Una infancia que deja huella
¿Un asesino nace o se hace? Esta es la eterna pregunta que nos hacemos siempre. La duda de si es algo presente en nuestra genética, un rasgo específico de cada individuo, o por el contrario son las vivencias o la educación recibida cuando somos niños lo que condiciona que acabemos convertidos en ladrones, asesinos, violadores...
Una persona cuya infancia se rompió y ahora vive recompuesta por los pedazos de lo que una vez fue, no vuelve a ser la misma. Siempre habrá algún pedacito que no encaje en su sitio, que no ocupe el lugar que le corresponde. Esas fisuras que quedan cuando pegas algo roto, por muy bien que hagas el trabajo siempre serán visibles, perceptibles, dejarán marca como si de cicatrices en el alma se tratara.
Ese es Mykola, un personaje cuya infancia se vio destrozada con la muerte de su padre y posterior huida de su ciudad, a causa del accidente nuclear de Chernóbil. Este hecho le marcó no solo a él, sino también a su madre, condicionando así sus primeros años de vida. Y es aquí donde mi pregunta inicial cobra sentido, ¿ha sido esta traumática infancia lo que ha condicionado los actos del Mykola adulto? ¿Hubiera hecho lo mismo de haber tenido una infancia feliz y tranquila?
Este hombre recompuesto es uno de los protagonistas de ‘La mecedora’ (Ediciones Versátil), de Anna Hernández (Cartagena, 1970), una historia sobre personas que se intentan rehacer, sobre relaciones complicadas y sobre nuestra reacción ante el sufrimiento, todo ello envuelto en un thriller que te llevará a lo más profundo de los bosques suecos.
Un triángulo geográfico y personal
Suecia, España y Ucrania, son los tres vértices del triángulo en el que se desarrolla la acción de la novela. Una policía española, Elena; un policía sueco, Nils y un enfermero ucraniano, Mykola, verán cómo sus vidas se entremezclarán a lo largo de las páginas de ‘La mecedora’.
Elena se encuentra pasando unas vacaciones en Suecia, en casa de Nils, junto a la mujer de este y sus cuatro hijos, después de que se conocieran en España.
La conexión entre ellos es magnífica y están disfrutando de unos maravillosos días, hasta que la felicidad se torna tragedia. Elena, junto al menor de los hijos de la pareja sueca, Axel, son secuestrados. No se pide rescate, no hay pistas. La policía sueca en colaboración con la española, trabajan contrarreloj para encontrarles.
Durante su cautiverio, Elena se marca un objetivo: hacer que la vida de Axel corra el mínimo peligro y evitar que se dé cuenta de que se encuentran encerrados. Y es así, como da comienzo una extraña relación con su secuestrador, Mykola. Atracción, miedo, dependencia, confianza, desconfianza… Un cúmulo de sensaciones y sentimientos mientras vaso a vaso de vodka, acunados por el vaivén de la mecedora que Mykola usa para apaciguar a Axel, vamos descubriendo el pasado del secuestrador ucraniano.
Chernóbil, un accidente que no debe olvidarse
Un accidente sucedido hace 30 años es el desencadenante de que Mykola sea hoy, la persona que es. En la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, ubicada en el norte de Ucrania, una serie de errores humanos dieron lugar al más grave accidente nuclear internacional.
En las dos semanas siguientes a ese fatídico día 26 de abril de 1986, 31 personas fallecieron, necesitando ser evacuadas de las zonas adyacentes más de cien mil, teniendo que ser aislado un territorio de 30 kilómetros alrededor de la central, aislamiento aún vigente.
Los efectos a corto y largo plazo fueron devastadores, tanto para personas, como para la tierra, flora y fauna.
En la ficción, la familia de Mykola tuvo que abandonar su ciudad, huir y empezar de cero, dejando atrás al cabeza de familia, que fue una de las primeras víctimas de la tragedia. De esta forma, Anna Hernández, ha conseguido que mi atención vuelva a fijarse en este suceso que el tiempo había hecho que cayese en el olvido. No obstante, este tipo de errores, humanos, deberían estar siempre presentes en nuestra memoria, ser un continuo recordatorio para evitar volver a repetirlos.
Encadenada a un pilar, engarzada a él
Aunque el tema del accidente nuclear está presente a lo largo de la historia, no nos engañemos, el punto fuerte de ‘La mecedora’ es la relación del secuestrador y la secuestrada. Con la idea de un posible síndrome de Estocolmo sobrevolando durante toda la lectura, la autora nos presenta el fascinante vínculo que surge entre Elena y Mykola, de una forma totalmente creíble. Al contrario de lo que me ha pasado con el tercer integrante del triángulo, Nils, con cuya historia no he acabado de conectar.
Elena es una luchadora, con ganas de sobrevivir a cualquier precio, que junto al afán de protección que siente hacia Axel, harán que los lazos que le unen a su raptor no se limiten a la cadena que la mantiene atada con el pilar de la habitación y vaya más allá. A un lugar donde lo correcto y lo incorrecto, lo cuerdo y lo insano tenga un límite tan frágil como la vida misma. Pondrá su vida y su alma en manos de Mykola, a cambio de la seguridad del niño, sin saber que cuando se entrega tanto de uno mismo, no se vuelve a recuperar del todo.
Y es que estamos en una historia donde los personajes son desnudados por la autora, mostrándonos esos sentimientos ocultos, esos rincones profundos que cada persona guarda para sí mismo. Y nosotros, los lectores, nos dejaremos mecer por las palabras de Anna empapándonos de ellos.