Hay quien dice que lo que no aprendemos mediante la inteligencia nos lo enseña el sufrimiento; que todo el que sufre sabe. Una parábola del sufrimiento se nos revela ahora la vida de la pintora mexicana Frida Kahlo, pasionaria mestiza, creadora desde dentro y uno de los iconos femeninos más icónicos del siglo XX.
Quien conozca su vida y su obra y su proyecto artístico de transformación radical del dolor en toda su multiplicidad. Quien haya leído el diario titulado UN AUTORETRATO ÍNTIMO (Círculo de lectores) o el titulado LAS DOS FRIDAS (Zorro Rojo) o alguna de sus biografías, por ejemplo la publicada por Circe. Quien se haya detenido asimismo en la antología de su pintura editada por Taschen, rápidamente sabrá, al ver este largometraje efectista y gratamente colorista, que se haya ante una obra a partir de otra obra, y no ante un film riguroso. Por eso no se nos queda pequeño ni tampoco nos aporta demasiado salvo ciertas logradas imágenes, secuencias a la vez duras y líricas, y un legado: poesía de la fragilidad.
No deja de echarse de menos, tratándose de una luchadora titánica, de una de esas mujeres rompehielo que se empeñó en tener la habitación propia que recomendó Virginia Woolf, un poco más de eso, de esa lúcida y liberadora autorreflexión femenina y políticamente feminista. También se ha limado bastante su cosmovisión comunista, sus buenas condiciones éticas, su idealismo, para centrar el argumento en la volcánica relación que mantuvo con Diego Rivera y con Trosky, en su bisexualidad, en su amistad con la fotógrafa activista de vida apasionante Tina Modotti y sobre todo en la forma ejemplar de sobrellevar e integrar el dolor físico de su enfermedad, y el sufrimiento espiritual por las astillas que producía la convivencia con su esposo.
Conocer a Frida supone ver de otra forma sus cuadros, y de otra forma el mundo. Cuando hablo con algunos amigos pintores, por ejemplo con Modesto Llamas y Alejandro Vargas, percibo que no les gusta el universo plástico de esta creadora, pues tienen razón en que es reiterativo y está ejecutado con deficiencias técnicas y no muchos recursos expresivos. ¡Pero éste es un buen ejemplo que muestra cómo la creación está hecha principalmente de vida y alma, no de academicismo!
Frida vivió el infierno del prematuro deterioro físico, y supo extraer de él ciertas verdades intemporales y universales que nos regaló en su obra, y de ahí su grandeza.
Cada retrato de esta diosa pagana cejijunta nos habla del aguante, de la superación, de la energía vital renovable, del inconformismo, del dolor terapéutico, del amor por lo popular y el placer de las pequeñas cosas propias, pero también esos lienzos dan testimonio de un compromiso, de una época y de una vida irrepetible que, por momentos, bien puede ser un poco todas las vidas.
Frida vestida, desnuda, postrada, doliente, reflectante, está hoy en esa lista de mujeres que revolucionaron el siglo XX y cambiaron la Historia. Junto a la insurrección sexual de Anaïs Nin, la subversión amatoria de Natalie Barney, la sublevación política de María Teresa León y muchas otras, se inscribe el nombre de Frida Kahlo por su talento empleado en vivir a pesar de todo, en vivir a duras penas, en vivir sin embargo.
Por eso bien puede homenajear una y mil veces el cine a esta digna sobreviviente, esta sirena sin mar de cuerpo frágil y alma a prueba de bombas…. Nunca dejarán de asombrarnos sus agallas, su fuerza de voluntad, esa utilización del arte para conseguir expulsar de sí misma los fantasmas interiores.
Probablemente, sin la pintura, esa mujer no habría podido soportar la corona de espinas de su existencia, más consiguió en grado aceptable, agarrada a los pinceles, que esas afiladas espinas no enturbiaran su psiquismo.
Hoy por eso nos enseña que todo es relativo, que nada es para tanto, que siempre podemos más, que no hay cadenas definitivas para quien vive de forma creativa, que es vital confiar en lo que creemos y otras muchas lecciones inmarchitables.
En verdad la vida de Frida fue como la de una mujer soldado que siempre estuvo en la guerra… Pero no desistió, no se rindió, no tiró la toalla ni se arrojó al río Sena como otras mujeres brillantes contemporáneas suyas.
Ha pasado el tiempo y ahora sé que ella siempre estuvo en guerra. Y que luchó por mí.