“Lo único que quiero es vivir la vida, disfrutarla. Solo con salir a caminar por el bosque soy feliz. Con ver a mis hijos felices, ya soy feliz”, responde al otro lado del teléfono. “Mi primera meta era tener una casa algún día y ya lo conseguí. La segunda es encontrar un trabajo un poco mejor y la tercera es volver a tener una relación algún día. No me hace falta una pareja, un hombre al lado, pero cuando mis hijos se vayan y hagan su vida no me gustaría quedarme sola… aunque si me quedase sola tampoco pasaría nada.” Nuestra entrevistada nos atiende desde la casa que ha comprado recientemente en un pueblo del litoral mediterráneo donde vive con sus dos hijos, aún menores.
Enma, nombre ficticio, ha pasado por “un infierno” hasta llegar hasta aquí. Su familia ni siquiera sabe que vivió con sus hijos, durante casi tres meses, en una casa de acogida junto con otras muchas mujeres que, como ella, fueron víctimas de violencia de género. Cuando abandonó su pueblo natal acompañada de su marido para establecerse en otro país no podía imaginarse lo que le esperaría allí. “Con el nacimiento de nuestro segundo hijo la relación empeoró. Las discusiones eran constantes en casa. Por todo. Por cualquier tontería. Además, dejé de trabajar para ocuparme de los niños y de la casa. Él no me permitía ni usar el coche. Tenía que ir a pie a todas partes, hasta para llevar a los niños a la guardería. Tampoco me daba dinero.”.
Ella siempre era la culpable de todo
En una huida hacia adelante, Enma organizó unas vacaciones con su marido y los niños. Creía que, quizás, cambiando de aires la situación se calmaría. Nada más lejos de la realidad. El viaje a la casa familiar de él acentuó su comportamiento mezquino. Empoderado, en su zona de confort, su marido continuó con su actitud violenta y, esta vez, con la connivencia de sus familiares. Enma se sintió más desamparada que nunca. A pesar de un grave episodio por el que la policía abrió diligencias por un presunto delito de privación de libertad, ella no presentó ninguna denuncia.
Al contrario. Pese a la insistencia de los agentes por hacerla cambiar de opinión, ella terminó acudiendo al cuartelillo pero con otro fin bien distinto. “Fui a la comisaría para que parasen la denuncia. Él mismo me llevó a la puerta y me dejó allí sola. En realidad yo lo quería denunciar, porque me daba miedo, pero él me pidió por favor que no lo hiciese. Me pidió perdón y me dijo que no era para tanto lo que había sucedido. Siempre me culpaba de todo. Yo siempre tenía la culpa de todo.”.
La violencia de género siempre va a peor
Todas estas promesas de cambio fueron papel mojado. Cuando regresaron a casa las cosas empeoraron. “Me insultaba, me trataba mal, me amenazaba”, relata con voz entrecortada. A raíz de la demanda de oficio, su actitud paranoica y obsesiva fue en aumento con el paso de los días. “Yo no podía tocar su móvil, que tenía clave, pero él sí que cogía el mío. Tenía todas mis contraseñas y revisaba hasta mi correo electrónico. Aún así, por las noches me quitaba el teléfono. No podía hablar ni con mi hermana. Yo estaba impedida.”.
Las vejaciones y los insultos eran diarios. Las veces que Enma intentó confesarle a su familia el horror que estaba viviendo en su propia casa, él le restaba importancia diciendo que eran invenciones suyas. “Le decía a mi familia que yo estaba loca”, recuerda apesadumbrada. El férreo control sobre su persona y su vestimenta tampoco le permitía entablar relaciones de amistad ni salir demasiado. Poco a poco la fue alejando de cualquier posible contacto con un país que, además, no era el suyo. “No me dejaba ni saludar a los vecinos. A veces le daba los buenos días a un señor mayor y me decía que era una puta. Una vez le pegó al niño porque salí a pasear con unas vecinas” nos cuenta.
Amenazas de muerte y huida
La situación llegó a tal punto que una mañana él la amenazó de muerte. “Un día en la cocina me dijo: ‘No me importa tener sangre tuya en mis manos’. A partir de ese momento pasé tanto miedo que estuve un mes sin dormir. Fue entonces cuando decidí coger a los niños e irme”. Tras esta dura decisión, Enma pasó casi tres meses en una casa de acogida conviviendo con otras mujeres, víctimas de violencia machista. Aunque él encontró este refugio y la amenazó con llevarse a los niños para siempre, allí se sintió protegida. Compartía piso con una chica caboverdiana jovencísima y entre ellas cuidaban de sus hijos. “Todavía tengo contacto con ella. Las chicas me ayudaron mucho.” explica con cariño.
Desde este hogar provisional, un edificio comunitario con un jardín para que jugasen los niños, inició los trámites de su divorcio. Por primera vez en mucho tiempo se sintió arropada. En este duro proceso la acompañaron sus compañeras, su abogada y la responsable de la institución. Cuando salía, lo hacía escoltada, una protección policial que se prolongó tras su regreso a España. Además, el centro le ofreció apoyo psicológico también para sus hijos.
La liberación
Si de algo se arrepiente es de no haberlo hecho antes pero, como ella misma reconoce, tardó mucho tiempo en identificarse como víctima de maltrato y en asimilar todo lo que le había pasado porque reconocerse como tal es, emocionalmente, muy duro. “Yo estaba enamorada de él, lo quería como el padre de mis hijos y como el marido que yo elegí.” Si algo le duele, dice entre sollozos, es habérselo ocultado a su familia.
Tras haber puesto tierra de por medio y haber iniciado una nueva vida lejos de la hostilidad y del miedo, el mensaje que quiere trasladar desde la tranquilidad de su casa es esperanzador. Anima a todas las mujeres que estén pasando por una situación similar a la que sufrió ella, a todas las que puedan identificarse con esta historia, a tomar el destino de sus vidas y a dar el primer paso para salir de esa espiral de violencia. “Les diría que no aguanten. Me ha costado mucho recordarlo porque para mí es doloroso pero estoy satisfecha si esto sirve para que otras mujeres tomen las riendas. Que no aguanten. Que no lo permitan”.
El 016 atiende a todas las víctimas de violencia machista las 24 horas del día y en 52 idiomas diferentes al igual que el correo [email protected]. La llamada es gratuita y no deja rastro en la factura telefónica.