Los matrimonios forzados no culminan con la celebración de la boda. Más bien, dicha ceremonia marca el punto de inflexión entre la presión comunitaria y familiar para que las mujeres contraigan matrimonio con el marido que han elegido para ellas y una nueva etapa que, normalmente, lleva implícita la violencia física, sexual, psicológica y reproductiva.
La familia y la comunidad juegan un papel muy relevante durante los meses, incluso años, previos a la celebración del matrimonio. Un rol que muchas veces consiste en presionar, a veces chantajear, a las mujeres para poder llevar a cabo la celebración de unión. De hecho, para estas comunidades es tan importante este ritual que en caso de no ver a las jóvenes convencidas están dispuestas a ofrecerles otros candidatos con tal de asegurar el enlace. “¿Que no te gusta este? Tranquila, que te buscamos otro”, comentaba Ariadna Vilà, psicóloga y coordinadora de la asociación ‘Valentes i Acompanyades’.
La importancia de la Comunidad
Los problemas más serios aparecen cuando las jóvenes que se ven obligadas a casarse se niegan a ello, entrando en conflicto no solo con sus progenitores, sino con la comunidad entera. Es entonces cuando estas chicas piden ayuda. Asustadas, llegan a asociaciones como ‘Valentes i Acompanyades’ buscando una salida al laberinto de emociones y presiones en el que han sido encerradas. A veces la asociación puede evitar estos enlaces. Otras, explica Vilà, se encuentran con mujeres que ya están casadas y han sido madres. Normalmente, explica la psicóloga, la juventud de estas mujeres a la hora de contraer matrimonio de manera forzada, propicia que se queden embarazadas poco después, o incluso durante, la noche de bodas. En esos casos la situación se complica. Se encuentran con chicas jovencísimas, con un bajo nivel sociocultural, sin independencia económica y con niños pequeños a su cargo.
A esto se suma el hecho de que el divorcio no pasa solo por un simple trámite legal. En el caso de los matrimonios forzados, el divorcio tiene una connotación mayor y tiene que realizarse mediante un ritual comunitario para que adquiera validez. Aunque legalmente se le otorgue, mientras la familia no acepte esta separación, sobre la conciencia de las mujeres pesa como una losa el hecho de "seguir casadas" a ojos de la comunidad.
Valientes, acompañadas y con “referentes”
Cuando llegan a Valentes i Acompanyades las invade el sentimiento de culpa, el miedo y la incertidumbre. “¿Qué hago yo ahora?”, es la pregunta más repetida en los despachos de la asociación. De ahí, precisamente, surge el nombre. Son mujeres valientes, que toman la decisión de poner punto y final a una situación insostenible, pero que no pueden hacerlo solas. Necesitan acompañamiento. Es en este punto, precisamente, donde el papel de la asociación es imprescindible para que no den ni un paso atrás.
Además del apoyo psicológico, legal y económico que la asociación les brinda a estas jóvenes, víctimas de un tipo de violencia muy específica contra la mujer, Valentes i Acompanyades cuenta con la labor voluntaria de mujeres que han estado en la misma situación y que han logrado salir adelante. Son las “referentes”, que además de complementar el abordaje técnico de los profesionales, consiguen que las víctimas se abran. Cuando conocen a una mujer que ha estado en su misma situación y ha logrado reconducir su vida entienden que hay esperanza. Se sienten identificadas, por fin conocen a alguien que ha pasado por lo mismo y que sabe perfectamente lo que sienten en cada momento de este amargo proceso.
Un proceso de violencia desde la infancia
Fundamentalmente, las mujeres que atiende la asociación proceden principalmente, ya sea por nacimiento u origen, de Senegal, Gambia, Camerún, Guinea Conakry, Mali, Marruecos, Egipto, Argelia, India y Paquistán. Aunque también les consta que esta práctica está arraigada en la comunidad rumana, sobre todo entre la etnia gitana, Valentes no ha llevado ningún caso. El origen de estas mujeres determina el abordaje de su caso, dado que suele ir ligado a características culturales y comunitarias específicas, como puede ser la ablación o mutilación genital femenina.
La mayoría de las veces, son las propias chicas quienes acuden a la asociación o a la policía, como comentaba la subinspectora de los Mossos y responsable de la Unidad de Proximidad y Atención al ciudadano de Girona, Rosa Negre. La mayoría no son conscientes de que solo con haber dado este paso ya se están empoderando y están superando parte del miedo que hasta ahora las tenía bloqueadas. Vilà asegura que las presiones para contraer matrimonio comienzan a una edad muy temprana. “La boda tan solo es la ejecución de un proceso de violencia que se inicia desde la infancia con la imposición de roles, de obligaciones domésticas, bajo el amparo de una educación totalmente patriarcal”. Sin embargo, recuerda, es una práctica que la familia no concibe como una forma de violencia, por lo que hay que trabajar desde la “no criminalización” de la comunidad, para no alejar a la víctima de sus seres queridos.
Las pequeñas revolucionarias
La admirable labor que realiza la asociación viene marcada por un “a pesar de”. A pesar de que la administración no destina los recursos económicos suficientes para paliar este tipo de violencia específica contra la mujer. A pesar de la judicatura, que en muchas ocasiones les da la espalda a las mujeres y no decreta medidas cautelares para protegerlas. Ariadna Vilà recuerda un caso muy concreto en el que un juez se negó a otorgar esta protección a una mujer que había sido encerrada, violada y agredida durante más de un año. El juez argumentó que no existía riesgo para ella porque el hombre había declarado que la dejaría en paz. A pesar de todos los pesares, de la mano de Valentes i Acompanyades, estas mujeres siguen su propio camino. “Son unas pequeñas revolucionarias, haciendo una pequeña revolución invisible”, dice Vilà. Porque, aunque ellas no lo sepan, sus hijas ya no tendrán que pasar por lo mismo.