Una tesis doctoral. Ese es el inicio que ha dado luz verde a ‘No llores que vas a ser feliz’, un texto documental, histórico y de investigación donde la doctora en Antropología, Neus Roig, nos relata el horror vivido por unas familias cuyos bebés fueron usurpados, robados o desaparecidos en una época en la que ser contraria al franquismo era acabar exiliado, encarcelado o algo peor, en una cuneta.
Los "rojos"
Ser republicano o no serlo. Esa era la cuestión que llevó al régimen franquista a un genocidio entre españoles cuya única diferencia era la ideología, y cuya consecuencia principal y más visible fueron los niños de la guerra, los huérfanos que el fascismo iba dejando, como un reguero de sangre, a su paso. Muchos tuvieron que exiliarse fuera del país que los vio nacer, en solitario y sin familias por miedo a una limpieza étnica o al exterminio total del bando no nacionalista.
Pero cuando la guerra terminó, Francisco Franco, el Generalísimo, decidió que tenía que obrar en misericordia y prometió el retorno de esos menores para reencontrarse con sus familias... republicanas. Lo único que tenían que hacer esos padres era identificarse - sí, eso mismo -, levantar el dedo y decir: "- Soy rojo y vengo a reclamar a mi hijo".El escenario, entonces, bien podría ser el paredón y la respuesta tener forma de bala.
Es ahí cuando empezó la adopción, y la apropiación, de esos menores devueltos a España registrándolos como biológicos de familias afines al régimen que deciden que un hijo de otros bien podría pasar por su heredero y así matar dos pájaros de un tiro. Dos pájaros o dos padres republicanos, que por aquel entonces daba lo mismo.
Se erradicaría así, “el gen rojo de esos bebés recién nacidos" no fuera a ser que dentro de unos años volviera a resurgir ese movimiento de infieles que pusiera al país, otra vez, patas arriba a causa de las malas influencias de sus progenitores.
El fin justifica los medios
Maltrato psicológico, humillaciones, vejaciones y discriminación eran el pan de cada día de unas mujeres cuyo único delito había sido ser republicanas o simpatizar con su ideología, en una época donde el nacionalcatolicismo imperaba en todo el país, y en toda Europa.
Lo cruel del asusto, la macabra y atroz finalidad de esos robos, era convertir a esos niños y niñas nacidos republicanos en el futuro del país, educándolos bajo el yugo de los valores clérico-franquistas. Eran la garantía de la continuidad de un régimen destinado al fracaso, pero con unas consecuencias que perduran hoy en día.
La Iglesia decidió, Vaticano incluido, bendecir “la Cruzada en la peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios”. Si creíamos que la Inquisición era cosa del pasado, durante esos años, volvió a resurgir.
El legado
Familias desmembradas, resquebrajas en pedazos y rotas es el legado que esos años dejó tras de sí. Madres y padres que en algún momento dudaron de que realmente su hijo hubiese nacido muerto, se enfrascaron en una búsqueda sin frenos pero cuyas puertas se les cerraban en las narices, donde no había culpa ni arrepentimiento.
Fiscales y jueces que ven imposible pese a la frustración que les genera como humanos, seguir con los casos de bebés desaparecidos porque no saben a quién juzgar o a quién culpar cuando no hay documentación que abale la denuncia de una madre o familiar, debido a que las investigaciones resultan infructuosas. En una España, además, donde existe aun hoy en día la Ley de Amnistía, aprobada en 1977 durante la transición impide condenar los crímenes anteriores a 1976.
Pero los crímenes de lesa humanidad no preescriben nunca. Por ello debería prevalecer el deber y la justicia por encima del miedo a destapar los trapos sucios de un negocio que puede arrastrar tras de sí a numerosas personas.
No llores que vas a ser feliz
‘No llores que vas a ser feliz’ es el título que da origen a la novela pero también es el encabezamiento de una carta tipo, según se cree, que entregaban a las jóvenes para que las firmaran antes de arrebatarles a sus bebés, y que quedaba guardada por si un día, un hijo o hija adoptado, reclamaba qué había sido de su madre.
Un escrito que lleva implícita tanta dureza como crueldad, innecesaria para una recién parida y para un hijo en busca de respuestas. La gratuidad del daño no tiene justificación. Ni antes, ni ahora.
Neus Roig nos lleva de paseo por los entresijos más viles que dejó la guerra civil, los bajos fondos de la humanidad a través de hospitales maternales, personas de la iglesia y políticos.
El dolor es palpable en los testimonios que la doctora nos presenta. Las cartas de esas madres, la desesperación y la rabia de no saber qué fue de sus hijos, dónde están o si de verdad murieron acaba por hacer mella en una. No me imagino peor castigo para ellas que el desconocimiento y la incertidumbre con la que han de vivir, si es que a eso se le puede llamar vida.
Hay un dicho budista que dice que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional, pues depende de uno mismo. Pero el sufrimiento de esas familias ha estado y sigue todavía en manos de aquellos que prefieren callar, antes de permitir que los vivos y los muertos puedan descansar en paz.