Una película joven de cincuenta años

Se cumplen cincuenta años del estreno americano de Contra el imperio de la droga (The French Connection, William Friedkin, 1971) y es una ocasión tan buena como otra cualquiera para reivindicar una película injustamente olvidada

Se cumplen cincuenta años del estreno americano de Contra el imperio de la droga (The French Connection, William Friedkin, 1971) y es una ocasión tan buena como otra cualquiera para reivindicar una película injustamente olvidada.

Basada en la historia de dos policías reales, que supervisaron el rodaje e hicieron sus cameos en la película, podemos empezar destacando la verosimilitud de todo lo que se cuenta. De Marsella a Nueva York seguimos la pista de un cargamento de droga destinado a venderse en Brooklyn, si Popeye Doyle y Cloudy Russo no lo remedian. El contraste entre la brillante Costa Azul y la gélida Gran Manzana es solo una primera pista de cómo van a oponerse los protagonistas.

Por un lado, Doyle y Russo son los impecables Gene Hackman (su primer Óscar) y Roy Scheider (su primera nominación). Malhablados, malvestidos, al borde de lo legal en el uso de la violencia y de las armas, su descripción no es amable (recordemos que los policías en quienes se basaban dieron su valiente y honesto visto bueno), lo cual hace que crezcan como personajes y se conviertan en personas. Casi un documental.

Frente a ellos, el gran Fernando Rey como Alain Charnier. Justo el año anterior, su Tristana (Luis Buñuel, 1970) había sido nominada al Óscar, pero la leyenda dice que Friedkin pidió al actor de Belle de jour (otra vez Buñuel, 1967), pensando en Francisco Rabal y ficharon a Rey, sin haberlo visto. El caso es que el “error” funcionó y el gallego certificó aquello tan injusto del “primer actor internacional español” que a tantos olvida. De lo que no cabe duda es de que su elegancia y su contraste con Gene Hackman es una delicia, en especial en la primera persecución de la que hay que hablar.

Siempre que surge Contra el imperio de la droga sale a relucir la persecución del coche, pero no es menos memorable el momento en el que Doyle sigue al francés Charnier tratando de pasar desapercibido. En una de esas muestras de verosimilitud comentadas, el policía camina, disimula, corre, se esconde, se tapa, finge llamar por teléfono, entra y sale del metro… hasta que lo pierde. El plano burlón de Rey saludando tras el cristal es memorable, más todavía, cuando Doyle se lo devuelva en un momento posterior de la película. Todo ese cansado y meritorio esfuerzo del policía vuelve a hacernos sentir empatía por el personaje y nos creemos las dificultades de su trabajo. Y más todavía, cuando esas persecuciones se combinan con tiempos muertos mirando a edificios: ya lo decía el detective Areta, “este trabajo consiste en esperar, esperar y esperar”.

Sin embargo, el clímax de acción de la película es el momento en el que Doyle es tiroteado a plena luz del día e inicia una persecución por las calles de Nueva York. Bueno, él, por las calles, porque el asesino se ha metido en el tren urbano que va por encima de las vías. Popeye se hace con un coche y con una determinación imparable emprende la caza. Cámara subjetiva, accidentes con coches, faros estallando, ¡hasta el inevitable carrito de bebé a punto de saltar por los aires y esquivado en el último segundo!... todo ello coreografiado como si fuera un baile, a pesar de que no se cerraron todas las calles para el rodaje y alguno de los choques fue real. ¡Y algunos dirán que es lo menos verosímil de la película! De nuevo, fantástica resolución de la escena. Cuando el tren se ha saltado estaciones y se estrella desbocado, el asesino se baja y se encuentra lo que menos esperaba: a un maltrecho pero decidido Popeye Doyle apuntándole con su revólver en un glorioso contrapicado. Sencillamente impresionante.

Y es que hay que destacar y reivindicar al director William Friedkin. Él contaba que por entonces salía con una hija de Howard Hawks y se le ocurrió preguntarle al maestro por sus películas anteriores: “Son horribles. Rueda una buena persecución. Una que no haya hecho nadie antes”. Palabra de Hawks. Nada más que añadir.

Un par de años después, Friedkin dirigiría El exorcista y cambiaría la historia del cine de terror. Y es que los setenta abrieron la puerta al nuevo cine (por ahí asomaban ya Coppola, Spielberg, Lucas…) y Contra el imperio de la droga abrió también la puerta a un nuevo cine policiaco real, violento, cínico y hasta social (esos carteles finales con el injusto destino de los personajes).

No se llamen a engaño con los nuevos profetas del plano secuencia o de la cámara al hombro, revisen la cincuentenaria The French Connection y verán cine joven y fresco: el buen cine de siempre.

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