La Costa Azul francesa, la elegancia del esmoquin, las joyas sobre la rubia o los diálogos con dobles y triples sentidos parece que nos obligarían a hablar de James Bond, pero no, a Bond le quedaban todavía unos años por aparecer en los cines y Sir Alfred ya estaba asentando las bases del mito. No se suele incluir entre sus obras maestras mayores, pero, partiendo de que no hay Hitchcock “menor”, Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief, 1955) es una de sus películas más divertidas, agradables y refrescantes.
John Robie (Cary Grant) fue ladrón antes de la guerra y se redimió uniéndose a la Resistencia francesa, sin embargo una serie de robos que parecen llevar su marca de “Gato” hacen que todo el mundo piense que ha vuelto a las andadas: tanto sus excompañeros de Resistencia, como la policía. El tema del falso culpable es uno de los predilectos de Hitchcock y, en este caso, la ambigüedad de Robie, que realmente ha sido ladrón, intenta subrayar el suspense sobre si será culpable o no. Obviamente, con Cary como protagonista no hay posibilidad de duda: no solo será inocente sino que encontrará al culpable con su habitual elegancia y sentido del humor. Si Atrapa a un ladrón merece un lugar en el Olimpo del cine puede ser ya solo por el hecho de que consiguió convencer a Cary Grant para que dejara su retiro. Ante el ascenso de jóvenes actores del “Método”, Grant había anunciado que abandonaba el cine en 1953. Gracias a Hitch, pudimos disfrutar unos cuantos años más de un carisma inolvidable (Tú y yo, Charada o la propia Con la muerte en los talones fueron posteriores y, por tanto, se la debemos a esta).
Ay, pero el destino es cruel y, si la Costa Azul nos trajo de vuelta a Grant, supondría el fin de Grace Kelly como actriz. Este era su tercer título con Hitchcok y en Mónaco conocería a su futuro esposo el príncipe Rainiero, con quien empezaría otra vida de glamour pero alejada de Hollywood. Rubia ideal para Hitchcock, Kelly aporta su hermosura aparentemente gélida que el maestro inglés intentaba retratar con distanciamiento y perfiles… para que su sexualidad también fuera una sorpresa salida del suspense. Tras un encuentro con John Robie más bien antipático, él la acompaña a su habitación y ella se abalanza sobre sus labios para desearle buenas noches. La sorpresa de Robie es la del espectador y culmina la fantasía hitchcockiana de la belleza de cristal que se convierte en fuego en el asiento de atrás de un coche, en un ascensor o en el pasillo de un hotel. El cine como sueño erótico-festivo. Olé con el inglés.
Los quince minutos iniciales son modélicos y es una de esas joyas (nunca mejor dicho) que hay que enseñar en las escuelas de cine. Como tantos grandes, Hitch viene del mudo y sabe narrar sin palabras por lo que solo con la cámara y, si quisiéramos, prescindiendo del sonido, entendemos perfectamente lo que pasa. Viajamos a Francia, varias mujeres gritan, sus joyas son sustraídas con nocturnidad, la policía va a buscar a Robie, él se escapa por la ventana y les da esquinazo. Presentación trepidante y perfecta síntesis del planteamiento de la película. Dada la verborrea habitual del cine actual (¡incluso en el de “acción”!), no sé si hoy encontraríamos un narrador con imágenes tan sutil y elegante como el que precisa esta secuencia.
Hay al menos otros dos elementos que no podemos obviar. Por un lado, la elegancia que sobrevuela la película debe mucho a la genial Edith Head, diseñadora de vestuario que ganó ocho Óscar y brilló con cortes atemporales desde Eva al desnudo a El golpe, pasando por Los diez mandamientos. Casi nada. Naturalmente tener a Grace Kelly como percha multiplica la distinción y la gracia (valga la redundancia) de cualquier tela. Ya sea para ir a la playa, de pícnic o para disfrutar de los fuegos artificiales en la noche de Cannes, el vestuario de Grace brilla tanto como ella y más que las joyas que desea el ladrón. A destacar también el baile de disfraces final en el que viajamos a la corte neoclásica francesa y la suntuosidad y el colorido nos distraen, como buen truco de magia, de lo que el verdadero Gato anda buscando por los tejados…
Y el otro elemento clave de Atrapa a un ladrón son unos diálogos llenos de ingenio y humor, que consiguen que cada nuevo visionado de la película sea realmente nuevo, porque su chispa e insinuación sexual no envejecen. “No me gustan las cosas frías sobre mi piel”, dice ella supuestamente hablando de joyas; “Tengo la sensación de que esta noche va a ver una de las vistas más fascinantes de la Riviera… Me refería a los fuegos artificiales…”, sugiere ella, apagando la luz para que Hitchcock la retrate con la cara oscurecida y el collar brille sobre su piel en la escena sexual de la película que sortea a la censura con la obvia metáfora de las explosiones celestiales; “Me interesan tanto las joyas como la política, los caballos, el arte moderno o las mujeres que buscan emociones fuertes: ¡nada!”, dirá Robie para intentar escapar del lazo de ella…
Mención especial para secundarias de oro como Jessie Royce Landis, como madre de Grace que también se rinde ante los encantos de Grant: “¿Por qué terminó en la Riviera?” “Para conocer a alguien tan encantadora como usted” “Chico, ahora sí que voy a tener que investigarle”; o la joven Brigitte Auber como Danielle Fouchard, con la que saltarán chispas de celos entre gatas: “Danielle, tú eres solo una chica, ella es una mujer” “¿Para qué quieres comprar un coche viejo si puedes tener uno nuevo más barato? Corre más y durará más…”. El cine nos ofrece vacaciones idílicas, divertidas y emocionantes y el maestro Hitchcock siempre es garantía de todo ello. Déjense atrapar una vez más por la pregunta de la rubia: “¿Qué prefieres, muslo o pechuga?”.