Ciudad Juárez se levanta en la llanura del Desierto de Chihuahua. De casas bajas y humildes, la urbe se extiende como una gran alfombra sobre la aridez del paisaje. Como muchas otras ciudades de frontera, Juárez comparte valla con El Paso (Texas), su homóloga en el lado estadounidense, pero no las mismas oportunidades. En el lado mexicano conviven, según los últimos datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 2 millones de personas. Cientos de los que diariamente llegan hasta este punto, esperan para dar el salto hacia la tierra prometida, “el país de las oportunidades”, empujados por algún coyote.
Mientras fantasean con cruzar al otro lado del puente que separa ambos países, la ciudad es un hervidero: es el paraíso de las empresas estadounidenses sostenidas por las incansables manos de las maquiladoras, el camposanto de las mujeres y el patio de recreo del narcotráfico. A pesar de albergar uno de los pasos fronterizos más vigilados del mundo, Juárez es “La ciudad sin ley” en la que dos de los grandes cárteles mexicanos de la droga libran una batalla sin cuartel.
Son el de Sinaloa y el de La Línea los que controlan principalmente el lucrativo mercado de los estupefacientes hacia Estados Unidos. Pero no los únicos. En los últimos años otros cárteles y células, más humildes pero igual de peligrosas, libran en Juárez una encarnizada lucha que ha provocado una escalada de violencia. Todos quieren su mordida.
Todos quieren un puesto en ‘La Plaza’
Jesús Soto Sánchez, Catedrático de universidad en las cátedras de Psicopatología Criminal y Sociología Criminológica, ha analizado la importancia de este territorio tan codiciado por los cárteles que se lo disputan. Lo es, principalmente, porque es la puerta de entrada a los Estados Unidos.
Esta frontera permite el trasiego de ingentes cargamentos de armas que terminan en manos de las organizaciones delictivas. “A Ciudad Juárez le llaman ‘La Plaza’”, explica Soto. Es una plaza codiciada y deseada por la movilidad con respecto a la industria, al transporte y que permite que las ganancias en el trasiego de la droga se dispare.
Esta especie de plaza, entendida como un lugar de compraventa de productos diversos, de celebración de ferias, es el escenario del mercado de la droga. “Para entendernos, un kilo de marihuana en Ciudad Juárez tiene un precio aproximado de 100 o 120 dólares, dependiendo de la calidad. En El Paso, Texas, a tan solo unos pocos metros, ya en suelo estadounidense, su valor se triplica.”, enfatiza el catedrático.
Obviamente ‘La Plaza’ es un lugar codiciado por las ganancias estratosféricas que ofrece y por la facilidad con la que se puede operar. No solo para los cárteles locales sino para muchos otros que han llegado desde otras regiones de México para disputar este negocio.
Los expertos de la Sociedad Mexicana de Criminólogos, especialistas en inteligencia de la Guardia Nacional, el Ejército y la Marina, afirman que en Ciudad Juárez hay una auténtica contienda por el territorio. En los últimos meses se han contabilizado, aproximadamente, hasta 30 células delictivas. Una célula, ilustra Sánchez, no es lo mismo que un cártel. “Un cártel es una organización con más poderío y recursos a nivel económico.
Las células son pequeños grupos subversivos que también se disputan el territorio y que comercializan con drogas y armas y ejecutan robos de vehículos y de viviendas.”. Estas células son una especie de apéndices de las grandes organizaciones criminales. “El Cártel de Juárez, que tiene a La Línea como brazo armado cuenta a su vez con la célula de los Aztecas, que operan desde las cárceles y las calles como narcomenudistas y sicarios.”.
Pero la escalada de violencia que se vive en Juárez viene de muy atrás. Durante varios años estuvo considerada como la ciudad más peligrosa del mundo. Hoy, ocupa el segundo puesto en el ranking “de honor” con 1.637 asesinados en 2020, un centenar de fallecidos más que en el año anterior, solo por detrás de Tijuana.
En esta llanura, el mercadeo de la droga estuvo controlado en algún momento por Joaquín Guzmán Lobera, en aquel entonces cabecilla del Cártel de Sinaloa. Más conocido por su apodo de “El Chapo Guzmán”, el que fue uno de los hombres más buscados en todo el planeta y que operó en Ciudad Juárez en su frontera con El Paso (Texas).
Además de este cártel, otro de los que sigue activo en la urbe fronteriza, y con presencia en 28 de los 32 estados mexicanos, es Jalisco Nueva Generación dirigido por Nemesio Oseguera, “El Mencho”. Esta lista la engrosan grupos criminales como los Zetas o La Familia Michoacana, entre muchas otras organizaciones delictivas que se disputan el territorio de Ciudad Juárez.
Los cárteles ahora trafican con sustancias legales
Sin embargo, el tráfico de la droga ha experimentado un giro de 180 grados. Los cárteles se han pasado al mercado de las sustancias legales. Sí, legales. El último filón que han encontrado es el negocio del fentanilo, un opioide de carácter legal que se ha popularizado en la industria farmacéutica por sus beneficios en el tratamiento del dolor después de las intervenciones quirúrgicas.
Los cárteles se han dado cuenta de que este tipo de sustancias generan una adicción muy fuerte a quien los consume y que, además, son de baratísima producción. “Se necesita una inversión de 2000 euros para producir 1 millón de pastillas que se venden cada una en 250 o 300 pesos mexicanos. Teniendo en cuenta que 1 euro equivale a 27 pesos, las ganancias son estratosféricas.”, nos cuenta Sánchez. En concreto, rondaría los 11 millones de euros. “Es un extraño fenómeno porque se trata de la comercialización de un producto legal, ahora en manos de los cárteles, que se está traficando en grandes cantidades y que raya la ilegalidad,”
Laboratorios clandestinos
Este estupefaciente de carácter general y origen legal ha pasado de estar regulado por el Estado mexicano a caer en manos de los grandes cárteles. Los grupos criminales se las han ingeniado para conseguirlo con nombres y permisos falsos de farmacología, es decir, bajo una falsa prescripción médica.
Otros se han hecho con cargamentos enteros destinados a hospitales. Esta mercancía, en forma de pastillas, se desvía habilidosamente para ser esparcida por las calles mediante el narcomenudeo. Pero, lo más efectivo y sencillo para los cárteles ha sido la experimentación en laboratorios propios, construidos en la clandestinidad y de origen casero, en los que trabajan incluso catedráticos de química de universidades y escuelas que se levantan un sobresueldo “cocinando” esta sustancia. Estos maestros de la química mezclan el fentanilo, mucho más barato, con otras sustancias como la heroína para potenciar el efecto de las drogas.
Este mercado ilícito pasó desapercibido durante mucho tiempo a ojos de las autoridades. Fueron los decomisos masivos de fentanilo, perteneciente a grupos criminales y cárteles de la droga, los que pusieron en alerta a los agentes de la Policía Local. En una de las incautaciones que ha realizado la Secretaría de Seguridad Pública Municipal, que ha tenido como responsable al comisario Raúl Ávila y parte de la dirección de inteligencia e investigación del comandante Aldo Iván Sáez Tocoli, se ha incautado un cargamento de fentanilo de un valor de más de 1400 millones de pesos, o lo que es lo mismo, 52 millones de euros.
Por el momento, la industria del fentanilo continúa creciendo como la espuma a las puertas del país del Tío Sam. Esta droga sintética ha llegado ya hasta las calles de Asia y ha desatado una auténtica pandemia de degradación y muerte en el país estadounidense. Ahora, México y EEUU comparten algo más a ambos lados de la valla que los separa. Tanto en el norte del país azteca como en el sur de su vecino, el consumo de millones y millones de estas pastillas se ha convertido ya en la principal causa de fallecimiento por sobredosis.