8M: Mujeres que equilibran la balanza de la justicia

Dolores Ferres juró su cargo de magistrada en 2018 | Imagen cedida
photo_camera Dolores Ferres juró su cargo de magistrada en 2018 | Imagen cedida
8M, historia de 8 Mujeres. El Taquígrafo se ha puesto en contacto con 8 mujeres totalmente diferentes entre sí para tratar de conocer los retos, ilusiones, proyectos y obstáculos que las acompañan en todos los ámbitos de sus vidas. La sexta protagonista es Dolores Ferres, magistrada en los Juzgados de El Prat.

En los últimos años apenas ha tenido tiempo libre. Ella, dice, lo tiene que buscar. Aunque nunca ha sido una gran deportista, ha encontrado el equilibrio en el yoga. El cargo que desempeña en la actualidad, de una gran responsabilidad, ocupa la mayor parte de su vida, pero eso no quita que haya encontrado la manera de compaginarlo, aunque a veces tenga que hacer acrobacias con su vida laboral y familiar. 

Dolores Ferres, Lola, como ella prefiere que la llamen, es Magistrada en los Juzgados de El Prat de Llobregat (Barcelona). Muy alejada de la idea de juez que se ha fraguado en el imaginario colectivo como una personalidad lejana, impertérrita e inaccesible, Ferres rompe el molde y los estereotipos. “Tenemos la idea de juez lejano y autoritario, que decide sobre las vidas ajenas y sobre sus economías. Pero sin perder de vista que el juez está para aplicar la ley es, sobre todo, un servicio público inherente a la justicia. Y cuando a veces nos encontramos ante situaciones injustas, tratamos de buscar soluciones dentro de la ley que hagan esa situación más justa.”, reflexiona. 

La pandemia ha agravado la violencia de género

Su rodaje en los juzgados se remonta a la década de los noventa cuando, con apenas 26 años, una jovencísima Dolores Ferres recién salida de la carrera, ejercía ya como abogada de mujeres víctimas de violencia de género. “La situación ha cambiado mucho, el escenario hoy es completamente distinto, hay muchos más medios y la sociedad está mucho más concienciada. En aquel momento atendía a mujeres de todos los perfiles. Algunas de ellas habían sido maltratadas durante 27 años. ¡Toda una vida para mí en aquel entonces!”, recuerda la magistrada. Aunque la tendencia es esperanzadora, la pandemia, explica, ha hecho mella también en el repunte de esta lacra. Sobre todo el confinamiento, cuando víctimas y agresores tuvieron que convivir bajo el mismo techo, ha echado por tierra parte del avance y ha agravado muchísimo la problemática de la violencia de género. 

“Ahora en el juzgado, aunque la edad es variable, no es cierto que veamos a mujeres de todos los perfiles, o todas las clases sociales. La mayoría son mujeres de capacidad económica muy disminuida, con una educación muy básica y muchas mujeres extranjeras con falta de arraigo.” Lo que desconoce, dice, es el motivo de esta tendencia. “No sé si las mujeres con mayor formación son capaces de solucionar esta situación sin pasar por los tribunales o simplemente no lo denuncian”. 

Aunque, cada vez más, la justicia cuenta con más herramientas que antes, el resultado, la muerte de tantísimas mujeres al año, la lleva a concluir que el sistema no es eficiente en la protección de las víctimas. “Siempre serán pocas todas las medidas que se adopten. Hay una falta alarmante de medios materiales y humanos desde el punto de vista judicial. Pero también anterior: de prevención, de atención y seguimiento a la víctima.”. Aunque Dolores Ferres se muestra muy crítica con el sistema judicial en materia de género, cree que la erradicación de la violencia machista no debe delegarse únicamente en la judicatura. La solución, para la magistrada, pasa por la educación de las nuevas generaciones. “Algo está fallando cuando hay tanta violencia de género entre los más jóvenes, las generaciones que se han empapado, supuestamente, de los valores de la igualdad”.  

Falta de cursos y de recursos

Teniendo en cuenta que el machismo estructural está presente en todos los ámbitos de nuestras vidas, Ferres considera necesaria la incorporación de la perspectiva de género en la interpretación y la aplicación de las leyes para contribuir a superar esta desigualdad y no a perpetuarla. Pero para ello, sería necesaria también la educación de los propios jueces en estas materias concretas. A veces, dice, se sienten desamparados a la hora de interrogar a una víctima. De forma intuitiva, aunque quizás no siempre acertada, intentan resolverlo de la forma más humana posible. “Tenemos muy pocos cursos, de carácter voluntario y con plazas limitadas. Además, depende de la agenda tu disponibilidad para asistir. Hace falta más preparación en violencia de género.”, se queja la magistrada, “Nada. No se exige nada. Ni siquiera es una especialidad. De hecho, no tiene ni una preparación específica dentro del temario de la oposición.”. 

Aunque los años la han ido curtiendo, y reconoce que se pone “una pantalla” para no llevarse a casa las preocupaciones de la sala, admite que algunos casos le han afectado emocionalmente, “y quien diga que no…”, niega con la cabeza. Al fin y al cabo, como ella misma explica con gracia, nadie acude a los juzgados a no ser que tenga un problema. Sin embargo, al menos en su balanza, la gratificación cuando resuelve un caso complicado pesa más que los quebraderos de cabeza. Por ese motivo, Ferres ha consagrado su vida a la judicatura.

La culpa inherente a las mujeres trabajadoras

Pero llegar al cargo que ahora desempeña no le ha resultado nada sencillo. De hecho, reflexiona, España se encuentra en el tercer puesto de países de la Unión Europea donde menos mujeres alcanzan los órganos judiciales de mayor rango. Aunque en los primeros escalafones del sistema se cumple la paridad, en las cúpulas su presencia es prácticamente residual. Las juezas se quedan por el camino. En su caso concreto, el ascenso de jueza a magistrada fue todo un reto a nivel personal pero también familiar. 

“Tuve mucho apoyo porque toda la intendencia familiar la llevaba mi marido. Mis hijas también me lo pusieron muy fácil pero me sentía culpable porque no siempre estaba presente en sus vidas”, se lamenta. “No soy de las personas que lo ha tenido más difícil pero siempre he envidiado a esas madres que hacen los disfraces de los niños a mano o que recogen a sus hijos a diario en el colegio”. Cuando la asalta la culpa hace memoria de una frase que leyó, durante un congreso, bordada en la manga de una compañera ‘Acuérdate cuando deseabas lo que ahora tienes’. Este mantra, que se ha repetido muchas veces, la ha ayudado a continuar en los momentos más difíciles de su carrera. 

En un trabajo que requiere una dedicación casi absoluta, sobre todo en época de oposiciones, su caso no es excepcional. El sentimiento de culpa, o como dice ella, a veces de egoísmo, por perderse episodios de la vida de sus hijos, entre las mujeres juezas es generalizado. “Llevamos integrado que es una dejación de nuestras funciones, pero no creo que este sentimiento de culpa sea compartido con los hombres porque, cuando ellos no están, siempre hay alguien al frente para hacerlo incluso mejor que ellos”, reflexiona. Para poder ascender en la carrera judicial, donde es imprescindible un currículum nutrido, las mujeres tienen que superar muchos más obstáculos ligados a las cargas familiares. “Hay que acabar con esto. ¿Por qué no se van a ocupar exactamente igual de sus padres o de sus hijos? ¿Por qué el hijo no va a estar igual de atendido cuando está a su cargo?”, reflexiona. Aunque no existe una discriminación formal de la ley, la imposición de estas obligaciones suelen jugar en contra de ellas para promocionarse en la carrera judicial. Por eso, para lograr un paso más hacia la igualdad, la solución empieza por adoptar medidas de conciliación también para los jueces. 

A pesar de los impedimentos que se ha encontrado en el camino y de los obstáculos que ha tenido que sortear, su valía, su esfuerzo y su tenacidad la han aupado hacia el puesto que hoy ocupa. Ahora, tiene lo que tanto había deseado. “Las mujeres somos muy fuertes”, concluye con una sentencia, esta vez inapelable, la magistrada. 

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