A estas alturas de la película, nunca mejor dicho, parece absurdo o ingenuo pretender añadir algo nuevo sobre El padrino: Parte II (The Godfather: Part II, Francis Ford Coppola, 1974), pero puesto que está cerca de cumplir cincuenta años, no se emite tanto en televisión y hasta es posible que algún despistado iconoclasta crea recordar que “no es para tanto”, vamos a volver a recetar su inexcusable visionado... frecuente.
Lo primero: ¿por qué la II y no la primera parte? Desterrado ya aquel absurdo tópico de las segundas partes (Cervantes y su ingenioso hidalgo siguen pensando que las continuaciones pueden ser mucho mejores que las originales, por todo lo que mejoran y corrigen), el caso es que Coppola tuvo más libertad creativa tras el rotundo éxito de El padrino (The Godfather, 1972), que es más canónica y menos arriesgada. Por ejemplo, se permitió hacer dos películas en una (la infancia y juventud de Vito y la madurez de su hijo Michael), algo que no le hubieran permitido años antes. Y, ojo, la magnitud de la empresa termina haciéndose corta por la riqueza de la misma y el atractivo de sus personajes, por lo que no hay películas “largas”, sino malos guiones o directores aburridos.
¿Hace falta ver la primera para disfrutar de la segunda? Indudablemente, sí se disfruta más, aunque no creo que sea imprescindible para entender todo lo que ocurre y gozar de los diálogos, enredos y mecanismos mafiosos y políticos que se despliegan. Los ecos y guiños con la anterior película están ahí para reinterpretarlos y reimaginarlos: el comienzo con fiesta familiar (boda/comunión); el adinerado presuntuoso que niega un favor para ver cómo cambia de opinión tras una sangrienta intervención (productor de Hollywood y su caballo/senador y una prostituta); el atentado frustrado contra el padrino (Vito/Michael); la muerte del patriarca (Vito/la Mamma); o la puerta final de El padrino que se cerraba sobre Kay y sobre la que volveré luego. Todo ello con un gusto shakesperiano y operístico que es más que cine: un arte total.
Si se me permite la salida de tiesto, diré que El padrino: Parte II es una película navideña. Ya no es solo que haya escenas ambientadas en esa época (como en la primera, por cierto), sino que en esta película vivimos la Nochevieja más famosa de la historia (ese 1 de enero de 1959 en Cuba y lo que significó históricamente… y en la película). Además, Coppola subraya el contraste entre el ambiente nevado de Reno y la casa de Michael en Lago Tahoe (junto al estado de… Nevada) y la soleada Cuba. Gran y significativo detalle de guion cuando Michael Corleone pregunta a su guardaespaldas por los regalos navideños de los niños que ha comprado, para que pueda preguntar por ellos y parezca que los ha comprado él. Y, ¿acaso hay algo más navideño que la familia y la unión familiar? Pues de eso trata El padrino: Parte II, aunque, más precisamente, de la desunión familiar y de cómo Vito creó una familia y Michael la continuó como empresa criminal, llevándole a la terrible soledad del plano final (qué glorioso epílogo esa reunión familiar que nos lleva a 1941 y que ya profetizaba la soledad del hermano pequeño).
Tres metáforas maravillosas sobre la puesta en escena y el guion. Primero, varias “familias” se reúnen en La Habana por el cumpleaños de Hyman Roth (Lee Strasberg, el mítico profesor teatral que prácticamente debutaba en el cine con más de setenta años). La tarta tiene la forma de la isla cubana que ellos mismos se van a repartir… Ese literal reparto del pastel se frustrará el 1 de enero con otra escena memorable.
Cuando todo el mundo se felicita el nuevo año, Michael revela a su hermano Fredo (inolvidable John Cazale) que conoce su traición y le besa con esa terrible y definitiva “felicitación”: “Sé que fuiste tú, Fredo. Me destrozaste el corazón”. Un beso de la muerte hecho realidad unas cuantas escenas después.
Por último, la ya comentada puerta. La primera parte terminaba con Michael consagrado como nuevo Padrino Corleone cuando parecía haberse reconciliado con su mujer. Pero cuando venían a rendirle tributo, la puerta se cerraba mansamente sobre el rostro de Kay, que sabía así que siempre iba a quedar fuera de los negocios de su marido. Pues bien, en esta segunda parte Kay aborta voluntariamente y consigue así que Michael la repudie. No la aleja de sus hijos, pero solo podrá verlos cuando él no esté en casa. En la emotiva escena en la que coinciden, Kay no sabe si estallará la violencia, pero Michael se dirige a la puerta y la cierra con una serenidad gélida dejando a la madre de sus hijos literalmente fuera de la familia y de la casa. Poesía pura.
Todo esto, sin hablar de Al Pacino o de Robert De Niro; de la fotografía llena de sombras de Gordon Willis; del uso de la música de Nino Rota; o de los suntuosos decorados de Dean Tavoularis. También el guion nos deja lecturas políticas (referencias más o menos indirectas a Kennedy y a su[s] asesino[s]), religiosas (la culpa y la redención, temas de la estupenda tercera parte) y hasta citas históricas (el final de los patricios romanos y el final de Frankie Pentangeli).
En fin, un monumento artístico de tal calibre que ya escapa a toda posible crítica u opinión. El Quijote, Las Meninas, la Pietà de Miguel Ángel y El padrino. De eso estamos hablando.