La mecha empezó a prender el pasado lunes, cuando las casi 200 reclusas de la prisión de Wad-Ras, en Barcelona, se plantaron ante la decisión de la dirección del centro de prohibir todas las comunicaciones de las internas con el exterior, dada la crisis del coronavirus. Dicha medida incluye tanto los vis a vis familiares e íntimos como las comunicaciones ordinarias que se realizan en cabinas donde la interna y la visita se encuentran separadas por una pantalla de cristal.
Las reclusas se conjuraron y, en el comedor de la prisión, protagonizaron un golpe de efecto: se negaron a comer y exigieron, de forma inmediata, la presencia de la directora de la cárcel. Rápidamente se personó en los comedores una subdirectora del centro, quien rogó a las reclusas que cesaran en su actitud reivindicativa. Sin embargo, las internas lo que querían era que sus peticiones y su malestar fueran escuchados.
Exigen poder recluirse en sus domicilios
Diversas reclusas, haciendo de portavoces del colectivo, comunicaron a la subdirectora que las medidas de presión irían in crescendo de manera irreversible si no se permitían las comunicaciones con familiares y amigos.
Pero no solo eso; las internas, informadas en ese momento de la paralización de todo tipo de salida, exigieron, por otro lado, que la dirección del centro buscara medidas alternativas, como la utilización de pulseras telemáticas, al objeto de que aquellas internas que disfrutan de permisos o del tercer grado puedan sobrellevar el confinamiento como consecuencia del coronavirus, en sus domicilios y junto a sus familiares.
Y las peticiones no se quedaron aquí; exigieron también que los funcionarios que —como es obvio—, entran y salen cada día, trabajen con las preceptivas medidas de higiene y seguridad que, hasta el momento, no han sido utilizadas. No fue desde el plantón del pasado lunes, que los funcionarios —o la mayoría de ellos— empezaron a usar mascarillas y guantes en su jornada laboral.
Lo sofocaron con dos sorprendentes medidas
La dirección de Was-Ras, viendo la gravedad de la situación y constatando la voluntad inequívoca de las reclusas de llegar hasta las últimas consecuencias en la defensa de sus derechos, han tratado de calmar los ánimos con dos sorprendentes medidas: por un lado, pondrán un televisor en cada una de las celdas y, por otro, les han ofrecido un paquete extra de 10 llamadas telefónicas semanales para cada una de las internas, llamadas que se añaden a las 10 que, por ley, les corresponden.
De momento, las reclusas se mantienen en una situación de stand by, pero como ha podido saber eltaquigrafo.com, el intento de comprar la paz social en la cárcel con aparatos o con llamadas telefónicas va a resultar insuficiente, porque buena parte de las internas son mujeres extranjeras y no disponen del dinero necesario para llamar por teléfono a sus países.
Ni terceros grados, ni permisos
Las reclusas, perfectamente organizadas por algunas internas que llevan años con condena firme, y como consecuencia de la COVID-19, han visto caer sus expectativas de progresar en su grado penitenciario o de obtener los permisos que les corresponden. Sienten que van a sufrir un doble confinamiento, que es a lo que parece que las aboca la dirección de la cárcel.
Por otro lado, un grupo indeterminado de reclusas recién llegadas y que estaban pendientes de clasificación y adjudicación de espacio, se encuentran encerradas en celdas de aislamiento con la excusa del coronavirus. Esta situación tan solo está prevista para reclusas de extrema peligrosidad o que han cometido infracciones graves en su vida penitenciaria.
Extrapolable a otras prisiones
Fuentes del Departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya consultadas por este medio para saber su versión sobre esta situación se han limitado a dar evasivas o responder «todo sobre lo que tengamos que informar, lo haremos a través de los boletines que a diario difundimos a los medios de comunicación». Ninguno de estos boletines recoge versión alguna al respecto, mientras la situación, minuto a minuto, se calientas más en Wad-Ras.
Fuentes sindicales consultadas han calificado de «bomba de relojería» el clima que (similar a Wad-Ras) se está viviendo en las cárceles españolas como consecuencia del coronavirus.