La historia de Kamila no es un relato feliz, pero sí que es valiente. Ha sobrevivido a una vida marcada por la prostitución, con 14 años fue vendida a una red de trata y tras más de 30 años de constantes violaciones logró dejar atrás la pesadilla que conocía por vida. Aquí un resumen de su historia… una de aquellas que te rompe el corazón en pedazos
Kamila Ferreira no fue una niña feliz. Nació en el seno de una familia muy humilde en una favela de San Paolo (Brasil). Aunque su familia no se dedicaba al crimen organizado, sus primeros recuerdos son entre narcotraficantes, proxenetas y delincuentes, vecinos de la favela. Creció bajo los cimientos de un entorno marcadamente misógino, en el que, incluso, la poca comida que llegaba a casa era para los hombres, “a mí siempre me tocaba comerme el culito del pollo”.
No recuerda con exactitud cuando su hermano, 14 años mayor que ella, la violó por primera vez. Pero sospecha que ella tenía tan solo 3 años. “Cuando fui más mayor recuerdo que una vez me dijo que yo ya nací puta y que con tres añitos ya me dejaba violar por él. Llegué a pensar que era mi culpa, que yo me lo buscaba”. Tampoco recuerda la primera vez que alguien de su familia la apalizó. Sólo recuerda con cariño a una tía suya, con la que sigue en contacto. “Ella me defendía cuando mi hermano me agredía… pero las mujeres de mi familia, excepto mi madre, no teníamos voz”.
“Mis camisetitas siempre iban manchadas de sangre… porque recuerdo que a la mínima que me golpeaban me sangraba la nariz”.
Vendida a una red de trata
Una infancia de constantes violaciones y palizas que terminó con el peor de los desenlaces: tras la muerte de su hermano pequeño, la madre enfermó y dejó de entrar dinero en su casa. “Corrió la voz de nuestra situación en la favela y nos convertimos en el blanco perfecto para un grupo de proxenetas”. Le prometieron a su familia que Kamila haría de niñera en una mansión, pero todos, excepto ella, ya sabían que su nueva “familia” iban a ser sus compañeras prostitutas y que la persona a la que llamaría “mami” era su proxeneta. Kamila tan solo tenía 14 años.
“Todo lo que aprendí de la vida me lo enseñó el sistema prostitucional… he aprendido a abrazar ahora, con 46 años. He vivido toda mi vida alejada de lo que es el cariño y solo he conocido la maldad, el miedo y la vergüenza”.
Le prometieron todo tipo de lujos a cambio de su desgracia
Siendo una niña entró en el primer burdel. Una mansión de lujo, una antigua casa colonial de San Paolo reconvertida. “Llegué a esa casa y vi el suelo de terciopelo rojo, los muebles dorados, todo muy limpio. Y una escalinata gigante donde había una mujer… mi proxeneta, la que se convirtió en mi mejor amiga… ella me comió la cabeza, me engañó, me dijo que yo podría ayudar a mi familia si hacía lo que ella me pedía y, a cambio, me daría dinero y mucha ropa”.
Kamila se quedó prendada de esa mujer a la que recuerda tan elegante y pensó que era la única manera de salir adelante. Con ella aprendió a maquillarse, a andar con tacones, a obedecer y callar. “Yo siempre tuve tanto miedo de volver a la favela… que esa vida me pareció que no estaba tan mal… no era consciente de que cada día me violaban decenas de hombres, yo solo era una niña, pero las niñas en el mundo de la prostitución somos las más cotizadas y las que tenemos más valor”. A cambio de sus “servicios” le regalaban todo lo que ella nunca tuvo.
“Yo era feliz hasta con una chuchería… era tan pobre que con poco me hacían feliz y yo, a cambio, obedecía… era tan inocente…”.
De burdel en burdel: el alcohol y las noches sin dormir
Su primera “mami” le proporcionó una documentación falsa, bajo el nombre de Kamila, y aparentando ser mayor de edad “para no levantar sospechas”. Del prostíbulo de lujo de San Paolo, pasó por Chile, México y en 1993, con diecisiete años, llegó a España. Al aeropuerto Adolfo Suárez. De ahí la trasladaron hasta Valencia, donde residió por más de una década. “Yo era alcohólica. Era la única manera de aguantar. Había días que tenía hasta 30 y 40 clientes. Y yo solo para evitar que me pegaran, como hacían con otras compañeras, cumplía siempre la que más…”.
En Valencia iban a fiestas de la alta esfera y siempre las trasladaban con los ojos vendados para que no supiesen exactamente donde estaban. “Pensé muchas veces en abandonar, en fugarme… lo podía haber hecho, pero no tenía dinero, ni hablaba español, ni sabía que yo era una víctima. Entré tan jovencita que me hicieron creer que yo solo valía para ser puta…”. De hecho, en español solo le enseñaron a decir: “hola, que tal, fóllame y métemela”.
Le hicieron creer que no era merecedora de sus derechos como persona, le arrebataron sus ilusiones y las transformaron en días enteros sin dormir para cumplir con las exigencias de su proxeneta. “Me desmayaba del cansancio, siempre con dolores en todo el cuerpo”, recuerda.
Las caras de la prostitución: los vientres de alquiler
Estando en Valencia también fue víctima de los vientres de alquiler, otra forma de explotar el cuerpo de las mujeres, en este caso de forma reproductiva. “Recuerdo que un día vino un chico muy rubio y blanquito al burdel, era amigo de mi proxeneta, creo que holandés, pero hablaba en portugués, y nos dijo que quería una mujer para tener un hijo. Nos revisó a todas y me eligió a mi…”.
Kamila se quedó embarazada de él y pasó nueve meses en una habitación del prostíbulo, habilitada como un hospital. El niño que creció en sus entrañas nació el 1 de abril de 1999 y pasados quince días se lo arrebataron. “Yo no paraba de llorar… pero me dijeron que me olvidara de ese niño. Era tan blanquito, tan bonito… me amenazaron con lo peor si yo intentaba ir a buscarlo o saber algo de él”. Kamila empezó entonces a llorarle en silencio, “bebía para aguantar mi trabajo y para olvidar la pesadilla que era mi vida, me dijeron que una puta como yo ¿Cómo iba a ser madre?”
Se enamoró de un cliente y él la desechó
Años más tarde, en 2003, se enamoró de un cliente… Él le hizo creer que había amor entre ambos y pagó 6.000 euros al proxeneta de Kamila para llevársela a su casa. “Yo pensé que quería salvarme… pero solo quería tener una puta en casa para limpiar y follar”. Kamila se quedó embarazada de nuevo y él le hizo escoger. “Yo estaba enamorada de él, pero él no me quería… y yo me enamoré más de mi bebé”.
Con una mano delante y la otra detrás, embarazada de su preciosa Soledad, Kamila abandonó Valencia y pasado un tiempo, después de regresar a Brasil por unos meses y legalizar su documentación, aterrizó en Tenerife.
De puta de lujo a trabajar en la calle
Su hija Soledad nació en 2004 en una casa de acogida. “Los primeros meses la tuve conmigo en el burdel, pero luego encontré una niñera que se ocupaba de los hijos de otras prostitutas y le pagué para que cuidara de mi hija. Yo trabajaba de lunes a sábados y los domingos los pasaba con mi pequeña”.
Kamila ya no era una prostituta de lujo… los años le pesaban, las cicatrices de todo su cuerpo marcaban una vida llena de desgracias y la demanda seguía estando entre las más jovencitas, incluso, las menores, como cuando ella empezó. Eso provocó que tuviese que trabajar mucho más para poder pagar la deuda con su proxeneta y a la vez mantener a su hija… pero en poco tiempo sucedieron dos episodios que le cambiaron la vida por completo.
El pasado picó a su puerta
Un día, unos seis meses antes de la pandemia, empezó a recibir decenas de llamadas de un teléfono con prefijo brasileño. No lo tenía guardado y le dio miedo cogerlo, pero finalmente lo hizo. Era su tía, la única de su familia por la que tiene estima. “Kamila acaba de llegar a la favela un chico jovencísimo, blanquito, muy guapo… dice que es tu hijo”. Aquel bebé llegado al mundo el primero de abril del 99, con 20 años, fue a Brasil a por su madre, donde creía que la encontraría.
“Su familia siempre supo como localizar a mi familia por si el niño enfermara poder contar con la madre biológica. Él descubrió que su vida había sido una mentira, plagada de lujos, pero una mentira, y vino a conocerme. El pasado me sacudió con tanta fuerza que me estoy preparando psicológicamente todavía para reencontrarme con él, espero que muy pronto”, dice entre lágrimas.
Leonardo, su hijo, contactó con Soledad y se hicieron amigos a través de redes sociales. Son hermanos. Kamila, llora de alegría y de dolor, espera poder afrontar pronto ese reencuentro.
Cicatrices en el cuerpo y en el alma
Poco después… una mujer que encontró a Kamila llorando en la calle le ofreció trabajo como limpiadora, era su salida, su luz al final de un túnel oscuro que duró más de 30 años. “Lo dejé y entonces entendí que era una superviviente… comprendí que llevaba años siendo violada a diario, entendí el engaño, la manipulación… ahora trato de vivir buscando la paz…”. Activista, abolicionista, madre, superviviente… Kamila Ferreiro es una mujer que, a pesar de haber estado rota a pedazos, ha cosido todas sus heridas, agradecida, de poder, al fin, vivir como ella siempre había deseado: en paz.
Ahora escribe la segunda parte del libro de su vida, como ve, querido lector, una vida que también se puede leer en las cicatrices que Kamila tiene por todo su cuerpo. Aunque seguramente las más significativas son aquellas que no se ven… las que han quedado tras esas heridas que la desgarraron por dentro…