La Navidad en prisión es una realidad para miles de personas en nuestro país. Lejos quedan las mesas llenas de comida, los paseos en familia y los regalos bajo el árbol. En prisión, esta época del año es sinónimo de tristeza, es recordar lo que tienes fuera de los muros que privan tu libertad. Si en general este año la Navidad ha perdido parte de su magia, en prisión lo hace por partida doble. A las limitaciones habituales, este año se suman las impuestas por el coronavirus.
Para entender cómo se viven estas fechas, eltaquigrafo.com ha podido hablar con cuatro reclusos (o ex reclusos) para que, en primera persona, relaten sus vivencias entre rejas. Dos mujeres, una en tercer grado, la otra en prisión preventiva a la espera de sentencia firme, y dos hombres, uno en libertad desde hace poco más de un mes y otro que cumple una larga y severa condena. Todos ellos han descrito sus frustraciones, anhelos y deseos en el marco de lo que para ellos significa vivir la Navidad en prisión.
Cuatro guirnaldas y un árbol bien cargado
El espíritu navideño no invade ni a todas las prisiones, ni mucho menos, a todos los internos por igual. Las actividades navideñas empiezan días antes de las fechas señaladas, pero no todos los presos participan, al menos de forma voluntaria, en la decoración y "las pocas o nulas festividades" que se organizan desde el centro para esta época.
Tras escuchar el relato de los cuatro testigos, queda claro que según la prisión se organizan unas actividades u otras, decorando el centro en mayor o menor medida y bien participando todos los reclusos por obligación o sólo aquellos que tienen permiso para ello. Sea como sea, la decoración se limita a poner cuatro guirnaldas y un árbol bien cargado de bolas, que en ningún caso representa el deseo de celebración de los presentes.
Comida de talego con turrón de postre
Si pensamos en la comida de esos días, debemos alejarnos del cordero, los canelones o el marisco. "Más bien se resume en patatas al estilo taleguero y pichón, que es como una paloma muerta". Eso sí, con turrón de postre. Excepto por la decoración navideña, estas fechas transcurren en prisión como cualquier otra época del año. Sin flexibilidad horaria y sin el calor humano que acompaña las largas sobremesas navideñas. No hay las batallitas del abuelo, ni los chistes malos del cuñado. En prisión hay un frío sentimiento de mera supervivencia, el anhelo del abrazo familiar y el deseo de salir para brindar, por fin, con los tuyos.
Las campanadas suenan en silencio
En prisión, el día 31 no se celebra con cava y buenos deseos. El 2021, ni ningún otro antes, se estrenará con cotillones. El año nuevo se recibe con una bolsita de uvas, entregadas a media tarde, en la intimidad de la celda. En silencio. Como mucho, y si hay suerte, algún interno con radio puede seguir en directo el reloj de la Puerta del Sol. A veces, en solidaridad con sus compañeros, las va cantando en el eco de la noche en un llamamiento a celebrarlo juntos, aunque no puedan verse, ni abrazarse, ni desearse un feliz año nuevo. Muchos no responden a esta invitación. La medicación los ha obligado a recibir el año nuevo en compañía de Morfeo. Mientras el módulo duerme, las campanadas ausentes restan un año a la condena en prisión.
La videollamada, el único regalo
Las versiones que nos han hecho llegar los internos difieren en cuanto al contacto que mantienen durante las festividades navideñas con sus familiares. En el módulo de hombres se permiten las videollamadas para acercar la calidez del hogar a prisión, aunque de manera efímera, durante pocos minutos y en la frialdad de una sala con pantalla. Además, se les permite realizar más llamadas que de costumbre para combatir la melancolía, su compañera de celda habitual, inseparable durante la época navideña.
Las mujeres, sin embargo, explican que la navidad no ablanda las férreas normas de prisión. Si el trato de los funcionarios no es el más amable durante el resto del año, durante las fiestas no se hace una excepción. En prisión, ningún día es especial. Tampoco se reciben regalos de familiares ni detalles del centro. Aquí, la alambrada de espino impide que se cuele el espíritu de la Navidad.
Una Navidad carente de significado
Si en algo coinciden todos es que, dentro del centro penitenciario, la Navidad pasa sin pena ni gloria. Solo la escasa decoración impuesta y el ligero cambio de menú les recuerdan estas fechas que parecen no querer celebrar. Los reclusos, o ex reclusos, nos la describen como una época aséptica, quizás en un intento de mantener los ánimos íntegros. En prisión, no significa nada para ninguno de ellos.
Da igual el delito. Al final todos desean, deseamos, lo mismo: una Navidad en familia. Otros también anhelan verse reflejados en la ilusión de la mirada de sus hijos abriendo los regalos durante la mañana del veinticinco, patinar con ellos sobre una pista de hielo o compartir un día en la nieve, esquiando, o no. Eso da igual. También fantasean con el ajetreo de las calles iluminadas o las cabalgatas de Reyes en ciudades, este año desiertas.
Si fuera se ha perdido la esencia de la Navidad, dentro de prisión ni siquiera existe. Aunque todas distintas, para nuestros entrevistados, allí nunca son Navidades. Sin embargo, el sabor amargo de estas fechas en prisión contrasta con la ilusión con la que, los que van saliendo, nos relatan sus deseos y sueños para los días que llegan. Sin ninguna duda, todos ellos, a medida que recuperen su libertad, volverán a sentir la ilusión de la Navidad en la amabilidad del hogar y de las caras familiares.