Los delitos de odio parecen haberse extendido como la pólvora tras la irrupción de las redes sociales, especialmente entre el colectivo de jóvenes. La sensación de impunidad y el anonimato brinda las condiciones ideales para que proliferen todo tipo de insultos, amenazas, coacciones e incluso acoso que sobrepasan las fronteras de lo virtual y se convierten en un peligro diario para muchos.
El primer informe anual sobre los delitos de odio del Ministerio del Interior data del año 2013 y desde entonces se contabilizan 11.181 delitos de odio, unas cifras que crecen año tras año alcanzando los 1.334 casos en 2020, de los cuales 189 se cometieron en el ámbito virtual. Según queda reflejado en el último informe publicado por el Ministerio, solo una fracción de los discursos de odio llegan a ser considerados delito, con lo cual la magnitud del fenómeno es mucho mayor.
Dificultad para castigar
Uno de los elementos que prevé la jurisprudencia a la hora de valorar la comisión del delito es el ánimo subjetivo que conduce al autor, es decir, la “animadversión hacia la persona, o hacia colectivos, que unificados por el color de su piel, por su origen, su etnia, su religión, su discapacidad, su ideología, su orientación o su identidad sexual, o por su condición de víctimas conforman una aparente unidad que permite configurar una serie de tipos de personas”, STS núm. 646/18, de 14 de diciembre.
Además, la expresión de odio ha de revestir gravedad suficiente para dañar la dignidad de la persona y, siguiendo la línea marcada por la jurisprudencia en numerosas sentencias, suponer un riesgo hacia la persona o colectivo. Cuando estos criterios se desplazan al entorno de las redes sociales, la fina línea entre delito o no se vuelve más delgada e imperceptible.
Top 3: Ideología, racismo y xenofobia
Entre los delitos de odio más frecuentes, racismo y xenofobia (34,6%), motivos ideológicos (23,3%), y orientación sexual/identidad de género (19,8%) ocupan las primeras posiciones.
El mismo patrón se repite en redes sociales. Las causas ideológicas ocupan la primera posición, acaparando un 41,27% del total de delitos cometidos en el entorno virtual, mientras que los motivos por racismo y xenofobia representan un 19,57%. Ambas causas suman el 60% del total de delitos de odio cometidos a través de Internet y redes sociales. Pero a pesar de compartir motivos, el grueso de delitos siguen teniendo lugar en el espacio no virtual.
No obstante, las plataformas digitales se han convertido en el entorno ideal para difundir discursos de odio con un crecimiento del 22,9% en 2019. La sensación de impunidad, el anonimato y la facilidad de acceso así como el alcance de la difusión promueve una actividad ilícita, peligrosa y dañina que afecta a cada vez más personas.
Concretamente, los jóvenes son uno de los colectivos más vulnerables a la vez que protagonistas de esta descontrolada moda. Este grupo aprovecha la libertad asociada al espacio virtual para difundir el discurso de odio al suponer que la red es una “ciudad sin ley”. Esta práctica, tan peligrosa como incontrolable, normaliza el odio y amplifica comportamientos que de otro modo serian totalmente intolerables.
En lo que respecta la tipología delictiva, las amenazas, lesiones, daños y discriminación registran un total de 846 víctimas, siendo las coacciones (58 casos) la forma menos frecuente.
Twitter y Facebook marcan el paso
Aunque parezca que cualquier espacio es el lugar ideal para esta práctica, lo cierto es que hay determinadas redes sociales, como Twitter y Facebook, que se convierten en el caldo de cultivo perfecto para la proliferación de la mayor parte de los delitos de odio. También Instagram y Tik Tok concentran buena parte de los discursos de odio, aunque en estas redes es más habitual encontrar delitos relacionados con amenazas o acoso sexual.
Reflejo de la sociedad
El discurso de odio no es más que el reflejo de nuestra sociedad. Las redes sociales no han hecho otra cosa que desplazar el medio y lugar en el que mantener esta práctica que representa una exteriorización y reproducción de los problemas del mundo social. No obstante, no podemos olvidar que el espacio virtual ha servido de altavoz para que este odio prolifere con mayor rapidez y alcance.
Internet es un arma de doble filo y por ello sería conveniente reflexionar de qué otra forma podemos recurrir a las virtudes de la red para facilitar herramientas que, en lugar de instar al odio, promuevan todo lo contrario.