener que ir a juicio… frente a la rigurosa teniente Galloway que personifica la responsabilidad y la sobriedad. Como es de esperar, cuando tengan que ir a juicio se formará la pareja perfecta y la compenetración de ambos será la ideal (aunque no se sortea la excesiva frialdad de Moore en toda la película).
A pesar de ese brillante reparto joven de las estrellas de los noventa (bueno, Cruise sigue siendo una estrella, pero es que es eterno), la película la roba el descomunal coronel Nathan Jessep: un Jack Nicholson en estado de gracia quien con solo ¿media hora? en pantalla se convierte en lo mejor de la película y crea una de sus más intensas y memorables interpretaciones. Lo cual es mucho decir.
Conviene escuchar en versión original al coronel Jessep para escuchar cómo desliza las palabras como serpientes y cómo su tono de voz despierta admiración en quienes le rodean. No es de extrañar que los marines a su mando le veneren: “Las únicas autoridades a las que respondo son mi oficial al mando, el coronel Nathan Jessep, y Dios, Nuestro Señor”. De nuevo en ese orden, claro. Tela marinera… nunca mejor dicho.
Nicholson se come a Cruise (y a todos) en dos escenas inolvidables. Una, cuando le recibe en Guantánamo y le pide que se cuadre (ese contraste del blanquito uniforme de Cruise). Otra, en el impresionante clímax final del juicio, cuando reconoce haber dado la orden “correctiva” (el temible Código Rojo) y pierde los nervios por única vez. “¡¡Tú no puedes encajar la verdad!!” es ya una frase clásica y se completa con un discurso terrible de Jessep en el que denuncia la hipocresía de cómo toleramos con burlas a gente como él en las fronteras y muros, porque queremos que nos protejan con sus códigos de honor y lealtad que otros ridiculizan. Todo esto, que ya remueve nuestras entrañas, hay que verlo en ese primer plano sostenido sobre Jack Nicholson con tropecientas medallas en el pecho y tratar de no aplaudir… ¡porque es el malo!
Lógicamente, la conciencia americana queda a salvo cuando Demi Moore proclama antes que los marines están en el muro para defendernos del enemigo (habría que matizar qué hacen en ese “muro” cubano y “defendernos” de qué. ¡Ah, la hipocresía yanqui!). O cuando el epílogo nos regala otra de esas frases de Sorkin para recitarlas: “El honor no es solo una insignia en una manga”.
Un reparto excelente, líneas memorables y un juicio trepidante lleno de giros y movimientos geniales hacen que Algunos hombres buenos sea una película tan impecable y brillante como un uniforme de los marines.