El escritor peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961), pelo ensortijado y gafas que leen solas, fue, junto a Mario Vargas Llosa y otros, fundador del partido político “de Rosa Díez” UPyD, y ahora, junto al citado Vargas Llosa, tiene cuarto y mitad de ideólogo de Ciudadanos, o algo así…
Pero hoy no quiere hablar directamente de política, sino del idioma español (ésa es otra forma de hablar de política, como verán).
Y es que Fernando Iwasaki acaba de publicar su libro más reciente (Las palabras primas, Ed. Páginas de Espuma, IX Premio Málaga de Ensayo José María González Ruiz): un alegato reflexivamente reivindicativo sobre nuestro idioma, o una aleación de lucidez, humor y filología (se trata de un compendio unitario y heterodoxamente filológico de pensamiento y hallazgos; libro tan agudo como erudito de amor al idioma español con todas sus mixturas, sus polisemias, sus etimologías locas y sus recodos sorprendentes).
Y, con tal pretexto, ha sido entrevistado para eltaquigrafo.com por Luis Artigue…
¿Qué son las palabras primas?
Son palabras que se prestan al juego y a crear jugadas que hechizan y deslumbran porque su birlibirloque funciona a través del tiempo y del espacio, ya se trate de voces del Siglo de Oro, de palabras hispanoamericanas o de combinaciones entre la tradición y la modernidad.
¿Le debemos no pocos hallazgos expresivos de uso común a los juegos de naipes?
Sin duda, porque los naipes han entretenido a los hispanohablantes durante más de quinientos años y ello explica que todavía convivan con nosotros expresiones como «echar el resto», «jugar las bazas», «ir a por todas» o «meterla doblada».
Ahora mismo Internet, la tecnología y las redes sociales están acuñando nuevas palabras que algún día nos harán reflexionar, como lo demuestra el verbo «desconectar» como sinónimo de descansar.
¿Hay una novela de humor entre picaresca y surrealista en ciertas etimologías de nuestro idioma como la de la palabra “polla”?
Los viajes de las palabras darían para numerosos cuentos, ensayos y novelas, pues en América Latina una polla es una apuesta y en España algo que nadie apostaría jamás. No obstante, palabras como chévere o fandango también darían para divertidísimas ficciones ultramarinas.
¿Por qué dices que América es algo así como el frigorífico donde se conservan las palabras?
Más que un frigorífico sería un vivero, ya que allá se trasplantaron voces que arraigaron y florecieron mientras que aquí se olvidaron o cayeron en desuso.
Para muchos hispanohablantes peninsulares descubrir el habla de Bucaramanga o Aguas Calientes viene a ser como recuperar el habla de los abuelos, aunque el gentilicio de Aguas Calientes sea la no menos curiosa voz «hidrocálido».
¿Consideras también muy relevante y poco conocida la aportación lingüística de la Andalucía rural al idioma español?
El habla andaluza es la que tiene más correspondencia con las distintas hablas hispanoamericanas y al mismo tiempo es de las más dinámicas de España. Cádiz -por ejemplo- es el gran laboratorio del habla peninsular, donde los juegos y las creaciones populares compiten con las del Caribe.
¿Y la aportación lingüística del flamenco?
Es inmensa e incluso desconocida dentro de la propia Andalucía, porque sería un error creer que todos los andaluces son aficionados o estudiosos del flamenco. Sin embargo, el flamenco atrae a cientos de miles de aficionados de todo el planeta y quizá el argot jondo sea el único que permite que la comunicación entre un japonés y un noruego sea en español, porque si uno dice «¡Vamos allá!» el otro le responderá «¡Toma que toma!».
¿Tiene el español el lugar idiomático que merece? ¿Qué lugar deberíamos ocupar por ser 500 millones de hispanohablantes?
El español no es la lengua de la ciencia, ni de las finanzas, ni de la filosofía, ni de la alta diplomacia. Por no ser no podría ni siquiera ser una de las lenguas oficiales de la Unión Europea porque en español sólo podríamos hablar entre nosotros y a veces ni siquiera, porque en el parlamento europeo ciertos eurodiputados se expresan en sus lenguas regionales en la eurocámara y en español solamente en la cafetería.
El estatuto mundial del español no lo vamos a cambiar los hispanohablantes ni aunque nos reproduzcamos como chinos. Los hablantes de hebreo son ocho millones, pero tienen dos universidades entre las cien primeras del mundo. Ese es el lugar que deberíamos querer ocupar.
Comentas que en lo referente a este libro la muerte tiene una incidencia especial porque en sus páginas se incluye un capítulo importante que rescribiste tras un momento crucial de tu vida. ¿Cómo fue y de qué habla ese capítulo?
Yo estaba invitado a dictar una conferencia en León, pero mi padre falleció de improviso en Lima y entonces tuve que viajar a su entierro antes de venir a León de regreso del funeral.
Durante el viaje decidí escribir mi conferencia de nuevo y así leí un texto que en Las palabras primas se titula «La lengua paterna», porque mi padre jamás nos enseñó el japonés del siglo XIX que él hablaba y que murió con él. La ausencia de esa lengua paterna representa además la ausencia de mi padre.
¿Este libro en el fondo quiere también demostrarnos que la erudición filológica no está reñida con el humor?
Ni con la ortografía tampoco, porque no es lo mismo dar el pésame por «la pérdida de tu madre» que por «la perdida de tu madre». Poner las tildes en su sitio no es cosa de eruditos y además te evita problemas.
Y lo mismo vale para las comas, así que podemos concluir que la lengua atesora infinitas posibilidades para pasárselo bien…
Y al terminar esta entrevista o casi crónica, orujo blanco para la noche negra, en el calor amigo de un restaurante memorable, me doy cuenta de que Fernando Iwasaki, tipo antiguo si ser caballeroso es algo antiguo, tipo moderno si ser de todas partes viene a ser algo moderno, aflamencado dandi o inca de ritmo poco afectado, ojos irónicos, buenas vibraciones y una refrescante ponderación, es en efecto todo él alta cultura, o sea, todo él amor y humor.