La Asociación policial Copland, más concretamente el equipo de respuesta solidaria Bluforce, compuesto por policías locales y mossos d’esquadra, prosigue con su misión humanitaria en Ucrania. Después de que una docena de voluntarios se desplazaran hasta la frontera con Polonia para entregar personalmente 20 toneladas de medicinas y alimentos, los convoyes cargados con más material siguen partiendo desde Barcelona, dirección la frontera ucraniana. El objetivo es que todos estos recursos crucen la frontera y lleguen al interior del país en guerra, pues bajo su punto de vista “es donde realmente hacen falta”.
“Fuera, hay montañas de ropa, de comida y hay recursos en los campamentos. Todo queda amontonado y todavía da más sensación de dejadez. Los alimentos, los medicamentes y el material sanitario escasea dentro de Ucrania y por eso desde Copland estamos haciendo todo lo posible para que nuestros camiones puedan entrar dentro del país”. Concretamente hasta Ivankiv, cerca de Kiev. El sargento Javi Puertas, de la Policía Local de Montcada i Reixac, estuvo al otro lado del teléfono los días que permaneció en territorio hostil. Pasadas varias semanas desde su regreso, volvemos a hablar con él… y el cúmulo de sensaciones que vivió en ese lugar todavía le hacen un nudo en la garganta.
“No podemos dejar a toda esa gente ahí”
“No sé si volvería” empieza. La dureza de las imágenes que tuvo que ver allí le endurecieron la piel, pero le demostraron que si no hay implicación real de las instituciones europeas, todo lo que se está haciendo en la frontera es inútil. “Hay miles y miles de personas. Desesperadas. Desoladas. Mujeres y niños que lo han perdido todo. Sus maridos, sus hijos mayores, sus novios… Buscan alejarse de su país, pero no tienen donde ir. Hay miles de voluntarios y a los que llegan no les falta de nada. Bueno sí, su hogar, pero las instituciones no se implican. No podemos dejar a toda esa gente en esos campamentos” se sincera Puertas, que durante una semana convivió con los cientos de miles de personas que como un goteo constante van abandonando Ucrania en busca de una nueva vida.
“Los campamentos son como casetas de la feria, con suelo natural. Hay comida y camas. Montañas de ropa y medicamentos. Pero – insiste – no podemos dejarlos ahí. Es muy duro cuando tomas consciencia que has compartido su misera con ellos unos días, intentando ayudar todo lo que puedes, pero que tu luego te vuelves a casa: con tu sofá, tu wifi y tu calefacción” añade.
“Nosotros volvíamos a casa y ellos huían de la suya”
Además, prosigue, “una vez lo vives, te das cuenta de que la ayuda que mandamos donde realmente es útil es dentro del país, pues ahí no tienen de nada, mientras en los campamentos está lleno”. “Nosotros conseguimos cruzar la frontera. Nos costó mucho y fue muy impactante porque sabíamos que a 15 kilómetros de donde nosotros estábamos estaban lanzado misiles. Una vez en el interior de Ucrania solo te atienden militares. Descargamos todo el material y se lo dimos a un chico que nos explicó que esa mañana, cuando partió de su base, no sabría si llegaría con vida porque los misiles le sobrevolaban por encima. De hecho, nuestro cargamento, esa noche, voló por los aires y no llegó al destino final”, recuerda.
Sin embargo, lamenta, la peor imagen, vino al salir del país en conflicto. “Mientras a nosotros nos desviaron por un carril ‘privilegiado’, con un gran cartel que anunciaba la Bienvenida a Europa, a nuestra derecha una cola infinita de mujeres y niños que huían de la guerra, esperaban a pie, en la intemperie, algo de comida caliente en un campamento que se caía a trozos. Nosotros volvíamos a ‘casa’, ellos huían de la suya”.
El periplo de Julia y su familia
Su misión consistió en llevar comida y alimentos y volver con familias que tenían vínculos en Barcelona o Catalunya. Devolvieron en el autocar prestado por el Real Club Deportivo Espanyol (RCDE) un total de 40 personas. Especialmente, embarazadas, mujeres con niños y un solo hombre que era padre de siete hijos y se libró de la guerra.
Entre los casos que conocieron, el sargento Javi Puertas recuerda la historia de Julia y sus dos hijos, Yaromir y Sofia. Tan sólo una decena de kilómetros separaban al convoy Copland, donde se encontraba Puertas, de Julia y su familia. Los agentes aguardaban desde la frontera polaca en Medyka, mientras que la mujer y sus dos hijos se acercaban a pie desde Ucrania. La opción de Whatsapp que permite enviar la ubicación a tiempo real les mantenía informados, a ambos, de su situación.
“Pasar la frontera y entrar a Ucrania a buscarlos imposible… había una larga cola de camiones, furgonetas y vehículos con ayuda humanitaria esperaban poder cruzar la frontera” explicó entonces, en directo, a los pies del paso fronterizo el sargento. Finalmente, Julia pudo llegar al otro lado por su propio pie, cargada con el carrito de su hija Sofia, de tan solo 18 meses, una pequeña maleta, y su hijo mayor, Yaromir, de 10 años, que portaba una mochila con sus pertenencias.
Las mafias han empezado a actuar
“Es una pena – prosigue – porque recogimos a muchas familias, pero realmente no sabemos en qué condiciones viven ahora. Y eso también me hace pensar en el tema de las mafias…”. Y es que en una situación de tal desesperación siempre hay quien intenta sacar tajada. “Hay tanta gente, tan desesperada, que si falta alguien no se dan ni cuenta. Ven carteles de ‘viajes gratis’ y se lanzan a sus brazos sin conocer quién es la persona que los sacará de ahí. Hay buenas personas, como los taxistas de Sant Celoni que nos acompañaron, pero también hay otros que no lo son…” suspira.