Tenía el labio roto. Moratones por todo el cuerpo y una brecha en la cabeza. El Robin Hood de Vallecas había caído. El grupo de atracos de la Policía Nacional de Madrid brindó aquel 26 de agosto de 2013 con champagne del bueno. Flako, sin embargo, tardó varios días en ser consciente de lo que todo aquello suponía.
Un golpe de realidad
Las tres noches que pasó en el calabozo de los juzgados de Plaza Castilla las recuerda con confusión. Solo ve con claridad sus heridas, en especial, las no visibles: su hijo nació un día después de su detención. Su mujer dio a luz a su único hijo en el Hospital de la Paz de Madrid y Flako no estuvo ahí para verlo. Si ver a su padre salir de una alcantarilla cargado de billetes fue el primer punto de inflexión en su vida, el nacimiento de su hijo fue el segundo.
Traspasar los muros de Soto del Real le despertaron del sueño en el que había caída tras ser golpeado por uno de los GEO de la Nacional. Y, aún sin haber puesto un pie en prisión se prometió a él mismo que no volvería a delinquir jamás. Por su hijo. Por su familia. En ese momento, sin embargo, le tocaba cumplir condena. Siete años y medio. En 2017 salió en tercer grado; y, en 2018 cumplió el resto de su condena con pulsera telemática en el tobillo izquierdo. Hasta entonces… tocaba sobrevivir.
Los primeros meses en Soto del Real
Los primeros tres días los pasó en el Módulo 1 de la prisión de Soto del Real. Un lugar tranquilo, recuerda. Sin embargo, tras la primera visita con su abogada, pues empezaba una vorágine de excursiones a los Juzgados antes de la celebración del juicio, lo trasladaron al módulo de Aislamiento. Su condición de preso mediático lo condujo a ese lugar “de mierda” (literalmente).
A pesar de la primera impresión y de los desagradables que recuerda a los funcionarios de esa estancia, ahí coincidió con buenos compañeros. Solo estuvo dos meses en Soto del Real, antes de ser trasladado a la prisión de Extremera, también en la Comunidad de Madrid. No obstante, ese tiempo fue más que suficiente para recordar con mucho cariño a un preso en particular. A uno de Vallecas, como él.
Un joven que le ayudó prestándole dinero cuando él ya sabía que en pocas horas iba a ser trasladado y no quería ingresar dinero en Soto para no poderlo aprovechar en Extremera. Un joven que, acorde con las normas no escritas que rigen las prisiones, avisó a la familia de Flako para que supieran que iba a ser trasladado, pues los funcionarios no le dejaron ni llamar por teléfono. El ex butronero habal de él con una sonrisa en la cara. “Ese lugar de mierda” lo fue un poco menos gracias a compañeros como él.
El recuerdo de Extremera
Llegó a Extremera y de nuevo fue trasladado al módulo de aislamiento. Sin embargo, Flako recuerda ese lugar como un espacio de paz (toda la que puedes encontrar dentro de prisión, claro). Pero, por muy contradictorio que pueda parecer, Flako habla de sus amplias galerías, sus charlas con los funcionarios y con el resto de los presos con un tono amable. Limpió una de dichas galerías y como su comportamiento era ejemplar le permitieron hacer vis a vis más largos y le facilitaron una televisión. “Siempre me decían que no tenía el perfil de jefe de banda criminal”.
Estando en este módulo recibió la primera carta de Elías, el director del documental «Apuntes para una película de atracos», del que Flako es el protagonista. Por entonces, él no lo sabía, pero si él estaba concienciado de su punto y final en el mundo de la delincuencia y confiaba 100% en su reinserción, Elías fue la confirmación, el brazo amigo que se lo puso todavía más fácil. Empezó primero una relación epistolar estrictamente laboral que pronto se tornó estrictamente fraternal. Hasta el día de hoy, que con la condena cumplida en su totalidad, sigue siendo uno de los principales apoyes del ex butronero.
¿Qué es eso de la UTE?
En ese módulo coincidió con caras muy conocidas del espectro criminal de nuestro país como el mafioso y presunto defraudador chino Gao Ping, o el etarra Mikel Garikoitz, alias “Txeroki”. “No tuve problemas con ningún interno, es más, normalmente me asignaban compañeros más violentos porque conmigo se portaban bien y yo conseguía calmarles”. Precisamente, uno de estos le habló de la UTE (Unidad Terapéutica y Educativa). “Entrar en esa unidad tenía ciertas ventajas, siempre que tu comportamiento era bueno”, principalmente te daban la opción de salir antes y terminar la condena en tercer grado o de forma telemática.
Así fue como cuando consiguió que le clasificaran como un preso ordinario y tras una semana en el Módulo 2 (“eso era la jungla”) fue trasladado a la UTE, donde pasó el resto de su condena. Llegó ahí todavía como interno preventivo y se marchó en marzo de 2018 – dos años antes de terminar de cumplir los años impuestos por sentencia– con una pulsera de control telemático.
“La cárcel no reinserta”
En la UTE se encontró con un funcionario de Vallecas – el barrio siempre es el barrio – que veló por él desde el primer día. Y, aunque al principio le costó un poco adaptarse a las normas de dicha unidad, agradece haber tomado esa decisión. Lo que no recuerda con tanta amabilidad es la odisea para pedir el tercer grado. “En cuatro años, la psicóloga me visitó máximo 25 minutos y a la hora de evaluarme para solicitar el 3r grado me hicieron una entrevista de 4 minutos y de ahí, a diferencia de lo que opinaban el resto de los funcionarios, me clasificaron como una persona ‘peligrosa’ y me denegaron mi solicitud”.
Tuvo que solicitar 17 permisos para demostrar que podían confiar en él. En febrero de 2016 le concedieron la primera salida, el 2 de noviembre de 2017 el tercer grado. Empezó a trabajar con Elías, como asesor de guion. Tenía un pequeño sueldo, una motivación más para querer cumplir y salir. Pero por méritos propios y no porque la prisión reinserte.
“La cárcel no reinserta” asegura. “Eso lo consigue uno mismo con mucha voluntad y con ayuda de la sociedad. Hay que querer y poder. El querer depende sólo de uno mismo. El poder depende al 50% de uno mismo y el otro 50% de la sociedad. De que alguien confíe en ti y te de una oportunidad”.
De vuelta a la vida
Flako terminó su condena desde casa. Ataviado con una pulsera telemática en el mismo tobillo donde lleva tatuado un escorpión. Tatuaje que permitió a sus primeros compañeros de Soto del Real reconocerlo por televisión. En febrero de 2020 fue libre de nuevo. La deuda con la sociedad estaba saldada. Desde entonces se dedica al mundo del cine. Elías le abrió las puertas de un mundo que le fascinó tanto como las alcantarillas de Madrid.
Se despide de mi y se va apresurado. La tarde nos ha pasado volando y tiene que darle de cenar a su hijo, Hoy toca tortilla de patatas, su plato estrella. “No sabes lo que llegas a echar de menos estas tonterías ahí dentro...”. Su vida tras su paso por prisión es un claro ejemplo de superación, voluntad y pasión, pero elle requiere de un tercer capítulo.