En el año 2000, los cuatro miembros de la familia Miyazawa fueron asesinados en la capital nipona. Ahora, los neones de los rascacielos de Tokio siguen funcionando sin que se haya resuelto el caso que inspiró al escritor Nicolás Obregón (Gran Bretaña) para escribir La luz azul de Yokohama, una novela que nos invita a sumergimos en las tinieblas de las ciudades desarrolladas.
Basada en hechos reales
Según cuenta el autor, el asesino utilizó un cuchillo de sashimi, comió helado, defecó sin molestarse en tirar de la cadena y dejó su propia sangre en el escenario del crimen. Tras el pertinente análisis de ADN, se supo que la madre era de origen europeo. Quienquiera que fuese, tampoco se preocupó por recoger su pañuelo, en el que se hallaron restos de aftershave de una marca francesa.
La familia Miyazawa residía en el barrio de Setagaya. El padre, de 44 años, se llamaba Mikio y trabajaba en una empresa de desarrollo de identidad corporativa. La madre, Yasuko, tenía 41 años y era maestra. Niina había cumplido los 8 años y su hermano pequeño Rei tan solo tenía 6. Una historia real que se convierte en una de ficción con el objetivo de profundizar en el sufrimiento.
Los suicidios
En un lugar en el que la tasa de homicidios es muy baja en comparación con otros países, un crimen de este tipo conmueve a los ciudadanos y a las autoridades. Lo que no sorprende tanto son los suicidios, cuya tasa en Japón es demasiado elevada. A pesar de haber disminuido, en 2019 fue de un 15,8 (tasa de mortalidad por cada 100.000 habitantes).
El escritor aborda este problema endémico y lo incluye como uno de los principales elementos que conducen la historia. Cuando el inspector Iwata empieza a trabajar en el departamento de homicidios de la comisaría de Shibuya, lo hace para cubrir la baja definitiva de Hideo Akhashi, quien decidió quitarse la vida. Al respecto, una frase que se repite a lo largo de la obra cobra sentido enseguida: “Las luces de la ciudad son muy bonitas.”
Nacionalismo, simbolismo, corrupción
La mafia más temida de Japón, la Yakuza, los crímenes rituales y la corrupción de las élites, los símbolos de pertenencia a los grupos sectarios y el pasado turbio de quienes convergen cuando un hecho atroz debe resolverse. Todo ello se mezcla y abruma al protagonista. Con todo, Obregón consigue llevarnos a ese submundo oscuro en el que no hay espacio para los débiles.
La magia triste y opaca del territorio se nos muestra a partir de un hecho ocurrido en 1996 y el asesinato sucedido el 14 de febrero de 2011. El autor del crimen podría ser un asesino en serie. El escritor prefiere cambiar nombres y fechas por respeto a la familia Miyazawa, y con ese decoro logra atraparnos en una trama que invita a la reflexión y a la autocrítica.