Muerdealmas. El nombre le hace justicia. Incluso se queda corto en comparación con la oscuridad que envuelve a esta remota aldea, ubicada en el norte de la provincia de Castellón, en la comarca de Tinença de Benifassà. De forma prácticamente desesperada, Abel Lanuza, el protagonista de este ‘country noir’ escrito por Santiago Álvarez (Murcia, 1973), aterriza en este paraje, donde parece que incluso las leyes del espacio y el tiempo se han rendido a merced de la familia Osset. Un clan que vive al margen de la ley, y que monopoliza los negocios ilícitos y las vidas de todos los que habitan cerca de su influencia.
Después de pasar más de dos años ingresado en un centro psiquiátrico, Abel Lanuza recibe la herencia de su tío y percibe esta noticia como el salvavidas que necesitaba para huir de la ciudad y empezar de nuevo con su familia. Así es como el protagonista irrumpe en Muerdealmas. Sin embargo, pronto emergerán recuerdos relacionados con los Osset y el pasado de Abel, aún borroso en su memoria. Los primeros recuerdos del protagonista y la eterna lucha entre los Osset y sus eternos rivales, los Piedelobo, desencadenarán una serie de acontecimientos que situarán al protagonista en medio de la mayor disputa, la más oscura y cruel, jamás vivida en esas montañas. Y, aunque algunos harán todo los posible para evitar un terrible desenlace, parece que esta vez se trata del ajuste de cuentas definitivo.
Juego constante de contrastes
“La realidad rural, que ahora está tan de moda con lo de la España vacía, está duplicada en la novela, por un lado está el clan que domina el territorio y, por otro, los urbanitas que se mezclan en una nueva realidad para ellos. El espacio en el que se desarrolla la trama da la sensación de que la modernidad no ha pasado por allí, que sigue anclado en el pasado, con unas reglas de convivencia anticuadas y que deberán de explorar algunos de los protagonistas. Es un diálogo con el tiempo que se realiza a través de la literatura”, razonaba el autor murciano en una entrevista para Todo Literatura.
Una historia, pues, que juega de forma constante con los contrastes y la dualidad que vive nuestro país a nivel geográfico., social y cultural. Un pueblo sin apenas habitantes, un ejemplo de esta España vaciada que clama a gritos por recuperar a sus gentes. Un lugar inhóspito, no solo por las condiciones climatológicas, alejadas de la imagen mental que tenemos de la Comunidad Valenciana, y de acceso al mismo, sino por las normas que han impuesto los Osset.
La tensión se vuelve adictiva
Un relato que por su contenido y formato, compuesto por tres actos de capítulos muy cortos, te atrapa, como la aldea Muerdealmas atrapa al protagonista. Un personaje complejo que desconcierta al lector al no dejar claro sí aquello que explica es real o fruto de su mente enferma. Porque no nos engañemos, la historia comienza el día que abandona el hospital psiquiátrico en el que ha estado internado varios años.
Una lectura ágil para los amantes de del country noir. La tensión y los secretos que guardan algunos personajes se vuelven adictivos y las páginas se devoran como los Osset lo hacen con los Piedelobo y viceversa. Acompañar a Abel en su investigación, en su misión de poner luz a sus recuerdos y a la memoria de su difunto tío, teletransporta al lector a un escenario de lucha constante entre la supervivencia y la locura, en un contexto de maldad y violencia desenfrenado. Y, sin darnos cuenta, nos situamos en esta remota aldea, como un personaje más que acompaña a los protagonistas, en medio del que será el ajuste de cuentas más feroz de la historia de Muerdealmas.