Cuando la miseria entró por la puerta en la vida de Abi Morán González, se abrió una ventana que ojalá no hubiera visto. “A los 24 años vi un anuncio en una página de ligar que decía que estaban buscando chicas para empezar un negocio que iba a recaudar mucho dinero y que en tres días o cuatro días se ganarían unos 5000 euros. No me quedaba otro remedio y llamé”, recuerda.
Aquella llamada le cambió la vida para siempre. “No era consciente de que iba a entrar en un mundo tan horrible que te lo venden como una maravilla”. Nada más lejos de la realidad. El color rosa se torna en negro azabache nada más pisar por la puerta. “El horror de las vejaciones, las violaciones y las agresiones físicas es indescriptible. Supe allí qué es ser violentada como mujer hasta los límites más horrorosos e inenarrables”.
Pobre de dignidad
Durante dos años Abi aguantó como mejor pudo ese infierno. Cada día era obligada por su proxeneta a ser prostituida por una media de cuatro puteros. Hasta que llegó el día que no pudo más. “Llegué sola y me fui sola de allí. Me escapé. Entré por solucionar los problemas económicos que tenía y cuando salí la ruina era aún mayor porque era yo misma. Era aún más pobre y no solo de dinero, lo peor de dignidad”.
Abi pasó por varios pisos, donde llegó a estar “uno, dos meses o seis meses y luego a otro”. Y en todos sentía lo mismo: “el asco de los espacios diminutos”. “Una memoria del horror de la que por mucho te limpies o te duches se queda ahí. En el recuerdo y en el presente”, añade.
Decidió parar porque no podía más psicológicamente. “Las violaciones eran cada día más brutales. Mi cuerpo estaba desecho, estaba llena de dolores vaginales, me estaba deteriorando tanto que no podía más. Así que pensé ¿qué hago con mi vida? ¿Qué es lo que quiero para mí? ¿Cómo acabaría de seguir así? Y la respuesta es que o bien acabaría muerta o destrozada aún más. No aguantaba tal brutalidad, mi cabeza no podía seguir haciendo la performance de puta feliz. Quería quitarme esa máscara que nos ponemos para no ver el horror. La prostitución maquilla el dolor”.
Y así fue como dio el paso. “Recuerdo ese día cuando salí porque fue el más importante de mi vida. Me alejé del horror y empecé a tomar las riendas de mi existencia. Me dije: soy libre. Por fin he acabado con el sufrimiento, el asco y la repugnancia. Cuando viajaba volviendo a casa y sentía que mi vida no valía para nada pensaba en que de haber seguido me habrían acabado pegando un tiro”, recuerda.
Pero la victoria de escapar de la tortura no iba a ser nada fácil. “Tuve que aprender y entender que tenía que acogerme a la vida de nuevo. Y eso no era nada fácil después de sentir que durante dos años había sido una muerta en vida. Arrastrar todo ese dolor y quitarlo de encima requería de ayuda. Sentía que no valía para nada, que la única salida era quitarme la vida”.
No sentir como defensa
Fue entonces cuando conoció a un psicólogo que le ayudó a salir de aquel bucle destructivo. “Pensé que no podía sentir nada. Me había ido de allí, pero seguía dentro de ese campo de concentración vigilado por un proxeneta, un ser perverso, un cerdo de lo peor, y rodeada de puteros que exigían cualquier cosa. Escapar del horror no es lo mismo que curarse de él”.
Hoy se define como una mujer en construcción, “más protegida de la vida y en proceso de curación. Soy una persona un poco más tranquila y más en paz, un poco más feliz. Diría que soy una persona no recuperada del todo. Estoy más aliviada”.
Pero no le basta. Lo que quiere es justicia por todo lo que se le ha hecho. “Hasta que no vea al proxeneta pagar por todo el daño no voy a descansar. Mi alma no estará tranquila hasta que la prostitución sea abolida. Hasta que ninguna mujer tenga que verse obligada a tener que acabar en ese pozo horrible. La sociedad tiene que criminalizar y puteros y proxenetas, tiene que verlos como lo que son, y ellos pagar por ello”.
Un sueño que sabe será bien difícil porque cree que la justicia no ayuda. “Cuando denuncié se rieron de mí. ¿A quién le importa una puta? La respuesta es que una víctima de prostitución como yo no el importa a nadie. No me he visto arropada. Aun sigo esperando una llamada de la Policía, del grupo especializado ante el cual hice la denuncia, para ver qué han hecho con el proxeneta. Los criminales valen más que cualquiera de nosotras”. Por eso piensa que tanto las fuerzas de seguridad como el Estado son cómplices del dolor de las prostituidas, tanto de las que hemos salido de él, como de las que están y las que van a seguir llegando captadas por las mafias o por redes sociales como me pasó a mí”, recalca.
Mientras alguien hace algo para remediarlo Abi sobrevive como mejor puede y sabe. “Jamás en mi vida me plantearía volver a ese horror. Ahora no tengo trabajo, tengo la ayuda del mínimo vital. voy sobreviviendo. Empezar de cero cuando estás despojada de todo es muy duro”.
Sin red familiar ella es su única red para no caer. “Cuando les conté por lo que pasé me dijeron que fue por mi culpa, que lo hice porque quería y que me lo había buscado”. Por eso ha querido dar la cara aquí. “Para avisar y proteger a chicas jóvenes que con la captación de la industria proxeneta acabarán siendo captadas. La prostitución es un caramelo podrido y envenenado que te destruye como mujer. Por eso quiero pelear, porque no me mataron. Ya no tengo miedo”, finaliza.